“¿Puedo devolverle la vida a los muertos, Anciano? Pues que los muertos, se alcen, y se conviertan en muertos vivientes, cuya finalidad sea la de alimentarse de los vivos, y que éstos al morir, se alcen y se conviertan en muertos vivientes, que se alimenten de los seres vivos restantes, hasta que el manto de la negra noche, cubra los ojos del último ser vivo. Sólo así, los muertos vivientes, se sentirán saciados y podrán volver a su reposo, para toda la eternidad.”
Yaakov cometió un error, fue al
monte de Itbah y abandonó a Dunixe van Jur su esposa, por una expedición en el
sexto mes de su embarazo. Tampoco escuchó a Otsobi Kav, su anciano padre, que
últimamente, padecía de unos pequeños ataques, que parecía que le nublaban la
visión. Se quedaba en trance, y los ojos parecían cubiertos, con una fina capa
de líquido fluorescente, y los músculos se le quedaban entumecidos por una
fracción de segundo, que parecía que le desconectaban de la realidad exterior.
Cuando, Yaakov llegó a la ciudad
al cabo de un mes, su mujer estaba encerrada en su cuarto. Su padre, no atendía
a razones, decía que era por su bien. Yaakov, le preocupaba la salud de su
esposa y de su hijo, pero por lo visto, Dunixe, ya había dado a luz, hacía unos
días, pero le impedían acceder a la habitación, alegando cuestiones médicas.
Yaakov no podía evitar mostrar su
impaciencia, temía que su esposa se sintiera poco respaldada por él. Quería que
Dunixe y su hijo, pudieran sentir su apoyo, su calor, pero tampoco deseaba
ponerlos en peligro por una posible infección por si se colaba a hurtadillas en
la habitación, así que procuró hacer todo lo que le dictaba su padre, para
preservar la integridad física y mental de ambos.
Pasaban los días, pero Otsobi, su
padre, seguía sin permitir verlos, y eso le mosqueaba. Aumentaron las
profesiones de gentes desconocidas, entraba y salían personas extrañas en la
habitación de Dunixe, a la que oía vociferar, pero sin embargo, habían cesado,
los llantos del bebe, eran ausentes, desde hacía dos días, y no se atrevió a preguntar
el por que.
De repente, Dunixe empezó a
gritar. Y cinco personas salieron corriendo asustadas. Sólo quedaron ellos
tres, Otsobi, Yaakov y Dunixe. Yaakov no pudo más, y al final entró en la
habitación, y allí estaba, Dunixe, atada en la cama. Su primer impulso fue
correr hacia ella y desatarla, pero Otsobi, su propio padre, le empujó, quería
evitarlo, no podía permitir que su hijo la desatara. Yaakov, se quedó inmóvil,
atónito, sin saber como actuar, ante las dos personas que más quería, sin saber
que decidir, le faltaban datos.
Dunixe estaba histérica, atada en
la cama, inmovilizada, desnutrida, con el pelo desaliñado, con los ojos
ojerosos, sucia, con moretones, arañazos. Yaakov, no podía creer que su padre,
le hubiese hecho eso a su esposa, tenía que liberarla. Cuando se acercó a ella,
su padre, le golpeó por detrás, en la cabeza, y cayó sin sentido.
Cuando despertó, Dunixe estaba
rota en lágrimas. Yaakov también lloraba. Lloraba por que ella lloraba. No
podía hacer nada. Se sentía impotente. Ella estaba atada. Él estaba atado, en
un rincón del suelo. No podía ver a su hijo recién nacido, ni escucharlo. Ni
podía ver ni escuchar a su padre.
-
Dunixe,
¿Qué ha pasado?
-
Tu
padre es un descerebrado.
Dunixe empezó a rasgarse los
trozos del vestido ya hecho jirones, al forcejear con las correas, mientras se
desgañitaba furiosa, recordando los días anteriores, mientras intentaba golpear
la cabeza contra la pared, pero se iba quedando sin fuerzas y solo le quedó
aliento para levantar la cabeza unos centímetros, eso la exasperó más y más, se
revolvió sacando fuerzas renovadas para chillar, desgarrándose las cuerdas
vocales, atragantándose con una flema, mientras se le resecaban las cuerdas
vocales, podía sentir como se le apagaba la voz.
-
¿Por
qué te ha atado?
-
Tu
padre es un descerebrado.
No podía sacar nada en claro de Dunixe,
que era un manantial de lágrimas, no paraba de repetir lo mismo. Sus largos
cabellos negros alborotados le cubrían la pálida cara amoratada. Tenía restos
de sangre en la comisura de los labios, de habérselos mordisqueado. Temblaba.
Dejó de gritar, como si algo le apretara la garganta. Dejo de hablar. De
intentar comunicarse. Se encerró en si misma. Se quedó con los ojos abiertos. Sus
ojos grisáceos le miraban con crudeza. Yaakov recordaba su tez pálida de
mejillas sonrosadas y labios de color cereza, esos labios que tantas veces
había besado, cuanto amor había emanado de ellos. Dunixe, era un poco más alta
que él, debía medir un metro setenta y cinco, delgada, fibrosa, con la piel que
parecía de terciopelo, aunque ahora, estaba manchada por los golpes, la sangre,
los arañazos, los roces de las ataduras, la violencia de la cautividad.
Otsobi le arrojó un cubo de agua
sobre la cabeza. Yaakob se intentó incorporar apoyando la espalda sobre la
pared. Detrás de su padre, distinguió la silueta de Dunixe, que le miraba
agónicamente, y recordó sus frías palabras: “Tu padre es un descerebrado”. Pero
no se atrevía, no tenía fuerzas para conocer la verdad, tampoco se sentía capaz
de creérsela. ¿Se había perdido algo al volver de Itbah?
Finalmente, tenía que preguntarlo,
Dunixe seguía detrás de su padre, con una extraña mueca parecida a la
enajenación. Algo había sucedido en su ausencia. Tenía que averiguar el que.
Podrían ser muchas cosas. Quizás el bebe había muerto en su nacimiento y su
padre no se atrevía a comunicárselo por que su anterior esposa e hijo murieron
en el parto y a Yaakov le costó superarlo, y eso había agravado la depresión
post-parto que padecían algunas mujeres después de alumbrar.
Otsobi sabía que no podía retrasar
la conversación con su hijo, tenía que contárselo todo. Pero no sólo, lo que
había pasado con Dunixe, sino que tenía que hablarle de su anterior esposa y su
hijo, e incluso le tendría que hablar de su madre, le tendría que hablar de
tantas cosas, tal vez, no tenía que haberse demorado tanto en informarle de lo
que habían estado tramando los clanes de la República de Usffia. Por que tantas
investigaciones, recopilación de datos, experimentos, por que la crudeza en los
entrenamientos de los soldados, y por que tanto secretismo con el tema de las
Hieródulas.
Para poder mantener esa larga
conversación, Otsobi, decidió llevarse a su hijo a otro lugar. Sabía, que al
pertenecer al clan Vetivk, sus ansias de conocer, mantendrían alejadas las
ideas de evasión o de rescatar a Dunixe, pues antes de actuar, un Vetivk, debía
analizar todos los puntos de vista para obtener buenos resultados, y como
Otsobi, iba a entrar en detalles, en cosas que Yaakov, ni sabía que existían,
Otsobi daba por sentado que tendría toda su atención.
Otsobi empezó a hablarle de las
reuniones que mantenían habitualmente para confrontar las experimentaciones en
el laboratorio. Yaakov, había asistido a esas reuniones, incluso, muchas de
esas reuniones se habían echo en su casa, pues tenía uno de los mejores
laboratorios de Hatzadikim, aunque también era consciente, que había tenido que
ausentarse muchas veces debido a su asistencia requerida en expediciones,
conferencias, seminarios, ferias y congresos. Por lo visto, aprovecharon sus
ausencias para seguir desarrollando, un proyecto, que el desconocía, y que
afectaba a su familia.
Aunque de fondo, seguían
escuchándose los gritos e improperios de Dunixe, Yaakov seguía atendiendo las
explicaciones de su padre. No sabía que le dolía más, si ser el centro de
estudio de un experimento, o desconocer la existencia de dicho experimento. Su
mente estaba llena de preguntas, pero no quería hacerle perder el hilo a su
padre, así que las fue anotando mentalmente para poder soltarlas cuando este
terminara de exponer todo lo que tenía que decirle.
Fueron interrumpidos por unos
portazos, pero Otsobi no tenía intención de abrir la puerta. Quería empezar a
hablarle del experimento, y por que Otsobi se prestó para llevarlo a cabo, pues
el proyecto se inició antes de que naciera Yaakov. Empezó a hablarle de su
viaje a Mickjad, de la elección de su madre en Halaved y su traslado a Hatzad.
Pero antes de que pudiera proseguir, la puerta fue derribada, y ambos se
sobresaltaron. Una parte de ellos, quería seguir manteniendo esa conversación,
pero finalmente, decidieron levantarse para ver que sucedía.
Ante la puerta derribada, había
una nube de polvo, provocada por la caída de la puerta, que se iba
desvaneciendo, poco a poco, se iba dibujando el contorno de una inmensa mujer,
vestía una ajustada túnica negra corta, llevaba un ancho cinturón que le caía
sobre la cadera, donde llevaba grabado con el filo de algo cortante una serie
de líneas verticales. Calzaba unas botas hasta las rodillas, que consistían en una
especie de tela de lana cubierta por tiras de cuero negro.
Otsobi y Yaakov observaron sus
brillantes ojos rosados.