La cena
estaba dispuesta sobre un bloque de cristal pulido situado sobre una estructura
de hierro forjado, de patas bajas. A su alrededor, habían puesto unos cuantos
almohadones, donde Otsobi y Dunixe se tumbaron, el uno frente al otro, con el
banquete en medio. La comida estaba desmenuzada y podía cogerse con las yemas
de los dedos. Cada uno, tenía un cuenco de agua fría con limón y una toallita, para poder asearse. Reinaba el
silencio.
Dunixe devoró
la comida de forma insaciable. Su suegro cocinó exquisitamente. Tomó una copa
de vino, dejándose embriagar por el aroma afrutado que desprendía, la mecía
cálidamente mientras intentaba buscar similitudes, le parecía estar bebiendo
néctar de cereza, miel, incluso dátiles, era tan extraña la embocadura, a veces
dulce, otras amarga, se dejó arrastrar por las sensaciones que se iniciaban en
su paladar hasta quedar adormilada. Otsobi estaba sentado, enfrente de ella. Él
la estaba mirando. El comedor, estaba envuelto en sombras. Sentía frío, un frío
que nacía en su interior, y afloraba en su pálida piel aterciopelada, su largo
pelo negro cubría su rostro y caía sobre sus enormes ojos grisáceos, abiertos
como platos, que seguían observando a Otsobi.
Otsobi se
incorporó, los ojos de Dunixe seguían a Otsobi por toda la habitación, si se
iba a la derecha, miraban a la derecha, si iba a la izquierda, le seguían a la
izquierda. Fuera a donde fuera, sus ojos, iban tras él, como si le pidiera
ayuda, al principio, pero tras percatarse de su indiferencia, empezó a hacerle
responsable de su mal estar. Sólo podía mover sus ojos, su cuerpo no respondía,
era incapaz de moverlo. Encima, su suegro, la ignoraba y eso le perturbaba.
Habían arreglado el Jardín, almorzado, tomado vino, y ella se había quedado
transpuesta, y cuando había despertado, su cuerpo no respondía, sólo veía a
Otsobi, vagar por la habitación, de un lado a otro, sólo sentía su peso, su
cuerpo inerte, y empezó a preguntarse que estaba pasando. Debía ser un estúpido
sueño, del que pronto despertaría.
Perdió la
noción del tiempo, Otsobi seguía sin hacer nada al respecto. No era un sueño.
Pudo observar como su suegro la levantaba y se la llevaba al dormitorio donde
tantas noches había dormido con Yaakov. Seguía paralizada, sin poder
comunicarse con su suegro y decirle que todavía estaba ahí, atrapada en esa
cárcel corpórea. Entonces, ella, empezó a temer lo peor, se empezó a cuestionar
si estaba muerta.
Quizás, él
sabía algo, tal vez, vio algo mientras ella estaba inconsciente. A lo mejor,
des de fuera se percibía algo que ella no podía apreciar, si pudiera ver su
reflejo en un espejo, dejaría de vivir bajo esa incertidumbre, por que ella,
aún no teniendo conciencia de su cuerpo, era consciente de su existencia, no se
sentía muerta, se sentía muy viva, y aún así, podría tener una enorme herida en
la cabeza.
Todo eso
era una locura, si ella estaba muerta, obviamente, intuía que el bebe estaría
muerto, pues dependía de ella, y eso la apenaba, menudo disgusto le había dado
al pobre anciano, y el que le daría a Yaakov. Seguro que ahora su suegro estaba
pensando como decirle a su hijo que su otra esposa y su otro hijo también
habían fallecido.
Le extrañó
que Otsobi la atara a la cama, no tenía intención de ir a ningún sitio, tampoco
creía que pudiera hacerlo, pues había aceptado la situación. A medida que
fueron pasando las horas, un hormigueo se fue apoderando de su cuerpo, cosa que
la trastornó de tal manera, que se agitó, emanando de su boca un estertor que
hizo que se asustara de si misma. Incluso, pudo sentir en su vientre, a su
hijo, cosa que la alteró. Le entró una fuerte tos, acompañada de náuseas y
arcadas, tenía fuertes ganas de vomitar.
Entonces, Dunixe,
pudo verlo, mientras la sujetaba, Otsobi, tenía su cara, frente a la de ella,
pudo ver sus ojos, eran luminiscentes, tal vez fue una ilusión óptica, por la
tenue luz que se colaba por un resquicio de la ventana que chocó justo en el
cristal y se reflejó por una fracción de segundos en contra de sus ojos, pues
estaban en penumbra, y casi no se veía nada, pero los ojos de su suegro, por un
momento se volvieron fluorescentes.
Se quedó
sola a oscuras, en esa habitación, intentando aquietar su mente, pero no podía,
pero debía hacerlo por el bebe, debía calmarse, pero estaba asustada, pero
cuanto más intentaba tranquilizarse, más nerviosa se ponía. Su mente estaba
llena de pensamientos, que no conducían a ninguna parte, quería organizarlos,
estructurarlos, pero eran completamente ilógicos, e intentar ordenarlos
mentalmente, le producían una conducta evitativa, al recapacitar en los hechos,
pues todo apuntaba que su suegro la había intentado envenenar, y que tal acto
podía haber puesto en peligro la salud del feto, con lo cual, la mente de
Dunixe se desvinculaba, entre sudoraciones, mareos, taquicardias, temblores,
escalofríos, etc.
Pero su
suegro siguió visitándola, como si no hubiese pasado nada. La mantenía atada en
la cama. Parecía que lo hacía por su propio bien. Empezó a creer, que era ella
la que había enloquecido, pues fue ella la que vio como se le ponían a él, los
ojos fluorescentes. Se sintió ridícula, por a ver creído por un momento que
estaba muerta, y luego, haber culpado a su suegro por su muerte, por suerte, en
ningún momento, no compartió esas ideas en voz alta, o al menos, no era
consciente de haberlo hecho. Pero su suegro la mantenía en cama, amarrada,
custodiando sus sueños.
Aunque
seguía un poco alterada, se sentía más reconfortada con su suegro a su lado.
Comprendía que la mantuviera atada, pues tenía que protegerla de si misma, todavía
desconocía el por que, quizá, hizo algo, acaso cuando se quedó inconsciente, posiblemente,
por cortesía, no lo contaba, para que no se sintiera avergonzada, e intentaba
ayudarla, de la mejor forma que sabía.
Con el
extraño episodio, el parto se adelantó, y Dunixe se enfrentaba al nacimiento no
llegando al séptimo mes de embarazo, en ausencia de Yaakov. Otsobi llamó a dos
personas para asistir al parto, que se presentaron a la vivienda con todo tipo
de utensilios. Dunixe estaba en cuclillas, en un lado de la habitación, con las
piernas separadas, con las manos apoyadas en las rodillas, su suegro la
sujetaba de pie, por un lado para que no se cayera de espalda, uno de los
asistentes estaba de rodillas al otro. Dunixe, intentaba bascular el coxis
hacia atrás, para que los músculos que rodeaban al bebe, se abrieran. Estaba
completamente dilatada. Podía sentir, como la fuerza de la gravedad, iban
haciendo el resto.
Notaba,
reblandecidas, las articulaciones de la cadera, sintiendo como su bebe se movía
por dentro, abriéndose camino hacia el exterior, ella se movía para que él
pudiera recolocarse y así poder encontrar mejor la salida, hacía fuerza con las
manos y las piernas para ayudarle, al final, se palpó, sintió su cabeza, como
asomaba por el cuello uterino, fue saliendo poco a poco, cubierto por un
liquidó sanguinolento y dorado.
El
asistente, lo tomó en sus brazos y se lo pasó para que pudiera ver al bebe, estaban
conectados, hasta que el asistente los desconectó con un cuchillo, y el bebe
empezó a llorar desconsoladamente, contagiándole esa tristeza a la madre. El
Asistente se lo llevó a otra habitación, donde lo aseó y lo mantuvo en
observación. Otsobi se fue con ellos. La asistente, también quería mantener en
observación a la madre, pues había detectado un leve ataque de ansiedad
acompañado con síntomas como taquicardia, disnea… probablemente producidos por la
anticipación del parto y la ausencia del padre.
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