AVISO

AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 11 de noviembre de 2012

¡Albor!



“¿Puedo devolverle la vida a los muertos, Anciano? Pues que los muertos, se alcen, y se conviertan en muertos vivientes, cuya finalidad sea la de alimentarse de los vivos, y que éstos al morir, se alcen y se conviertan en muertos vivientes, que se alimenten de los seres vivos restantes, hasta que el manto de la negra noche, cubra los ojos del último ser vivo. Sólo así, los muertos vivientes, se sentirán saciados y podrán volver a su reposo, para toda la eternidad.”

Yaakov cometió un error, fue al monte de Itbah y abandonó a Dunixe van Jur su esposa, por una expedición en el sexto mes de su embarazo. Tampoco escuchó a Otsobi Kav, su anciano padre, que últimamente, padecía de unos pequeños ataques, que parecía que le nublaban la visión. Se quedaba en trance, y los ojos parecían cubiertos, con una fina capa de líquido fluorescente, y los músculos se le quedaban entumecidos por una fracción de segundo, que parecía que le desconectaban de la realidad exterior.

Cuando, Yaakov llegó a la ciudad al cabo de un mes, su mujer estaba encerrada en su cuarto. Su padre, no atendía a razones, decía que era por su bien. Yaakov, le preocupaba la salud de su esposa y de su hijo, pero por lo visto, Dunixe, ya había dado a luz, hacía unos días, pero le impedían acceder a la habitación, alegando cuestiones médicas.

Yaakov no podía evitar mostrar su impaciencia, temía que su esposa se sintiera poco respaldada por él. Quería que Dunixe y su hijo, pudieran sentir su apoyo, su calor, pero tampoco deseaba ponerlos en peligro por una posible infección por si se colaba a hurtadillas en la habitación, así que procuró hacer todo lo que le dictaba su padre, para preservar la integridad física y mental de ambos.

Pasaban los días, pero Otsobi, su padre, seguía sin permitir verlos, y eso le mosqueaba. Aumentaron las profesiones de gentes desconocidas, entraba y salían personas extrañas en la habitación de Dunixe, a la que oía vociferar, pero sin embargo, habían cesado, los llantos del bebe, eran ausentes, desde hacía dos días, y no se atrevió a preguntar el por que.

De repente, Dunixe empezó a gritar. Y cinco personas salieron corriendo asustadas. Sólo quedaron ellos tres, Otsobi, Yaakov y Dunixe. Yaakov no pudo más, y al final entró en la habitación, y allí estaba, Dunixe, atada en la cama. Su primer impulso fue correr hacia ella y desatarla, pero Otsobi, su propio padre, le empujó, quería evitarlo, no podía permitir que su hijo la desatara. Yaakov, se quedó inmóvil, atónito, sin saber como actuar, ante las dos personas que más quería, sin saber que decidir, le faltaban datos.

Dunixe estaba histérica, atada en la cama, inmovilizada, desnutrida, con el pelo desaliñado, con los ojos ojerosos, sucia, con moretones, arañazos. Yaakov, no podía creer que su padre, le hubiese hecho eso a su esposa, tenía que liberarla. Cuando se acercó a ella, su padre, le golpeó por detrás, en la cabeza, y cayó sin sentido.
Cuando despertó, Dunixe estaba rota en lágrimas. Yaakov también lloraba. Lloraba por que ella lloraba. No podía hacer nada. Se sentía impotente. Ella estaba atada. Él estaba atado, en un rincón del suelo. No podía ver a su hijo recién nacido, ni escucharlo. Ni podía ver ni escuchar a su padre.

-         Dunixe, ¿Qué ha pasado?

-         Tu padre es un descerebrado.

Dunixe empezó a rasgarse los trozos del vestido ya hecho jirones, al forcejear con las correas, mientras se desgañitaba furiosa, recordando los días anteriores, mientras intentaba golpear la cabeza contra la pared, pero se iba quedando sin fuerzas y solo le quedó aliento para levantar la cabeza unos centímetros, eso la exasperó más y más, se revolvió sacando fuerzas renovadas para chillar, desgarrándose las cuerdas vocales, atragantándose con una flema, mientras se le resecaban las cuerdas vocales, podía sentir como se le apagaba la voz.

-         ¿Por qué te ha atado?

-         Tu padre es un descerebrado.

No podía sacar nada en claro de Dunixe, que era un manantial de lágrimas, no paraba de repetir lo mismo. Sus largos cabellos negros alborotados le cubrían la pálida cara amoratada. Tenía restos de sangre en la comisura de los labios, de habérselos mordisqueado. Temblaba. Dejó de gritar, como si algo le apretara la garganta. Dejo de hablar. De intentar comunicarse. Se encerró en si misma. Se quedó con los ojos abiertos. Sus ojos grisáceos le miraban con crudeza. Yaakov recordaba su tez pálida de mejillas sonrosadas y labios de color cereza, esos labios que tantas veces había besado, cuanto amor había emanado de ellos. Dunixe, era un poco más alta que él, debía medir un metro setenta y cinco, delgada, fibrosa, con la piel que parecía de terciopelo, aunque ahora, estaba manchada por los golpes, la sangre, los arañazos, los roces de las ataduras, la violencia de la cautividad.

Otsobi le arrojó un cubo de agua sobre la cabeza. Yaakob se intentó incorporar apoyando la espalda sobre la pared. Detrás de su padre, distinguió la silueta de Dunixe, que le miraba agónicamente, y recordó sus frías palabras: “Tu padre es un descerebrado”. Pero no se atrevía, no tenía fuerzas para conocer la verdad, tampoco se sentía capaz de creérsela. ¿Se había perdido algo al volver de Itbah?

Finalmente, tenía que preguntarlo, Dunixe seguía detrás de su padre, con una extraña mueca parecida a la enajenación. Algo había sucedido en su ausencia. Tenía que averiguar el que. Podrían ser muchas cosas. Quizás el bebe había muerto en su nacimiento y su padre no se atrevía a comunicárselo por que su anterior esposa e hijo murieron en el parto y a Yaakov le costó superarlo, y eso había agravado la depresión post-parto que padecían algunas mujeres después de alumbrar.

Otsobi sabía que no podía retrasar la conversación con su hijo, tenía que contárselo todo. Pero no sólo, lo que había pasado con Dunixe, sino que tenía que hablarle de su anterior esposa y su hijo, e incluso le tendría que hablar de su madre, le tendría que hablar de tantas cosas, tal vez, no tenía que haberse demorado tanto en informarle de lo que habían estado tramando los clanes de la República de Usffia. Por que tantas investigaciones, recopilación de datos, experimentos, por que la crudeza en los entrenamientos de los soldados, y por que tanto secretismo con el tema de las Hieródulas.

Para poder mantener esa larga conversación, Otsobi, decidió llevarse a su hijo a otro lugar. Sabía, que al pertenecer al clan Vetivk, sus ansias de conocer, mantendrían alejadas las ideas de evasión o de rescatar a Dunixe, pues antes de actuar, un Vetivk, debía analizar todos los puntos de vista para obtener buenos resultados, y como Otsobi, iba a entrar en detalles, en cosas que Yaakov, ni sabía que existían, Otsobi daba por sentado que tendría toda su atención.

Otsobi empezó a hablarle de las reuniones que mantenían habitualmente para confrontar las experimentaciones en el laboratorio. Yaakov, había asistido a esas reuniones, incluso, muchas de esas reuniones se habían echo en su casa, pues tenía uno de los mejores laboratorios de Hatzadikim, aunque también era consciente, que había tenido que ausentarse muchas veces debido a su asistencia requerida en expediciones, conferencias, seminarios, ferias y congresos. Por lo visto, aprovecharon sus ausencias para seguir desarrollando, un proyecto, que el desconocía, y que afectaba a su familia.

Aunque de fondo, seguían escuchándose los gritos e improperios de Dunixe, Yaakov seguía atendiendo las explicaciones de su padre. No sabía que le dolía más, si ser el centro de estudio de un experimento, o desconocer la existencia de dicho experimento. Su mente estaba llena de preguntas, pero no quería hacerle perder el hilo a su padre, así que las fue anotando mentalmente para poder soltarlas cuando este terminara de exponer todo lo que tenía que decirle.

Fueron interrumpidos por unos portazos, pero Otsobi no tenía intención de abrir la puerta. Quería empezar a hablarle del experimento, y por que Otsobi se prestó para llevarlo a cabo, pues el proyecto se inició antes de que naciera Yaakov. Empezó a hablarle de su viaje a Mickjad, de la elección de su madre en Halaved y su traslado a Hatzad. Pero antes de que pudiera proseguir, la puerta fue derribada, y ambos se sobresaltaron. Una parte de ellos, quería seguir manteniendo esa conversación, pero finalmente, decidieron levantarse para ver que sucedía.

Ante la puerta derribada, había una nube de polvo, provocada por la caída de la puerta, que se iba desvaneciendo, poco a poco, se iba dibujando el contorno de una inmensa mujer, vestía una ajustada túnica negra corta, llevaba un ancho cinturón que le caía sobre la cadera, donde llevaba grabado con el filo de algo cortante una serie de líneas verticales. Calzaba unas botas hasta las rodillas, que consistían en una especie de tela de lana cubierta por tiras de cuero negro.

Otsobi y Yaakov observaron sus brillantes ojos rosados.

domingo, 4 de noviembre de 2012

¡Báratro!



La cena estaba dispuesta sobre un bloque de cristal pulido situado sobre una estructura de hierro forjado, de patas bajas. A su alrededor, habían puesto unos cuantos almohadones, donde Otsobi y Dunixe se tumbaron, el uno frente al otro, con el banquete en medio. La comida estaba desmenuzada y podía cogerse con las yemas de los dedos. Cada uno, tenía un cuenco de agua fría con limón y una  toallita, para poder asearse. Reinaba el silencio.
Dunixe devoró la comida de forma insaciable. Su suegro cocinó exquisitamente. Tomó una copa de vino, dejándose embriagar por el aroma afrutado que desprendía, la mecía cálidamente mientras intentaba buscar similitudes, le parecía estar bebiendo néctar de cereza, miel, incluso dátiles, era tan extraña la embocadura, a veces dulce, otras amarga, se dejó arrastrar por las sensaciones que se iniciaban en su paladar hasta quedar adormilada. Otsobi estaba sentado, enfrente de ella. Él la estaba mirando. El comedor, estaba envuelto en sombras. Sentía frío, un frío que nacía en su interior, y afloraba en su pálida piel aterciopelada, su largo pelo negro cubría su rostro y caía sobre sus enormes ojos grisáceos, abiertos como platos, que seguían observando a Otsobi.
Otsobi se incorporó, los ojos de Dunixe seguían a Otsobi por toda la habitación, si se iba a la derecha, miraban a la derecha, si iba a la izquierda, le seguían a la izquierda. Fuera a donde fuera, sus ojos, iban tras él, como si le pidiera ayuda, al principio, pero tras percatarse de su indiferencia, empezó a hacerle responsable de su mal estar. Sólo podía mover sus ojos, su cuerpo no respondía, era incapaz de moverlo. Encima, su suegro, la ignoraba y eso le perturbaba. Habían arreglado el Jardín, almorzado, tomado vino, y ella se había quedado transpuesta, y cuando había despertado, su cuerpo no respondía, sólo veía a Otsobi, vagar por la habitación, de un lado a otro, sólo sentía su peso, su cuerpo inerte, y empezó a preguntarse que estaba pasando. Debía ser un estúpido sueño, del que pronto despertaría.
Perdió la noción del tiempo, Otsobi seguía sin hacer nada al respecto. No era un sueño. Pudo observar como su suegro la levantaba y se la llevaba al dormitorio donde tantas noches había dormido con Yaakov. Seguía paralizada, sin poder comunicarse con su suegro y decirle que todavía estaba ahí, atrapada en esa cárcel corpórea. Entonces, ella, empezó a temer lo peor, se empezó a cuestionar si estaba muerta.
Quizás, él sabía algo, tal vez, vio algo mientras ella estaba inconsciente. A lo mejor, des de fuera se percibía algo que ella no podía apreciar, si pudiera ver su reflejo en un espejo, dejaría de vivir bajo esa incertidumbre, por que ella, aún no teniendo conciencia de su cuerpo, era consciente de su existencia, no se sentía muerta, se sentía muy viva, y aún así, podría tener una enorme herida en la cabeza.
Todo eso era una locura, si ella estaba muerta, obviamente, intuía que el bebe estaría muerto, pues dependía de ella, y eso la apenaba, menudo disgusto le había dado al pobre anciano, y el que le daría a Yaakov. Seguro que ahora su suegro estaba pensando como decirle a su hijo que su otra esposa y su otro hijo también habían fallecido.
Le extrañó que Otsobi la atara a la cama, no tenía intención de ir a ningún sitio, tampoco creía que pudiera hacerlo, pues había aceptado la situación. A medida que fueron pasando las horas, un hormigueo se fue apoderando de su cuerpo, cosa que la trastornó de tal manera, que se agitó, emanando de su boca un estertor que hizo que se asustara de si misma. Incluso, pudo sentir en su vientre, a su hijo, cosa que la alteró. Le entró una fuerte tos, acompañada de náuseas y arcadas, tenía fuertes ganas de vomitar.
Entonces, Dunixe, pudo verlo, mientras la sujetaba, Otsobi, tenía su cara, frente a la de ella, pudo ver sus ojos, eran luminiscentes, tal vez fue una ilusión óptica, por la tenue luz que se colaba por un resquicio de la ventana que chocó justo en el cristal y se reflejó por una fracción de segundos en contra de sus ojos, pues estaban en penumbra, y casi no se veía nada, pero los ojos de su suegro, por un momento se volvieron fluorescentes.
Se quedó sola a oscuras, en esa habitación, intentando aquietar su mente, pero no podía, pero debía hacerlo por el bebe, debía calmarse, pero estaba asustada, pero cuanto más intentaba tranquilizarse, más nerviosa se ponía. Su mente estaba llena de pensamientos, que no conducían a ninguna parte, quería organizarlos, estructurarlos, pero eran completamente ilógicos, e intentar ordenarlos mentalmente, le producían una conducta evitativa, al recapacitar en los hechos, pues todo apuntaba que su suegro la había intentado envenenar, y que tal acto podía haber puesto en peligro la salud del feto, con lo cual, la mente de Dunixe se desvinculaba, entre sudoraciones, mareos, taquicardias, temblores, escalofríos, etc.
Pero su suegro siguió visitándola, como si no hubiese pasado nada. La mantenía atada en la cama. Parecía que lo hacía por su propio bien. Empezó a creer, que era ella la que había enloquecido, pues fue ella la que vio como se le ponían a él, los ojos fluorescentes. Se sintió ridícula, por a ver creído por un momento que estaba muerta, y luego, haber culpado a su suegro por su muerte, por suerte, en ningún momento, no compartió esas ideas en voz alta, o al menos, no era consciente de haberlo hecho. Pero su suegro la mantenía en cama, amarrada, custodiando sus sueños.
Aunque seguía un poco alterada, se sentía más reconfortada con su suegro a su lado. Comprendía que la mantuviera atada, pues tenía que protegerla de si misma, todavía desconocía el por que, quizá, hizo algo, acaso cuando se quedó inconsciente, posiblemente, por cortesía, no lo contaba, para que no se sintiera avergonzada, e intentaba ayudarla, de la mejor forma que sabía.
Con el extraño episodio, el parto se adelantó, y Dunixe se enfrentaba al nacimiento no llegando al séptimo mes de embarazo, en ausencia de Yaakov. Otsobi llamó a dos personas para asistir al parto, que se presentaron a la vivienda con todo tipo de utensilios. Dunixe estaba en cuclillas, en un lado de la habitación, con las piernas separadas, con las manos apoyadas en las rodillas, su suegro la sujetaba de pie, por un lado para que no se cayera de espalda, uno de los asistentes estaba de rodillas al otro. Dunixe, intentaba bascular el coxis hacia atrás, para que los músculos que rodeaban al bebe, se abrieran. Estaba completamente dilatada. Podía sentir, como la fuerza de la gravedad, iban haciendo el resto.
Notaba, reblandecidas, las articulaciones de la cadera, sintiendo como su bebe se movía por dentro, abriéndose camino hacia el exterior, ella se movía para que él pudiera recolocarse y así poder encontrar mejor la salida, hacía fuerza con las manos y las piernas para ayudarle, al final, se palpó, sintió su cabeza, como asomaba por el cuello uterino, fue saliendo poco a poco, cubierto por un liquidó sanguinolento y dorado.
El asistente, lo tomó en sus brazos y se lo pasó para que pudiera ver al bebe, estaban conectados, hasta que el asistente los desconectó con un cuchillo, y el bebe empezó a llorar desconsoladamente, contagiándole esa tristeza a la madre. El Asistente se lo llevó a otra habitación, donde lo aseó y lo mantuvo en observación. Otsobi se fue con ellos. La asistente, también quería mantener en observación a la madre, pues había detectado un leve ataque de ansiedad acompañado con síntomas como taquicardia, disnea… probablemente producidos por la anticipación del parto y la ausencia del padre.

domingo, 28 de octubre de 2012

¡Vergel!



NECROTROFIA
“Fase de un parásito u organismo patógeno en la que se alimenta de las partes muertas del hospedante”.
Dunixe van Jur vestía una ancha camiseta lisa de color verde aceituna, que tenía una banda cosida resiguiendo el cuello hasta llegar al escote, con un estampado de gasa, con un motivo floral que parecía un mosaico, que combinaba distintos tonos de fucsia, sobre un fondo blanco. Vio con cariño, como se alejaba Yaakov con su camiseta de algodón teñida con pigmentos rojizos, entre las sombras de los árboles, con su expedición al Monte Itbah. Todavía podía verlos alejarse por la gran avenida empedrada, con sus mochilas, sus tejanos desgastados, sus botas cortas, de cuero oscuro, de punta redondeada, ajustadas con correas y cordones.

Dunixe, Estaba en su sexto mes de embarazo, pero no le importaba que su esposo quisiera ocuparse de sus investigaciones. El Monte Itbah, estaba a unos días de camino, y en un mes estaría de regreso. Un mes para olvidarse de que sería papa, y centrarse en sus proyectos. Realmente, le daba envidia, si ella no estuviera embarazada, le acompañaría, estaría tomando muestras con él, o en lugar de ser ella la que se quedaba, tal vez fuera él, la que tendría que quedarse.

Otsobi Kav, el padre de Yaakov, que volvía a vestir su traje de faenar de algodón desgastado, de color caqui, se ocupaba de Dunixe. Su suegro, días antes, se había aquejado, de unos desvanecimientos, producidos por una eventual pérdida de visión, pero tras la visita del médico, guardó reposo hasta que aseguró a su hijo que habían cesado y que podía irse tranquilo al Monte Itbah. Con lo cual, en cierta manera, cuidaban, el uno del otro.

Los días se sucedían, Otsobi, por la mañana estaba unas horas en la campiña como era la costumbre, mientras Dunixe organizaba el laboratorio para su próximo traslado. Le gustaba transcribir notas, que Yaakov tenía desperdigadas, en un único documento, para unificar conceptos, para su estudio. Retomar datos que habían sido desestimados, para volver a probarlos en nuevas teorías, aunque algunos volvieran a ser desechados, pues siempre salían nuevos procedimientos, nuevos ojos con los que verse las cosas, todo podía probarse de nuevo, y no dar nada por obsoleto.

También le gustaba dar largos paseos, resiguiendo las acequias, incluso a veces, no podía evitar descalzarse y caminar por ellas, le daba igual, llegar a un Azud, lo franqueaba, y pasaba al segundo nivel. Disfrutaba con los Jardines colgantes de envanecidas Palmeras y soberbios cedros, Se quedaba ensimismada, extasiada por la fragancia que desprendían las anémonas y las caléndulas, mientras correteaba bajo la umbría de los granados, cuando se dirigía a las viñas, en busca de su suegro, con la cesta del almuerzo.

Con los pantalones, anchos, de punto, de color negro, Dunixe, tenía las piernas hundidas hasta las rodillas, sintiendo el frescor del agua, en sus pies desnudos, dentro de la alberca, rodeada de arbustos, parecía como si tuviera las piernas partidas, por la refracción de la luz. Le encantaba ver como se dispersaba la luz del sol, dentro del agua, formando formas centelleantes y abstractas, e irrepetibles, como si de un calidoscopio se tratara. Se veía reflejada, como en un espejo, y detrás, en lo más alto, la radiante luz del sol, colándose, entre las espesas copas de los árboles del patio principal.

Se levantó y se dirigió hacia la fuente para recoger agua, le gustaba el sonido del agua, le calmaba y apaciguaba al ser que se desarrollaba dentro de su útero. Le encantaba ese mundo de agua, luz y sombras. De repente escuchó las apresuradas pisadas de Otsobi, su suegro, siempre estaba detrás de ella. Éste, le quitó el cubo de las manos, y fue regando las plantas que ella le indicó, primero las hierbas aromáticas: jengibre, hinojo, cardamomo, coriandro, comino, etc.

Otsobi, volvió a rellenar el cubo, recorriendo los caminos en cruz, mientras seguía regando, primero el patio principal, donde había los cuatro cerezos. Luego el segundo patio, donde se encontraba, el manzano, el naranjo y el limonero. Después, el tercer patio, con los dos arándanos, y el peral. Había un melocotonero en el cuarto, pero no daba frutos, en el invierno anterior, había sido atacado por una plaga, Yaakov le había dado por muerto, quería talarlo, pero Otsobi no le dejaba.

Inspeccionó el resto de plantas. Dunixe colocó su mano sobre el hombro de Otsobi, y le sonrió y éste le devolvió la sonrisa, mientras posaba su enorme mano sobre su mano diminuta. Ella inclinó su cabeza, mientras ambos reían. Otsobi, por un momento, hizo un gesto con la cara, como si quisiera preguntar algo a Dunixe, como si quisiera pedirle algo, que no hizo falta que expresara con palabras, pues Dunixe, cogió la enorme mano de Otsobi y la colocó sobre su vientre para que pudiera sentir como su nieto daba pataditas.

En ese momento, Otsobi, tuvo uno de sus ataques. Los músculos se le entumecieron. Los ojos se le cubrieron de una fina capa de líquido fluorescente. Pero lo que parecía durar una eternidad, no duró ni una fracción de segundo, pues Dunixe ni se percató de lo acontecido.

Otsobi se dispuso a preparar la comida. Mientras, Dunixe bajó al laboratorio, pues con la llegada del bebe, tendrían que trasladarlo fuera de la vivienda, no era muy seguro manipular substancias tóxicas cerca de un infante. Todavía, no habían decidido donde ubicarlo. Yaakov, se estaba retrasando en su decisión, parecía no ser consciente de que iba a ser padre de forma inminente, y les estaba dejando toda la responsabilidad a ella y a Otsobi, que se comportaba como un verdadero padre para Dunixe, por lo mucho que la cuidaba. Ésta descubrió, por la cantidad de notas que estaba manipulando en el laboratorio, que Yaakov, estaba ante sus ojos, y dentro de su vientre. Se sentía insignificante.

domingo, 21 de octubre de 2012

¡Recelo!



El Detective Sturgeon estaba ocupado limpiándose una gota de café de la corbata, cuando la Detective Zadjel se le abalanzó con un trozo de papel que le estampó en la cara.

-         Lo tengo.

-   ¿Qué tienes? – Soltó Sturgeon, molesto, mientras apartaba el papel arrugado de su cara.


-         La víctima del hotel.

-         ¿Qué? – Fingiendo emoción.


-         ¡Sturgeon, no lo estropees!

-         ¿Qué?


-         Ni fue la primera víctima, pues ya ha habido más muertes en ese hotel, sino que ha sucedido… en otros hoteles…

-         ¿Y?


-         ¿Y?... ¡Pues algo está pasando! ¿No?

-    Zadjel… puede ser cualquier cosa… entre ajustes de cuentas, crímenes pasionales, suicidios… vivimos en un sector problemático… te preocupas por una muerte cuando solo entrar por la puerta ya nos asignan 20 más…

-         ¿Cómo?

-  Es el día a día… La gente muere… y nosotros… simplemente… lo verificamos…

-         La mujer del hotel escondía algo…

-      Tal vez protegía su negocio… no le debía interesar que se supiera que allí se producían muertes a diario…

-         Esa señora llamó a un número de teléfono después de que le pidiera las cintas de video… ¿Ves este listado?… este es el número al que han estado llamando después de todas las muertes…

-         Zadjel… Pues si… tienes algo…


-         Lo sé.

-         ¿Qué piensas hacer?

-         Llamar.

domingo, 15 de julio de 2012

Confinación


Entrechocaron los hielos, mientras una voz resonaba en su cabeza: ¡Despierta! Le insistía. Ginzburg, se consumía, encogida de hombros, al borde de la cama, como su cigarrillo. ¡Pero como si estuviera al borde de un precipicio! Tenía el vientre hinchado, como sus ojos. Se preguntaba por que le sucedía todo eso. Que había hecho para merecerse todo eso. Pero no recibía respuestas.

Los hielos seguían sonando, cada vez que acercaba y alejaba de si, ese vaso monstruoso, con el que intentaba acallar la voz que resonaba en su mente: ¡Despierta! Gritaba una y otra vez, insistentemente. Le dolía la cabeza. Hacía tiempo que no dormía. Tenía una sensación de desasosiego. Sólo quería dormir. Acabar con todo eso. Pero algo se lo impedía. No la dejaba en paz.

Dos formas corpóreas, cobraron vida, ante ella. Eran la chica escuálida y el cabeza de cabron. Ginzburg era consciente de que había perdido la cabeza, entre tanta muerte y su embarazo psicológico. Estaba trastornada. Emitió una risotada, mientras se bebía la vida, en un trago largo, haciendo resonar los hielos, con estruendo, mientras intentaba acallar sus pensamientos.

Deseaba caer inconsciente, pero la chica escuálida, le apresaba la barbilla, y le obligaba a que la mirara a los ojos, sus ojos brillantes y profundos. Ginzburg dejó caer el vaso, que se rompió en mil añicos, hubiese dicho que se había roto como su alma, pero se había descompuesto hacía ya tiempo. Le invadió una sensación de tristeza y soledad.

- Querida… No te pongas triste. ¡Ya pronto acabara!

- ¿Por qué yo?

- Te lo voy a resumir brevemente… no te pasara nada mientras, nos seas útil… capisci?

domingo, 27 de mayo de 2012

¡Monótono!

Despacho del Oficial General Sugoi Natsuyama
División Drakaina Delphyne
10:30

El Oficial General Sugoi Natsuyama, y su asistente Matsuo Akinari mantenían un acalorado debate, referente a los últimos acontecimientos. De poco habían servido las sesiones terapéuticas a las que habían sometido al Sargento Yaakov Kav, entre otros suboficiales.

Ya poco importaba que Yaakov Kav, se hubiese transformado ante sus ojos, si dicho poder, no iba acompañado de un conocimiento y control absoluto sobre él. El Sargento Kav, no sólo, desconocía sus virtudes, sino que ni había logrado recordar, ni hacer que recordaran. Todo seguía, más o menos igual.

Tal vez, entre algunos hombres, había nacido una especie de sensación extraña, sobretodo en la suboficial Zuhurne Zaken, pues su conducta, cada día, era más cuestionable. Zaken, se había encerrado en un mutismo total, y apenas artículaba palabra.

De repente, Akinari, se quedó estático, sus ojos brillaron de forma incandescente, como si una luz fluorescente emanase de ellos. El asistente, miró fijamente a Natsuyama. Ambos quedaron en silencio. Akinari, posó su mano sobre la de Natsuyama, y éste sintió como si le estuvieran desmenuzando el cerebro.

Miles de imagenes pasaron por la mente de Natsuyama, sin poder retener ninguna, como si alguien hubiese abierto un archivo oculto en su mente, de forma remota y no tuviera control sobre dicho acceso. Visualizó los datos, pero parecian encriptados, y a parte, desaparecían fugazmente, a gran celeridad.

De repente, esa sensación desapareció. Akinari, pareció recobrar el sentido, volver en si, pues sus ojos habían dejado de brillar, volvían a mostrarse oscuros, brillantes, pero oscuros, como era habitual en él. Observaban la cara de perplejidad y desconcierto de Natsuyama. Ambos no sabían que decir. Ninguno de ellos, sabía como empezar, ni que preguntar.

Aunque una sensación de paz y sosiego había invadido sus cuerpos, tenían el cuerpo como si hubiese ejecutado, éste, un gran esfuerzo. Calladamente, Natsuyama se incorporó y se dirigió a la ventana. Era un soleado día, se acercaba el verano, y seguían como al principio, como años atrás. Se encogió de hombros, esbozó una sonrisa, y apoyó su mano, en el cristal.

domingo, 20 de mayo de 2012

¡Saprotrofo!


SAPROTROFO

“En ecología se llama saprotrofia a la dependencia que muchos organismos, llamados saprótrofos, tienen para su nutrición de los residuos procedentes de otros organismos, tales como hojas muertas, cadáveres o excrementos. También se puede llamar al fenómeno saprobiosis y a los organismos que lo representan, saprobios (generalmente usado como adjetivo) o saprobiontes”. 


Ira Falocina, iba enfundada en unas negras mallas ajustadas de cintura baja que contrastaban con su pálido vientre plano, estaba acabando de ceñirse las correas de cuero negro en hombros, brazos, pectorales y piernas que terminaban en unas afiladas puntas plateadas, para rematar a su contrincante con un abrazo mortal. Alrededor de la cadera, llevaba encajado un cinturón, con una funda, donde dormitaba su cuchillo de doble filo, que tanto podía servir para introducirse repetidas veces por el cuerpo de su adversario, como para separarle la carne de los huesos, tal vez, por eso, lo llamaban, cuchillo de combate, era el que usaban todos los soldados. Se encasquetó finalmente, un casco que sólo dejaba ver sus preciosos ojos grisáceos, que se hizo fabricar especialmente para ella, de donde salía una larga y espesa cola hecha con alambres y anillas entrelazadas de tilunio, (dentro de los metales indestructibles, era el más liviano) para que se enredara cualquier espada que le viniera por la espalda. Se colocó los guantes de cuero, con tachuelas en los nudillos y finalmente, se ató las botas, que consistían en unas tiras de negruzco cuero rematadas con púas para poder asestar sus fatídicas patadas.

Realmente, Ira, hubiese preferido, simplemente, llevar una túnica negra, entallada a la cintura, pero la requerían para la toma de posesión del mando de una de las unidades del Ejército de Addus, pues había hecho méritos en las campañas en las que había participado. Así que debía renunciar a la comodidad de la túnica de hilo y debía aceptar la monstruosidad que observaba ante el espejo, y que sería aclamada en el acto como algo digno de ovación, no comprendía por que debía ponerse el equipo de combate para asistir al evento, pero había muchas cosas que no entendía, tal vez por que en el fondo, era consciente que nada de eso, le concernía. Había sido instruida por la propia Tarish, que estaba a la cabeza de la estructura política del reino y perteneciente al clan Janat, clan principal del reino. Juntas, ultimaban los preparativos, para su regreso a su ciudad natal, Morgholm, destino que nunca había visitado, pues había sido raptada al nacer.

Tarish, no se interesó por Ira por que ella fuera especial, sino por que necesitaba a alguien del clan Berserk, ya había intentado, con anterioridad, convencerlos, primero, con la diplomacia, luego, bajo amenazas, pero finalmente, optaron por el secuestro. Nunca quiso convencerla, ni imponerle su verdad, pero advirtió a Ira que no fuera como ellos, tenían fama de ser una panda de locos e irracionales, y ella le daba la oportunidad de aprender, y la oportunidad de vengarse, pues si se hacía fuerte, al menos tendría esa oportunidad, y durante un tiempo, en Ira se apoderó la esperanza de matarla, y Tarish, siempre le recordaba que nunca renunciara a su venganza, que siempre estaba a tiempo de hacerlo, que ella lo comprendería.

Pero pasaron los años, e Ira abandonó ese odio irracional, adoptó las tradiciones del clan de Janat, el clan que la acogió. No podía juzgar las motivaciones de Tarish, por que las desconocía, tal vez, ésta había decidido no hacerle participe de ellas, no podía opinar si sólo contaba con un punto de vista, si no tenía con que contrastar, y eso requeriría un innecesario acto de fe. Por lo que había aprendido, a lo largo de esos años, es que la gente del clan Janat, sólo se movía por certezas, y desechaban cualquier cosa que pudiera inducirles al error. Vivían el presente. Les era propio lo que tenía enfrente.

Al principio, reconocía que podía chocar la belicosidad del clan Janat, ya que quizás sería mal interpretada, pudiendo considerarse como un afán de territorialidad, contradictorio, para unas gentes que sólo se preocupaban de su presente, del aquí, del ahora. Pero ellos le enseñaron que aunque era responsable de su propia existencia, era capaz de alterar con sus actos, la de otros, y aunque fuera consciente de ello, e intentara vivir en armonía para evitar reducir el impacto de su ser, sobre otros, controlando sus acciones, había individuos que no lo hacían, es por ese motivo, que Tarish, se había movilizado, aliándose con otros clanes, de misma ideología.

Ira tuvo muchas dudas al respecto, al principio no compartía sus ideas, pero Tarish, se callaba, y le pedía que por favor, le expusiera que pensaba al respecto. Entonces, Ira, empezaba a fantasear. La idea de ser dueña de si misma le fascinaba. Le gustaba lo de ser libre. Lo de vivir el presente. Comprendía que si ella era libre, los demás también tenían derecho a serlo. Estaba de acuerdo, en que si algo le hacía daño a ella, también haría daño a los demás.

Aunque, la solución de Tarish era perjudicar a los que perjudicaban a los demás, y se cuestionaba si luego se perjudicarían a si mismos, por perjudicar a los primeros. Le entraba dolor de cabeza, con tanto trabalenguas, quizá los que se dedicaban a perjudicar, estaban siendo perjudicados por los individuos que perjudicaban. Se sentía reconfortada por las risas de Tarish que intentaba seguir el hilo de sus pensamientos.

Sea como fuera, Ira lo vio en sus ojos, Tarish quería cambiar el mundo, y por lo visto, lo habían intentado varias veces. La diplomacia no les había servido de mucho. Ellos que habían vivido en paz en el reino de Addus, en comunión con la naturaleza durante siglos, aliándose con otros clanes, trabando fuertes amistades, intercambiando conocimientos, cultura, creciendo, evolucionando, ahora se habían visto en vueltos en una época de oscuridad a la que sólo podían responder con violencia.

Tras la Toma de Posesión, entraron en un gran salón, donde se celebraría un gran banquete. Aún siendo el personaje homenajeado, no se sentó en la mesa principal, sino que se sentó en una de las mesas secundarias donde estaban los demás altos cargos del ejército, junto a otros como ella que eran responsables de alguna unidad. Algunos estaban admirados con su casco, otros se mofaban, otros simplemente estaban sorprendidos. Siempre había sido la comidilla por sus extravagancias en el vestir, sus púas, sus puntas afiladas, pero eran bastante efectivas en la lucha cuerpo a cuerpo, aunque un poco incómodas para relacionarse con la gente de a pie, pero el recuerdo de algún brazo amputado por que algún inútil despistado se le había acercado por la retaguardia, no le quitó el apetito.

Tenían que partir al día siguiente, y estaba con los nervios a flor de piel. Esa misma noche, Tarish le dio la relación final de los soldados asignados para la misión y los convocó en uno de los cuarteles. Entre los reclutas asignados, contaba con un visionario, era uno de los más requeridos, pero también uno de los más temidos, pues podía apropiarse de un cuerpo permanentemente, si éste le agradaba, pocos clanes, podían evitar que los visionarios se adueñaran de sus cuerpos, pero el resto de clanes eran, simplemente, carnaza.

Para Tarish, los visionarios, eran fundamentales, eran sus principales aliados. Si los visionarios pudieran apropiarse de los cuerpos de los miembros del clan Janat, esa alianza no hubiese existido nunca. Pero ambos aprendieron a coexistir. Los visionarios, envidiaban a los del clan Janat por su longevidad. Aunque eran más poderosos que ellos, y absorbían los poderes de los cuerpos de los que se adueñaban, y los iban acumulando, su paso por el mundo era fugaz, y su forma de perpetuar la especie, era la de adueñarse del cuerpo de una embarazada y desvanecerse en ese cuerpo, mientras un nuevo visionario se conectaba al mundo de los visionarios, habiendo un mismo número de visionarios, siempre conectados. En cierta manera, eran uno, una especie de memoria colectiva, de recuerdos de los visionarios, de los cuerpos adueñados, de los dones, etc.

A la mañana siguiente partió con sus diez soldados. Sabía, que se estaban preparando más soldados. Y que ellos sólo eran una avanzadilla. Pero el poder destructor de ellos diez, era como el de 1.000 soldados que les respaldarían al día siguiente, pero a estos soldados se les sumarían otros 10.000 soldados, y por si fuera poco, si hubiese quedado algo en pie, habría una última oleada de soldados enviada por las gentes de Addus, para destruir cualquier esperanza a los supervivientes de la masacre.

domingo, 13 de mayo de 2012

¡Defección!


Cuantos pasos anduve hasta llegar aquí. Erré las vías, buscando pistas, que me indicaran el recorrido. Sin aliento, con los músculos entumecidos, sedienta y aturullada, me convulsiono, cuando observo los frutos de mis elecciones. Aunque me entristece, como han afectado mis actos en otros, debo mantenerme firme. He conseguido escalar la red trófica, me alimento de depredadores. Di jaque mate a la parca, que afilaba su guadaña, acicalada, cuando encabronada se atrevió a gruñirme cuando se dispuso a devorarme. Si en el fondo, me entretengo con los manifiestos, entremeses que consumo divertida, mientras veo bailar a mis títeres cebados por el plato fuerte.

El espejo me devuelve mi reflejo, mi rostro, se ha quebrado. ¿Dónde están esos seres que pretendían ponerme en mi sitio? Ahora, sus recuerdos se han desvanecido en el tiempo, y sus voces se han apagado. Sus energías construyen mi presente. Su voluntad… mi poder. Bailan para mí. Se miran, no se reconocen. Se hablan, como extraños. ¿Dónde está la diversión, cuando maquinaba su extinción? Aunque están extintos… No son los mismos… apenas queda un resquicio de lo que fueron… no obstante… perseveran… sin embargo… otros…

¿Ira falocina… como pudiste traicionarme?

domingo, 6 de mayo de 2012

¡Recuerda! (4)

Despacho del Oficial General Sugoi Natsuyama
División Drakaina Delphyne

Natsuyama estaba al teléfono. De repente desde su diafragma impulsó un potente:

- ¡Traedmelo aquí! – colgó.

No podía evitar pasearse enérgicamente de un lado a otro de la habitación. Se miraba los pies, el techo, las paredes, meditaba para sus adentros, en voz alta, dejando escapar de vez en cuando alguna palabra sin sentido, súbitamente, llamaron a la puerta.

- ¡Adelante!

Su ayudante Akinari, accedió impulsivamente al despacho, con dos hombres uniformados que escoltaban a un tercero. Natsuyama lo observó, sus ojos brillaban al contemplarlo, sin embargo, el hombre que era contemplado, esquivaba las miradas de Natsuyama, como si le incomodaran.

Natsuyama les indicó a los dos hombres que le permitieran tomar asiento, luego les ordenó que se retiraran. Quedando solos, Natsuyama, Akinari y el hombre que cada vez se sentía más confuso y aturdido.

- ¡No sabes cuanto tiempo llevábamos buscándote! Y estabas aquí, con nosotros.

- No sé a que se refiere, señor.

- Es imposible que tú hayas perdido la memoria, si tu don precisamente es tu gran capacidad de recordar…

- No comprendo sus palabras, señor.

- Yaakov, eres nuestra esperanza, tienes que recordar, está en ti, toda nuestra historia está en ti, si la rememoras, tal vez, los demás despierten, y sepan quienes son, todo depende de ti.

- Por lo visto, usted lo recuerda y eso no ha servido de nada.

- Yaakov, te equivocas, no recuerdo nada, sólo tengo fe en la organización, que nos ha ido probando quienes somos, aunque no lo recordemos, algo pasó, pero lo desconocemos. Vivimos en la oscuridad, tráenos la luz, ayúdanos a despertar.

- ¡No sé como!

- Está en ti, dentro de ti, sólo tienes que buscarlo.

- Señor, a lo mejor es que no quiero encontrarlo. ¿No se ha preguntado por que lo hemos olvidado todos? Tal vez, nuestra mente quiere protegernos… ¿No sería mejor pasar página? ¿Por qué vivir en el pasado? Quizás lo que recordemos no nos guste… e igualmente, no podríamos volver a ello… no se puede dar marcha atrás… no podemos retroceder en el tiempo…

- Yaakov, tu has bloqueado tus recuerdos, tu vas en contra de tu don, tu te has negado a recordar… No puedes anteponer tus miedos e inseguridades al resto… no puedes decidir por los demás… tienes que desbloquear tus recuerdos… y permitir al resto que acceda a sus recuerdos…

- Señor, yo no he causado esto…

- Yaakov, son muchos años, tal vez una simple capacidad de recordar se convirtió en la capacidad de bloquear el recuerdo del resto… tal vez, lo hicieras inconscientemente, quien sabe, a lo mejor sólo querías bloquear tus recuerdos, pero tu clan, alimenta la memoria colectiva, con lo cual, podría ser, que bloquearas la memoria de todos, sin saberlo.

Yaakov se sentía consternado, buscando un lugar donde refugiar su vista, lejos de Natsuyama que le acechaba, con sus palabras, expectante, deseando que le ofreciera una respuesta inmediata, una solución instantánea, que él no podía prometerle. Quería desvanecerse, desaparecer, transformarse en aire y escapar por la ventana, a lo lejos vio un pájaro, libre, sobrevolando el cielo, deseó estar junto a él, compartiendo la suave brisa de la primavera, de repente sintió su cuerpo más liviano, y en unos segundos, se vio volando hacia la ventana.
Akinari lo interceptó, Yaakov cayó al suelo, desnudo. Natsuyama y Akinari se miraron atónitos. Yaakov se había transformado ante sus propios ojos. Natsuyama se dejó caer sobre la silla, meditabundo, si su don era transformarse, quedaba descartado el de recordar, se sentía frustrado, otra vez, estaban de vuelta al principio, necesitaban encontrar quien alimentaba la memoria colectiva, quien o que, o quien les había borrado los recuerdos o quien podía devolvérselos.

Yaakov, que estaba todavía tumbado, entre los brazos de Akinari, empezó a volver en si.

- Hieródula. – volvió a desmayarse.

domingo, 29 de abril de 2012

¡Recuerda! (3)

Parecía que todo estaba tranquilo, cuando fue interceptado por un proyectil, que salió de entre los naranjos y limoneros que conformaban el bosquecillo que se encontraba a las afueras del Condado de Guelikim, conocido como Raslejim. Yaakov, pudo notar, como su cuerpo dejaba de ser el de una paloma, mientras se precipitaba contra el suelo, por suerte no había sido atravesado por ninguna rama.

Yaakov, sintió el frío hocico de un animal sobre su mejilla, mientras se le iba quitando la neblina de los ojos y se volvían a reconfigurar las formas ante sus ojos, parecía que había perdido la conciencia. Estaba tumbado, de lado sobre el suelo, le habían cubierto con hojas, la cara del enorme perro seguía sobre la suya, podía oler su aliento, tal vez, si no hubiese huido de una ciudad envuelta en el horror, le hubiera resultado más temible, y no hubiese intentado erguirse, pero el perro le intimidó, emitiendo un gruñido, luego abrió su boca y colocó sus voraces colmillos alrededor de su cuello.

No pudo evitar zafarse, así que acercó su mano sobre una hormiga que había cerca, pero el perro puso su pata sobre él. Le estaba indicando que sabía donde estaba y que no le dejaría marchar. Yaakov, en esas condiciones no podía escaparse, así que decidió destransformarse otra vez, cuando el perro volvió a levantar la pata con mirada inquisidora. Quedando sentado ante él.

En esa nueva posición pudo advertir que había una mujer, recostada en uno de los naranjos. No podía creer, que esa mujer, pudiera ser dueña de un can de ofita. Por unos segundos, emanó un largo suspiro, había tomado una buena elección, pues si se hubiese convertido en un can de ofita, se hubiese montado una trifulca, en que hubiera perecido. Por otra parte, al convertirse en una hormiga, ya no faltaba explicar, que era la paloma que habían golpeado, por que daba por sentado que habían sido ellos, sobretodo por que ella todavía llevaba la onda de cuero, en la mano.

Le resultaba curioso que no se hubiera sobresaltado por sus transformaciones. Cuando, los de su clan, lo habían hecho, aunque ellos, no podían hacerlo, sin embargo, por lo que había deducido, consideraban como habilidad, ser grandes pensadores, pero en esa ciudad, quien no lo era. Tal vez, esa mujer no se cuestionaba nada, o poseía el don de domesticar a las bestias, y debía considerar que si él se podía transformar en una, podría tenerlo como mascota. En cierto modo, lo había cazado, y para ciertas culturas, él ahora, sería de su propiedad.

Pasó largo tiempo, el perro se había tumbado junto a ella y le hacía de almohada. Aunque parecía que apenas le hacían caso, no quiso tentar la suerte con una tonta huída. A parte, sentía una terrible curiosidad, pues le resultaba peculiar, había oído historias sobre mujeres, de un clan secundario, que eran custodiadas por animales, pero eran tan protegidas, que no se las permitía abandonar sus casas, y era tan secreto, que se desconocía la identidad del clan en que permanecían atadas, aisladas en un solo Condado de una de los Estados, con una única función, perpetuar la especie. Se decía, que sólo la Élite de cada clan de la República de Usffia, conocía su paradero exacto, pues eran las únicas mujeres capaces de procrear con seres de otras especies y darles descendencia. Pero, si el bebe era niña, debían regresarla pasados unos años, para probar a la madre (también conocida como Hieródula) que poseía el don del clan que la había fertilizado, si carecía de dicho don, la niña era obligada a quedarse junto a la madre, para ser instruida como una futura Hieródula.

Sería toda una rareza encontrarse con una de esas mujeres fuera de su Condado, pero tal vez, había padecido lo mismo que él y los suyos en Hatzadikim, con lo cual, se confirmaba, que todo lo que sucedía era una tragedia a gran escala, pues sólo eso podría liberar a la mujer que nacía esclava, incluso, antes de despertar. Quería empezar a llover sobre ella, pues sus preguntas se precipitaban tras sus dientes, golpeándolos, queriendo atravesarlos, y fluir, por el cerco que mantenía cerrado, pues no la quería incomodar. Aún pareciéndole fuerte, y autosuficiente, sólo pensar, que pudiera ser una de esas mujeres, de cuento de juventud, una Hieródula de ensueño, capaz de alimentar la mente de alguien, con sus golpes de cadera, la descubría ante si, como un ser frágil, perdido, que deseaba cuidar.

Deseaba ser el can de ofita, para ser tratado como una almohada, para sentir el peso de su belleza, reconfortante, sobre su lomo. Sus manos pequeñas, delicadas, de dedos diminutos, jugueteaban entre la hierba, fresca, en la que yacían, a distancia, y sólo deseaba, que se recortara, anhelaba reducir el abismo que existía entre ellos. Quería beber de su fuente, alimentarse de su piel nacarada, pero cuando empezó a sentir el flujo de sangre recorriendo su cuerpo, de repente la imagen de Dunixe invadió su mente hasta gobernarla.

- Tus ojos se han ensombrecido. - La muchacha se acercó hasta él.

- Son los recuerdos.

- A veces los recuerdos son como un lastre... O eres muy fuerte y puedes cargar con ellos sobre tus espaldas... o acaban por impedir que avances...

- ¿Quién eres tu?

- Lo sé, quien soy yo para opinar...

- No, me refiero... ¿Quién eres tu? Por ejemplo, yo soy Yaakov Kav del clan Vetivk.

- Bien, yo soy Zuhurne Zaken... pero ya no pertenezco a ningún clan... aunque pertenecí al clan Daahem... pero escapé...

- ¿Los muertos también se alzaron en tu clan?

- Más o menos...

domingo, 22 de abril de 2012

¡Recuerda! (2)

Entre delirios, Yaakov Kav, volvió tres meses atrás, a Hatzad, en el Condado de Hatzadikim, ante una multitud trastornada que le cerraba el paso, su mente no podía retroceder más, estaba bloqueada. Recordaba, como angustiado, avanzaba entre los escombros, hiriéndose la piel rozándose con los cascotes. A sus espaldas, podía sentir como se aproximaba el aliento de la muerte. Y ante él, ya no veía personas, sólo obstáculos.
Sabía que cada individuo que sobrepasaba, caía en las fauces de los seres que les perseguían, capaces de separar las extremidades del cuerpo de uno, sin el menor esfuerzo, y de arrancar generosos trozos de carne, con el agarre de sus mordiscos. No había cabida para la compasión, e ir en busca de los rezagados, o cargar con heridos que terminaban siendo un lastre, pues sólo se retrasaba lo inevitable, pues acababan abandonados, convirtiéndose en obstáculos.

Él mismo, había arrastrado a un pobre moribundo que le había agotado, y había visto con sus propios ojos, como había sido devorado. Ahora, con los músculos entumecidos, tenía que seguir adelante sino quería correr la misma suerte. Pero había perdido una oportunidad valiosa de huir, por haber cometido un acto inútil, que había hecho peligrar su vida.

Por eso los tenía tan cerca, pues estaba al final de todo, donde había un tumulto de gentes formado por los más desfavorecidos, los paralizados por el terror, los que todavía no habían aprendido la lección y desconocían la magnitud de la tragedia y se dedicaban a ayudar a los demás o a buscar sus seres queridos entre los escombros, los que no podían más y se daban por vencidos, y los que luchaban pero se arrastraban por el suelo, algunos ya agonizantes, abriéndose paso a trompicones, sin miramientos, pues sabían muy bien que ocurriría si se detenían, simplemente girarse y era enfrentarse a ellos, detrás sólo estaba la muerte, y ya llevaban horas escuchándola, como en una tormenta, apenas había distancia entre el rayo y el trueno.

Trastocado, como si cruzara un bosquecillo de juncos de puntas afiladas, de gruesos troncos, se exasperaba encrespado por la cantidad de golpes emitidos y recibidos. Se movía extenuado, desorientado, salpicado de sangre, sin saber si era suya o de otros. Conmocionado, descompuesto al ver piernas partidas, heridas abiertas, donde emanaba sangre a borbotones y afloraban los huesos, fruto de la huida en estampida.

En el fondo, Yaakov, comprendía tanto desorden, pues comparado con lo que dejaban atrás, cuerpos mutilados, costillas abiertas de par en par, decapitaciones, mandíbulas desencajadas, córneas vacías, lenguas arrancadas, cerebros desgajados, fruto de la violencia de esos seres que les perseguían, era lógico, que sólo valiera el sálvese quien pueda. Se despertó tal sentimiento de horror, que incluso Yaakov pudo observar como una madre, utilizaba a su propio hijo como carnaza, para poder avanzar unos metros y escapar del peligro. Algunos usaban los heridos como escudos, otros se peleaban, pero los seres monstruosos les rodeaban y les reducían a restos de carne desgajada entre sus dientes.

Le espantaba que le cercenaran las orejas, o los dedos de pies y manos, o los testículos. Estaba tan horripilado, que cada vez, podía sentir que estaban más lejos. Había comenzado a embestir a la gente que no le dejaba pasar, se habían metido por una callejuela que había formado un tubo, y estaba completamente congestionado, estaba en medio, de un montón de gente, se sentía asfixiado, sin poder dar un paso más.

En lugar de ir hacia delante, fue hacia un lado, con la esperanza de que al haber tal multitud de gente a su alrededor, los monstruos estarían entretenidos un buen rato. Le daba pánico aventurarse, pero reconocía que permanecer quieto, era una mala idea. Algunos, al verlo, empezaron a moverse en su misma dirección, hacía las viviendas, y empezaron a descongestionar la calle. Provocando que la muchedumbre que había detrás, convertida en carnaza, corrieran despavoridas en todas direcciones, dejando el paso libre a sus perseguidores.

Yaakov seguía a lo suyo, sólo veía una puerta abierta frente sí, y estaba a dos metros, había hueco para llegar, tras la movilización del gentío, aunque tenía que recorrer ese espacio a hostias, pero al menos, podía avanzar y eso le reconfortaba. No se atrevía a mirar atrás, sólo importaba lo que tenía enfrente.

Sabía que en su interior había algo, pero lo había bloqueado, y tras la aparición de esos seres, y como se subvirtieron las cosas, no hubo tiempo para la recapacitación, el razonamiento, ni por lo visto el altruismo, pues el traspaso a la otra vida, llegaba de una forma brutal y dolorosa, humillante y agónica. No había normas de conducta ante tal hostilidad, ni habían sido preparados para enfrentarse a dichos acontecimientos.

Abstraído, Yaakov, intentó orientarse de nuevo, analizando todo el trayecto que había recorrido hasta llegar allí, intentando recordar donde podían estar ubicados esos seres, para saber cual sería la mejor opción, reconocía, que no tenía que haber abandonado el anterior camino, pues ellos mismos se habían ocupado de refrenarlos al convertirse en carnaza, pero ahora, que se había separado del grupo, temía encontrárselos de sopetón.

Se preguntaba si llegaría ayuda del exterior, o si él escaparía. O si los otros Condados habían caído. No sabía que le esperaba fuera. Yaakov, que hasta ahora había sido feliz, con su familia, con solícito padre, entrañable esposa en cinta, y algo en su cabeza que no podía identificar, había quedado atrás, sólo importaba el presente.

Accedió a la vivienda, en compañía, pero decidieron trabar la puerta al ver que no venía más gente, pues era demasiado tarde para ellos. Exaltado, sin tiempo que perder, fue con los otros al jardín, pero ni el olor a menta, manzanilla, mirto, azahar que iba detectando, podía borrar, el hedor que se había impregnado en su ser. Descartó mirar por alguna ventana del interior, pues le parecía una ratonera. Yaakov sólo quería cubrir todas las entradas y salidas del jardín, y salir de allí cuanto antes.

Conocía la casa, en cierta manera, conocía todas, pues era habitual reunirse, incluso, era amigo de las personas con las que estaba, y ahora se trataban como desconocidos. Estaba enfrente del cinamomo, pensando como actuar, pronto llegarían, tal vez deberían asomar la cabeza sobre los muros, cubiertos de jazmines trepadores. Empezó a calmarse con el sonido de la fuente, rodeado por los cipreses.

Pronto vio el palomar, ninguno de ellos había visto ningún animal hasta ahora. Aunque podían a ver mimetizado con la naturaleza con anterioridad, con el agua de las acequias, pero estaba corrompida por la sangre. Yaakov aproximó una de sus manos sobre una de las palomas, y se transformó, y batió sus alas hasta posarse sobre la fuente, le contemplaban atónito. Ya se oían los gritos, chillidos, pues un gran tumulto se abalanzaba sobre ellos.

Yaakov no podía creerse que le observaran perplejos, y a la vez despavoridos, no comprendía que no adoptaran su misma estrategia de escape, por que tardaban tanto en transformarse si su padre le había dicho que esa era la habilidad del clan, al que él pertenecía. Yaakov podía sentir como la muerte se avecinaba, mientras le examinaban con gran curiosidad. Yaakov empezó a sentirse como un bicho raro, al ver como clavaban sus ojos en su ser. Por fin, algunos vencieron sus miedos y empezaron a buscar vías de escape, otros se miraron entre ellos compungidos, unos aguardaban expectantes, sin apenas tragar saliva.

Yaakov recordó sus imprudencias de antaño, su cambio de nombre, una tonteria que hizo por su esposa, aunque realmente lo hizo para fastidiar a su padre que no la aceptaba, pues no se creía la historia de que había sido secuestrada de niña, y que finalmente había escapado, y la llamaba despóticamente descendiente de los “Van Jur”. No fue hasta que se quedó en cinta, que pudo demostrar ser una Vetivk, aún así, la esposa de Yaakov, mantuvo su nombre de niña, pues se había acostumbrado, y Yaakov no le obligó a cambiárselo, al contrario, le gustaba su nombre, y le demostró su apoyo, cambiándose el suyo por Yaakov, que era como diría Jakue un Van Jur.

Por unos momentos, sus amigos, que había sentido como desconocidos, ahora volvían a preocuparle. Unos instantes antes, hubiera pasado de ellos y se hubiera largado, pero sólo tenía que estar cerca del palomar. Se destransformó y les preguntó por su capacidad. Ellos le indicaron que como si no lo supiera, pues era reunirse y poner en común los descubrimientos, transmitiendo de generación en generación todos sus conocimientos, obteniendo la inmortalidad a través de la memoria colectiva.

Yaakov vio que se sentían frustrados. Una parte de ellos quería estudiarle, otra quería huir, otra estaba demasiado asustada, aunque todos querían proteger lo que sabían. Pidieron a Yaakov que volviera a transformarse, y así lo hizo, para que advirtiera a los otros Condados, pues sus muertes no eran una catástrofe, si no lo que se perdía con ellas. Ya estaban dentro. Entraron devastándolo todo.

Unos intentaron saltar los muros, cubiertos por jazmines trepadores, alguno lo consiguió. Otros fueron apresados antes de intentarlo. Otros daban círculos por el jardín sin saber a donde ir, otro se escondía silenciosamente en el pabellón aguantando la respiración, privado del embriagador olor que desprendían las rosas trepadoras.

- Yaakov, huye y cuenta lo que ha pasado.

Yaakov volvió a transformarse, echó un último vistazó al horror que se desató en esos muros salpicados de visceras y sangre, y alzó el vuelo. Sus ojos no querían volver a mirar abajo, pues estaban agotados de presenciar tanta masacre y le aterrorizaba perder el control, así que sin perder de vista el frente, se dirigió volando a Guelikim.

domingo, 15 de abril de 2012

¡Recuerda! (1)

ANDROCEO
“El androceo es la estructura reproductora masculina”.
ESTAMBRES
“Los estambres, son masculinos portadores de sacos polínicos que originan los granos de Polen”.
Los estambres pueden ser connatos (Fusionados o unidos en la misma espiral) o adnatos (Fusionados o unidos en más de una espiral).
3 meses después del despertar de los muertos.


- ¿Te incomodo? - Se incomodó. - ¡Qué incómodo!

El insaciable Yaakov Kav, era un Vetivk, clan principal del Estado de Balirke, que formaba parte de la República de Usffia, donde se concentraba el poder judicial de la Republica de Usffia, formada por cinco condados: Vetzavikim, Guelikim, Rhurikim, Hatzadikim y Kadhoskim.

Yaakov Kav era natural de Hatzad, capital del Condado de Hatzadikim, contiguo al de Guelikim. Era un hombre de tez dorada, que aparentaba unos treinta y pocos. No sabía como, pero había acabado vistiendo un mugriento smoking lleno de lamparones, barro, que parecía aguantarse por las manchas, al que le había arrancado las mangas. Una de ellas, la llevaba atada al pelo, para evitar que las gotas de sangre y sudor y el flequillo le cayeran por su rostro de facciones delicadas, pues su cara era algo afeminada. Aunque parecía un ser frágil, por su poca estatura, era más bien, corpulento, contaba con unos buenos pectorales, donde hacía unos meses, reposaba la cabeza de su esposa, mientras la estrechaba entre sus fuertes brazos.

Yaakov Kav, se vio obligado a aprender sobre la marcha, sin descanso, sin poder bajar la guardia, desde que salió volando del Condado de Hatzadikim. Su único equipaje, era una pequeña bolsa roñosa, llena de utensilios, que se había confeccionado con las pieles de algunas de sus presas, de camino al Condado de Vetzavikim, quería llegar a la ciudad de Vetzav. No iba muy cargado, pues no quería agotarse, aunque se iba fortaleciendo por el camino.

Siempre se había considerado un hombre de ciencia. Confiaba más en su mente que en su físico, pero le parecía absurdo, tener que debatir su vida, vestido de etiqueta, escondido entre los árboles. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, aún viéndolo con sus propios ojos redondos, de doble párpado, con la retina hiperpigmentada, y el iris de color miel.

Por fin llegó al condado de Vetzavikim. Estaba cerca del río Daach, aunque apenas podía distinguirlo entre tanta oscuridad. Ese río, era conocido, por ser el lugar donde los nacidos en el clan Vetivk tomaban su primer baño, para purificar su cuerpo y prepararse para la vida, ahora, podía distinguir el contorno de los cuerpos putrefactos en la penumbra, ya que su hedor llegó a él como una impresión arrastrada por la brisa que movía las hojas haciéndolas sonar junto al sonido de la corriente del agua. Hacía mucho calor y necesitaba beber sus dos litros de agua para resistir, y sólo le albergaba hervir el agua del río lleno de cadáveres putrefactos. Era consciente, que el ejército, también necesitaría abastecerse de agua, con lo cual, debía ir con cuidado, debía evitar cualquier encontronazo con alguna patrulla a lo largo del cauce de ese río, pues desconocía cualquier técnica de lucha. Con lo cual, era peligroso encender una pequeña hoguera para potabilizar el agua, tal vez, debería arriesgarse y bebérsela tal y como estaba. Aunque sabía cazar, reconocía que estaba en inferioridad de condiciones ante un escuadrón del ejército, preparado para responder ante cualquier tipo de amenaza, y él era una, insignificante. Tenía que pasar inadvertido, y no sabía como, vestido de smoking, como si fuera a asistir a una cena de alto copete.

Vio un árbol, con un arbusto, y se agazapó junto a él, poco a poco se fue introduciendo dentro, intentando hacer el menor ruido posible. El arbusto estaba lleno de bayas, las fue recolectando, una a una se las fue introduciendo en la boca. Le dieron sed. Sudores. Dolor de cabeza. Retortijones. El Río Daach estaba cerca, podía escuchar el rumor del agua a sus espaldas. La tierra estaba húmeda. Podía arañarla y sentir la humedad bajo sus uñas. Le quemaba el esófago. Quería salir fuera. Puso atención, a una serie de pisadas a su alrededor, que se le acercaban. Sintió el deseo de levantarse y correr hacia el río, pero sabía que era un suicidio. El arbusto le enclaustraba como una cárcel, como su cuerpo enclaustraba su mente por la fiebre.

domingo, 8 de abril de 2012

¡Mortecino!

Sus dulces entrañas se habían desparramado sobre el suelo. Apenas tenía fuerzas para moverse, así que se quedó contemplando lo que quedaba a su alcance, un sobre de azúcar, así se sentía él, como ese sobre de azúcar, arrugado, manchado, denigrado, pisoteado, junto a la mugre, pronto sería barrido, y precipitado a la basura.

El moribundo, como ese pobre sobre de azúcar, había estado en una caja, a oscuras, junto a sus hermanos, hasta que había visto la luz, hasta que había sido iluminado por ella, pero por que le habían vaciado las entrañas.

Sus ojos no podían dejar de mirar ese sobre de azúcar, en ese instante que se eternizaba, ese último instante, su último instante. Sentía su piel, acartonada y arrugada como la del sobre de azúcar, no podía moverse, ni palparse, pero se descubría, en el magullado, gris brillante y oscuro, que languidecía ante él.

En ese momento, se sintió tan pequeño, como si pudiera guarecerse dentro de ese sobre de azúcar que se convirtió en un vasto universo, y los restos cristalinos que quedaban, en pequeños meteoritos transparentes. El rugoso papel del sobre de azúcar, se convertía en una amplia sábana, que le cubría y le protegía en su nuevo camino, se enredaba en él, y daba vueltas, convulso, sin dejar de mirarlo, pero regresaba y se sorprendía al verse otra vez, tendido, en su agonía, contemplando un simple sobre de azúcar.

Se sentía diminuto. Muchas veces se había planteado en cuantas partes podía dividirse, el universo que había en él, y el universo que había fuera de él. Eso, más de una vez, le había hecho perder la cabeza. Demasiado pensar, escribir, encerrarse en si mismo, y cuando trataba de expresar lo que tenía dentro, se sentía impotente, las palabras se quedaban estancadas es su garganta, cuantas veces le hubiese gustado beberse algo corrosivo para que al menos hubiesen desaparecido de su gaznate. Cuantas veces, hubiese deseado tomarse algo fuerte para que hubiesen desaparecido de su mente. Pero siempre estaban allí, las ideas, las palabras, repicando en su mente, haciéndole parecer cada vez, más autista. Cuando hablaba, se atascaba, haciéndole parecer tonto, tartamudo, se sentía estúpido, y eso le hacía recluirse cada vez más, distanciarse, no quería saber nada de nadie, se sumía en un mutismo, le costaba relacionarse.

Zuhurne Zaken le echó un último vistazo, le dio una puntada de pie para ver si reaccionaba. Eso provocó que cambiara de posición y el moribundo dejó de ver el sobre de azúcar y todo el universo que le rodeaba. El moribundo seguía luchando, parecía tener algo por lo que vivir, no quería dejar de vivir, seguía aguantando. Zuhurne Zaken se agachó junto a él, luego cogió con delicadeza su cabeza con ambas manos, y con un dulce balanceo le partió el cuello, inconscientemente acarició la mejilla del moribundo, haciendo que se ladeara hacia donde yacía el estrujado sobre de azúcar, ambos, permanecían tumbados, en el suelo, sin aliento, como cáscaras vacías, esperando que el tiempo los barriera de la faz de la tierra.

Vlasta Sklavinsky vio salir a Zaken del bar, todavía no entendía por que no había querido que la acompañara, era su primera misión, tenía que cubrirla, pero Zaken decía que no necesitaba ayuda que no era ninguna novata, así que prefirió no contradecirla y esperarla fuera, tampoco se demoró mucho ni armó mucho escándalo, fue visto y no visto, y eso que decidió pillar a los sospechosos en un lugar público, aunque las reuniones clandestinas se celebraban en ese bar, y en ese momento no estuviera abierto al público.

Zaken dio el ok con la cabeza a Sklavinsky, y ésta llamó para que enviaran un escuadrón de limpieza.

- Sácame de aquí.

De regreso a la base, Zaken permaneció callada, fugazmente le apareció en la mente el pobre moribundo. Zaken sabía que no era uno de los objetivos, que accidentalmente había aparecido allí y que se había llevado las balas que iban dirigidas a ella, por que lo había usado de escudo. Se convirtió en un instrumento en sus manos, lo utilizó, es lo que tenía más cerca, allí estaba él, Sklavinsky no impidió que entrara, nadie lo hizo, él mismo lo hizo por su propio pie, él mismo se entregó a ese fin, entró como un suicida, como si implorara ser convertido en carnaza para los lobos, y estos le desgajaron la carne y le devoraron las entrañas sin apenas masticarlo, y mientras despedazaban al pobre iluso, Zaken, acabó con ellos.

Pero a quien le importaba, nadie iba a pedir responsabilidades, la policía no sabría lo ocurrido, el escuadrón de limpieza borraría lo sucedido. Zaken, no mató al tipo, él sólo se lanzó a su muerte cuando guió sus pasos a ese antro, y se enfrentó cara a cara con su destino, Zaken lo único que hizo fue a cortar su agonía, cerrar el interruptor, para que dejara de sufrir, por que parecía estar sufriendo, tal vez no, quizás estaba teniendo el pensamiento más profundo jamás vivido, y Zaken lo había arrancado de él, pero Zaken no podía saberlo por que no podía penetrar en su mente, sólo lo veía convulsionarse y retorcerse y como debía marcharse y no dejar testigos, no podía dejarle así, no por él, sino por ella. Si él le importaba un pimiento. Si no se sentía culpable, ni responsable, ni nada por el estilo, se decía que todo tenía un sentido, causa y efecto, que cada uno debía responsabilizarse de sus actos y que debía ser consciente de ellos, estaba ensimismada en sus pensamientos, hasta que Sklavinsky la arrancó de su mente.

- ¿En que piensas?

- Nada, estoy aburrida.

domingo, 1 de abril de 2012

¡Ovario!

OVARIO
“El ovario, es la cavidad que encierra a los óvulos que han de ser fecundados por el polen masculino”.

3 meses después del despertar de los muertos.
Zuhurne Zaken y su fiero can de ofita, se escondían en un bosque de eucalipto dentro del Condado de Vetzavikim, en el estado de Balirke, una de las más importantes zonas de la República de Usffia. Pero más que a eucalipto, le venía el fresco olor a limón. El clima era húmedo, y aunque no entraba nada de sol, y aunque todo estaba a la sombra, no hacía nada de frío, al contrario, a Zaken se le estaba pegando el quitón de lana, al cuerpo, y se estaba asando lentamente, junto a Illich, dentro de ese cerco de altivos eucaliptos, que se perdían en el cielo, sólo dejaban a la vista, sus rectos troncos, de corteza lisa, moteados con un tono cobrizo, dejando fuera de su alcance, sus leñosos frutos ovoides, pues permanecían aferrados, a las ramas más altas, donde abundaban las flores blancas.
Estaba rodeada de hojas, ramas, y debajo de ellas, se extendía un mundo orgánico del que deseaba extraer algún provecho, sin embargo, aunque el hambre era implacable, puesto que ni ella ni el can, habían rendido ningún homenaje a sus estómagos, desde hacía horas, y lo último que recordaba haber chupeteado era un sabroso palo cubierto de crujientes hormigas. Estaba anocheciendo, y no le apetecía ponerse a forzar la vista entre la maleza, pues le resultaba más importante, improvisar un refugio donde ocultarse.
Construyeron una cama con unas ramas que arrancaron de uno y otras que habían por el suelo, e hicieron un gran manto con sus hojas, luego hicieron un techo con un segundo grupo de ramas que ataron con trepadoras, fructíferas por la humedad y por lo cerca que estaban del río. Una vez, terminaron con la cama improvisada, encendieron la hoguera, y se metieron dentro, sin miedo a que les cayera una buena, mientras dormían.
Regresó al año pasado, a Mickjad, en sueños, otro de los Estados de la República de Usffia, aunque no tan grande como Balirke. Mientras el clan de Balirke se ocupaba de administrar justicia en la sociedad formada por la República y de la Diplomacia (Relaciones entre la Republica y el Exterior y la consecuente firma de tratados), los del clan de Mickjad, eran responsables de dictar y hacer cumplir las leyes aprobadas por el gobierno de Usffia, defendiendo a la República de ser invadida o dominada por las malas relaciones que pudieran originarse entre la República y el Exterior, siendo responsables de las declaraciones de guerra.
Mickjad, estaba formada por tres Condados: Daahikim, Halavikim y Iatokim. Zaken, había pasado su infancia de instrucción en la ciudad de Daahvod, capital del Estado de Mickjad, que se encontraba en el Condado de Daahikim. Allí, se enviaban, tanto los niños como las niñas de cinco años, del clan Daahem, para ser iniciados en el arte de la guerra. A los diez años, las niñas procedentes del Condado de Halavikim, eran enviadas de vuelta para ser probadas ante sus madres. Si poseían el Don principal del clan Daahem, regresaban a Daahvod para seguir con su adiestramiento, como el resto de niños y niñas de su edad. Sin embargo, si carecían del Don principal del clan Daahem, como en el caso de Zaken, eran obligadas a quedarse en el condado de Halavikim, concentrándose en el núcleo urbano de Halaved, para ser instruidas por sus madres como Hieródulas.
Todos los miembros de la República, eran conscientes del duro entrenamiento al que estaban obligados los niños y niñas de Mickjad. Incluso, algunos niños y niñas del Clan de Balirke eran enviados a Daahvod, en unas instalaciones especiales, para convertirse en futuros miembros de la policía judicial, para así poder prestar servicio al poder judicial, confiado en Balirke. No sólo, eran adiestrados como soldados, sino que eran educados en las artes de su propia especie.
Tanto los niños del Clan Daahem, como el grupo de niños seleccionados del clan de Balirke, entre otros niños de otros clanes pertenecientes a la República de Usffia, o procedentes de las relaciones mantenidas por la República con el exterior, que iniciaban su formación en Daahvod, eran tratados con igualdad. Se les rapaba el pelo, se les vestía con correas de donde colgaban anillas por donde pasaban cadenas que les inmovilizaban durante el sueño. Se les imponía una dieta entomofágica estricta, que consistía en la ingesta de saltamontes, larvas (sobretodo de avispa), libélulas, orugas, gusanos, hormigas y arácnidos. Y se evaluaba periódicamente la funcionalidad de su conducta.
Zaken creció bajo esas condiciones, hasta que a los diez años, regresó a Halaved, junto a su madre, que acababa de conocer. Dejó atrás su adiestramiento de soldado, aunque siguió con su aprendizaje en el campo de las artes marciales para poder defenderse. Las Hieródulas, eran considerados, los personajes más importantes de la República, aunque su existencia se mantenía en secreto. Sólo conocían de su existencia, las gentes del clan de Daahem (al que pertenecían) y algunos personajes destacados de otros clanes pertenecientes a la República.
La misión de una Hieródula era la de ser madre, pues eran las únicas mujeres capaces de dar descendencia viable a seres de otras especies, Pudiendo repoblar zonas que habían padecido una gran mortandad. El número de Hieródulas, era escaso, con lo cual, no sólo eran protegidas, sino que se las enseñaba a protegerse, por eso no se hacían distinciones en el nacimiento, y para evitar dichas distinciones, no se probaba a las niñas, hasta los diez años, para ser tratadas con la misma dureza con la que trataban al resto.
Cada Hieródula, era protegida por un can de ofita. A los diez años, cada una, recibía al cachorro del que debía hacerse cargo y con el que debía dormir para que éste fuera acostumbrándose a su olor, y así, poder localizarla en la distancia. Era la única forma conocida, para crear vínculos afectivos entre la Hieródula y el can, evitando que el can, se revolviera contra la Hieródula que debía proteger, causándole la muerte.
Para que la relación fuera fructífera, el cachorro debía ser entregado desde la niñez.  Anteriormente, y por desconocimiento, se habían aprovechado los canes de otras Hieródulas que habían muerto, ya fuera en el parto,  enfermedad o la propia vejez, para así aprovechar el animal, pero a la larga, habían dado nefastos resultados, como que el animal en un ataque de furia había acabado con la vida de la nueva Hieródula que tenía a cargo. También, se había intentado dar a mujeres que habían perdido un can de ofita, un nuevo cachorro, pero éste no las aceptaba, porque parecía ser, que quedaba en ellas, una especie de olor residual del anterior can, que crispaba al nuevo cachorro.
Zaken recibió su cachorro, a los diez años, como cualquier otra Hieródula. Illich, su can, era bastante fiero, pero no se quejó por que sabía que tanto ella como el can, serían sacrificados. Si la Hieródula moría, el can de ofita era sacrificado e ingerido junto a ella. Y si el can moría, entonces era la Hieródula la que debía ser sacrificada e ingerida junto al can, puesto que no podía ser protegida por uno nuevo.
Los Daahem se comían a sus muertos. Esta costumbre se inició en los campos de batalla, tras ser emboscados, perseguidos y asediados. La muerte se acumulaba a su alrededor, aunque ya habían quemado a sus muertos por miedo a una epidemia, pero por falta de víveres tuvieron que sacrificar a los más débiles para que fueran su alimento, bajo la atónita mirada de sus enemigos. Pronto, fueron sus enemigos los sacrificados, pues no hacían prisioneros, y gustaban de grandes celebraciones, con grandes cenas. Tras ese asedio, sobrevivió lo mejor de Daahem y esos seres fueron los que perpetuaron la especie.
Ya desde antaño al clan Daahem se le consideraba un clan Belicoso, y tras el asedio, su fama se había incrementado. Incluso se decía, que ellos solos podrían con el Ejército de Addus, pero el Reino de Addus había establecido alianzas con otros Reinos y ahora la República temía por un ataque a ultranza.  El clan Daahem, lo formaban seres fuertes, belicosos y audaces, algunos pocos, habían demostrado ser astutos e inteligentes, logrando grandes cargos en el ejército de Mickjad.
Las Hieródulas, aunque solían ser astutas e inteligentes, no podían ocupar cargos en el ejército, aunque alguna vez, habían conseguido el puesto de consejeras, cargo que les permitía abandonar Halaved, aunque en contadas ocasiones. No todas las Hieródulas, conseguían los mismos privilegios, pues algunas eran incapaces de controlar su voluptuosidad y concupiscencia, y se abandonaban a los vicios, y los placeres sexuales, una vez, iniciadas como madres.
Pocas mantenían un carácter fuerte, templado, prudente y justo, pues se convertían en seres castradores, orgullosos, negligentes, despiadados, desordenados, ávidos de carne. Muchas, llegaban a ser sacrificadas, por su carácter trastornado, tras caer en la trampa de la falsa libertad, proporcionado por el desequilibrado estado de placer y displacer que las consumía en un tedioso sufrimiento del que ansiaban despegarse. Pues habían pasado a ser seres emocionales que se hundían en terribles depresiones.
A Zaken, ser una Hieródula, le resultó ser un castigo. De los diez a los quince años las futuras Hieródulas eran recluidas en unas instalaciones para su instrucción específica para estar en óptimas condiciones para cuando llegara el momento de su iniciación. A los quince años, fue iniciada como madre, entregándose al sexo con otros chicos y chicas (poseyeran éstas, o no, el don principal) de Daahem. Solía ser habitual, el sexo en grupo, para incitar a la madre, pues sólo quedaba embarazada, si la Hieródula, estaba lo suficiente excitada como para dejar fructificar las simientes con las que era fecundada. Zaken, al principio, logró dejarse llevar por la excitación, incluso, llegó a disfrutar de las primerizas sesiones de sexo en grupo, copulando con todos los participantes tal y como dictaba la ley.  Pero a medida que iba pasando el tiempo, invirtiéndolo en esas prácticas, una y otra vez, probándolo todo, y acabando siempre con todo el cuerpo cubierto de esperma, y encima, sin quedar embaraza, lo que en un principio parecía ser algo emocionante, acabó siendo un agobio.
Poco a poco, fue desarrollando una especie de enfermedad que guardó en secreto, puesto que la principal función de la Hieródula era la de procrear, y si no podía hacerlo, tal vez, fuera sacrificada, si no demostraba otras aptitudes. Muchas veces, creyó no ser una Hieródula, y que se habían equivocado el día de la prueba, y que había sido obligada a vivir una vida que no le pertenecía. A partir de los dieciséis, empezó a no sentir nada. Pero no era un tema psicológico, era un tema físico, aunque desconocía si era originado por algún bloqueo emocional. Muchas veces, se hería y hasta que no veía la herida, no se daba cuenta de que se había hecho daño.
Había destacado en los entrenamientos, por su aguante en los combates cuerpo a cuerpo. Si hubiese sentido dolor, este le hubiese alertado del peligro, incluso, se hubiese quedado inconsciente, antes de que fuera demasiado tarde, teniendo la oportunidad, de recuperarse, pues hubiese sufrido un descenso gradual en sus capacidades, pero como era incapaz de sentir dolor, no padecía de esa alerta ni de ese descenso gradual, sino que de repente, se colapsaba, llegando a estar al borde de la muerte. Por suerte, sus entrenadores lo achacaban a su entrega en la lucha, y no le daban mayor importancia.
No podía evitar observar como los vientres de las Hieródulas de su alrededor estaban aumentando, pero el suyo seguía igual, su vientre estaba plano, seguía sin quedarse embarazada, y su madre comenzaba a sospechar. Los del clan, se esforzaban en crear vínculos entre las Hieródulas y sus canes, pero no entre las Hieródulas y sus madres, sin embargo, si que conocían su función: las madres “ser madres” y los canes “proteger a las madres”.
Su madre ingresó en el templo, era su cuarto embarazo, desde que inició a Zaken, como madre, a los quince años. Zaken temía por su vida, creía que su madre la denunciaría en el templo, manifestando que su hija no podía cumplir con su función materna, con lo cual, tanto ella como Illich acabarían sacrificados. Zaken no podía verificar sus sospechas, así que decidió aprovechar la ausencia de su madre, para irse de Halaved, esa misma noche.
Su madre estaba custodiada en el templo, entre cánticos, dietas, baños, ejercicios, actividades, preparándose para el alumbramiento. Era mimada con sumo cuidado. Todas las parturientas que morían en el parto eran simplemente omitidas del resto, como si nunca hubiesen existido. Se intentaba evitar que las madres o las futuras madres confraternizaran entre si, para no echarse en falta luego. Una vez, nacían los bebes, se quedaban unos días en el templo donde se le hacían unas cuantas pruebas exhaustivas y luego, eran enviados a Iatom, capital del Condado de Iatokim.
Cuando Zaken salía por el pasillo, una sombra la interceptó, Illich, fue rápido y sigiloso, en su lucha. Se escuchó el sonido del crujir de huesos y el chapoteo de la sangre. En la penumbra, se podía apreciar, como la carne desgajada que había en las paredes se iba deslizando hacía el suelo. Entre las sombras, Zaken emitió un grito ahogado, mientras apresaba su puñal, impoluto, encogida, en un rincón, tras Illich. Sabía que había alguien más, dos bultos, pero desconocía de quien eran. El suelo estaba cubierto de pedazos de carne, empapados de sangre, pero sus ojos se estaban acostumbrando a las tinieblas. Reconoció el contorno del cuerpo de su madre, todavía embarazada, y a unos metros,  el cuerpo sin vida de su can de ofita. Sabía que no era responsable de sus muertes, pero no podía decir lo mismo sobre su can, con lo cual, si él era sacrificado por ellas, ella sería sacrificada junto a él, como dictaba la ley.
-         ¡Gracias, Illich! – soltó, al desplomarse sobre las vísceras de su madre.
Le pareció ver una mano chiquitita asomarse por la herida de su madre, que intentó recolocar, metiendo su mano por la herida abierta de su vientre, quedando su escuálido cuerpo, pintado de un húmedo rojo intenso, dedicó tanto tiempo a ese estúpido esfuerzo, que la capa de sangre que la cubría, empezó a secarse, convirtiéndose en una especie de costra.
Descubrió su reflejo, estaba todo su cuerpo cubierto de sangre reseca, y apenas se veía en la oscuridad, decidió embadurnarse todo el cuerpo, para confundirse con la noche, debía salir de la ciudad, había decidido ir al condado de Iatokim, desde allí, podría llegar al Estado de Balirke.
Algo la despertó.