AVISO

AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 29 de abril de 2012

¡Recuerda! (3)

Parecía que todo estaba tranquilo, cuando fue interceptado por un proyectil, que salió de entre los naranjos y limoneros que conformaban el bosquecillo que se encontraba a las afueras del Condado de Guelikim, conocido como Raslejim. Yaakov, pudo notar, como su cuerpo dejaba de ser el de una paloma, mientras se precipitaba contra el suelo, por suerte no había sido atravesado por ninguna rama.

Yaakov, sintió el frío hocico de un animal sobre su mejilla, mientras se le iba quitando la neblina de los ojos y se volvían a reconfigurar las formas ante sus ojos, parecía que había perdido la conciencia. Estaba tumbado, de lado sobre el suelo, le habían cubierto con hojas, la cara del enorme perro seguía sobre la suya, podía oler su aliento, tal vez, si no hubiese huido de una ciudad envuelta en el horror, le hubiera resultado más temible, y no hubiese intentado erguirse, pero el perro le intimidó, emitiendo un gruñido, luego abrió su boca y colocó sus voraces colmillos alrededor de su cuello.

No pudo evitar zafarse, así que acercó su mano sobre una hormiga que había cerca, pero el perro puso su pata sobre él. Le estaba indicando que sabía donde estaba y que no le dejaría marchar. Yaakov, en esas condiciones no podía escaparse, así que decidió destransformarse otra vez, cuando el perro volvió a levantar la pata con mirada inquisidora. Quedando sentado ante él.

En esa nueva posición pudo advertir que había una mujer, recostada en uno de los naranjos. No podía creer, que esa mujer, pudiera ser dueña de un can de ofita. Por unos segundos, emanó un largo suspiro, había tomado una buena elección, pues si se hubiese convertido en un can de ofita, se hubiese montado una trifulca, en que hubiera perecido. Por otra parte, al convertirse en una hormiga, ya no faltaba explicar, que era la paloma que habían golpeado, por que daba por sentado que habían sido ellos, sobretodo por que ella todavía llevaba la onda de cuero, en la mano.

Le resultaba curioso que no se hubiera sobresaltado por sus transformaciones. Cuando, los de su clan, lo habían hecho, aunque ellos, no podían hacerlo, sin embargo, por lo que había deducido, consideraban como habilidad, ser grandes pensadores, pero en esa ciudad, quien no lo era. Tal vez, esa mujer no se cuestionaba nada, o poseía el don de domesticar a las bestias, y debía considerar que si él se podía transformar en una, podría tenerlo como mascota. En cierto modo, lo había cazado, y para ciertas culturas, él ahora, sería de su propiedad.

Pasó largo tiempo, el perro se había tumbado junto a ella y le hacía de almohada. Aunque parecía que apenas le hacían caso, no quiso tentar la suerte con una tonta huída. A parte, sentía una terrible curiosidad, pues le resultaba peculiar, había oído historias sobre mujeres, de un clan secundario, que eran custodiadas por animales, pero eran tan protegidas, que no se las permitía abandonar sus casas, y era tan secreto, que se desconocía la identidad del clan en que permanecían atadas, aisladas en un solo Condado de una de los Estados, con una única función, perpetuar la especie. Se decía, que sólo la Élite de cada clan de la República de Usffia, conocía su paradero exacto, pues eran las únicas mujeres capaces de procrear con seres de otras especies y darles descendencia. Pero, si el bebe era niña, debían regresarla pasados unos años, para probar a la madre (también conocida como Hieródula) que poseía el don del clan que la había fertilizado, si carecía de dicho don, la niña era obligada a quedarse junto a la madre, para ser instruida como una futura Hieródula.

Sería toda una rareza encontrarse con una de esas mujeres fuera de su Condado, pero tal vez, había padecido lo mismo que él y los suyos en Hatzadikim, con lo cual, se confirmaba, que todo lo que sucedía era una tragedia a gran escala, pues sólo eso podría liberar a la mujer que nacía esclava, incluso, antes de despertar. Quería empezar a llover sobre ella, pues sus preguntas se precipitaban tras sus dientes, golpeándolos, queriendo atravesarlos, y fluir, por el cerco que mantenía cerrado, pues no la quería incomodar. Aún pareciéndole fuerte, y autosuficiente, sólo pensar, que pudiera ser una de esas mujeres, de cuento de juventud, una Hieródula de ensueño, capaz de alimentar la mente de alguien, con sus golpes de cadera, la descubría ante si, como un ser frágil, perdido, que deseaba cuidar.

Deseaba ser el can de ofita, para ser tratado como una almohada, para sentir el peso de su belleza, reconfortante, sobre su lomo. Sus manos pequeñas, delicadas, de dedos diminutos, jugueteaban entre la hierba, fresca, en la que yacían, a distancia, y sólo deseaba, que se recortara, anhelaba reducir el abismo que existía entre ellos. Quería beber de su fuente, alimentarse de su piel nacarada, pero cuando empezó a sentir el flujo de sangre recorriendo su cuerpo, de repente la imagen de Dunixe invadió su mente hasta gobernarla.

- Tus ojos se han ensombrecido. - La muchacha se acercó hasta él.

- Son los recuerdos.

- A veces los recuerdos son como un lastre... O eres muy fuerte y puedes cargar con ellos sobre tus espaldas... o acaban por impedir que avances...

- ¿Quién eres tu?

- Lo sé, quien soy yo para opinar...

- No, me refiero... ¿Quién eres tu? Por ejemplo, yo soy Yaakov Kav del clan Vetivk.

- Bien, yo soy Zuhurne Zaken... pero ya no pertenezco a ningún clan... aunque pertenecí al clan Daahem... pero escapé...

- ¿Los muertos también se alzaron en tu clan?

- Más o menos...

domingo, 22 de abril de 2012

¡Recuerda! (2)

Entre delirios, Yaakov Kav, volvió tres meses atrás, a Hatzad, en el Condado de Hatzadikim, ante una multitud trastornada que le cerraba el paso, su mente no podía retroceder más, estaba bloqueada. Recordaba, como angustiado, avanzaba entre los escombros, hiriéndose la piel rozándose con los cascotes. A sus espaldas, podía sentir como se aproximaba el aliento de la muerte. Y ante él, ya no veía personas, sólo obstáculos.
Sabía que cada individuo que sobrepasaba, caía en las fauces de los seres que les perseguían, capaces de separar las extremidades del cuerpo de uno, sin el menor esfuerzo, y de arrancar generosos trozos de carne, con el agarre de sus mordiscos. No había cabida para la compasión, e ir en busca de los rezagados, o cargar con heridos que terminaban siendo un lastre, pues sólo se retrasaba lo inevitable, pues acababan abandonados, convirtiéndose en obstáculos.

Él mismo, había arrastrado a un pobre moribundo que le había agotado, y había visto con sus propios ojos, como había sido devorado. Ahora, con los músculos entumecidos, tenía que seguir adelante sino quería correr la misma suerte. Pero había perdido una oportunidad valiosa de huir, por haber cometido un acto inútil, que había hecho peligrar su vida.

Por eso los tenía tan cerca, pues estaba al final de todo, donde había un tumulto de gentes formado por los más desfavorecidos, los paralizados por el terror, los que todavía no habían aprendido la lección y desconocían la magnitud de la tragedia y se dedicaban a ayudar a los demás o a buscar sus seres queridos entre los escombros, los que no podían más y se daban por vencidos, y los que luchaban pero se arrastraban por el suelo, algunos ya agonizantes, abriéndose paso a trompicones, sin miramientos, pues sabían muy bien que ocurriría si se detenían, simplemente girarse y era enfrentarse a ellos, detrás sólo estaba la muerte, y ya llevaban horas escuchándola, como en una tormenta, apenas había distancia entre el rayo y el trueno.

Trastocado, como si cruzara un bosquecillo de juncos de puntas afiladas, de gruesos troncos, se exasperaba encrespado por la cantidad de golpes emitidos y recibidos. Se movía extenuado, desorientado, salpicado de sangre, sin saber si era suya o de otros. Conmocionado, descompuesto al ver piernas partidas, heridas abiertas, donde emanaba sangre a borbotones y afloraban los huesos, fruto de la huida en estampida.

En el fondo, Yaakov, comprendía tanto desorden, pues comparado con lo que dejaban atrás, cuerpos mutilados, costillas abiertas de par en par, decapitaciones, mandíbulas desencajadas, córneas vacías, lenguas arrancadas, cerebros desgajados, fruto de la violencia de esos seres que les perseguían, era lógico, que sólo valiera el sálvese quien pueda. Se despertó tal sentimiento de horror, que incluso Yaakov pudo observar como una madre, utilizaba a su propio hijo como carnaza, para poder avanzar unos metros y escapar del peligro. Algunos usaban los heridos como escudos, otros se peleaban, pero los seres monstruosos les rodeaban y les reducían a restos de carne desgajada entre sus dientes.

Le espantaba que le cercenaran las orejas, o los dedos de pies y manos, o los testículos. Estaba tan horripilado, que cada vez, podía sentir que estaban más lejos. Había comenzado a embestir a la gente que no le dejaba pasar, se habían metido por una callejuela que había formado un tubo, y estaba completamente congestionado, estaba en medio, de un montón de gente, se sentía asfixiado, sin poder dar un paso más.

En lugar de ir hacia delante, fue hacia un lado, con la esperanza de que al haber tal multitud de gente a su alrededor, los monstruos estarían entretenidos un buen rato. Le daba pánico aventurarse, pero reconocía que permanecer quieto, era una mala idea. Algunos, al verlo, empezaron a moverse en su misma dirección, hacía las viviendas, y empezaron a descongestionar la calle. Provocando que la muchedumbre que había detrás, convertida en carnaza, corrieran despavoridas en todas direcciones, dejando el paso libre a sus perseguidores.

Yaakov seguía a lo suyo, sólo veía una puerta abierta frente sí, y estaba a dos metros, había hueco para llegar, tras la movilización del gentío, aunque tenía que recorrer ese espacio a hostias, pero al menos, podía avanzar y eso le reconfortaba. No se atrevía a mirar atrás, sólo importaba lo que tenía enfrente.

Sabía que en su interior había algo, pero lo había bloqueado, y tras la aparición de esos seres, y como se subvirtieron las cosas, no hubo tiempo para la recapacitación, el razonamiento, ni por lo visto el altruismo, pues el traspaso a la otra vida, llegaba de una forma brutal y dolorosa, humillante y agónica. No había normas de conducta ante tal hostilidad, ni habían sido preparados para enfrentarse a dichos acontecimientos.

Abstraído, Yaakov, intentó orientarse de nuevo, analizando todo el trayecto que había recorrido hasta llegar allí, intentando recordar donde podían estar ubicados esos seres, para saber cual sería la mejor opción, reconocía, que no tenía que haber abandonado el anterior camino, pues ellos mismos se habían ocupado de refrenarlos al convertirse en carnaza, pero ahora, que se había separado del grupo, temía encontrárselos de sopetón.

Se preguntaba si llegaría ayuda del exterior, o si él escaparía. O si los otros Condados habían caído. No sabía que le esperaba fuera. Yaakov, que hasta ahora había sido feliz, con su familia, con solícito padre, entrañable esposa en cinta, y algo en su cabeza que no podía identificar, había quedado atrás, sólo importaba el presente.

Accedió a la vivienda, en compañía, pero decidieron trabar la puerta al ver que no venía más gente, pues era demasiado tarde para ellos. Exaltado, sin tiempo que perder, fue con los otros al jardín, pero ni el olor a menta, manzanilla, mirto, azahar que iba detectando, podía borrar, el hedor que se había impregnado en su ser. Descartó mirar por alguna ventana del interior, pues le parecía una ratonera. Yaakov sólo quería cubrir todas las entradas y salidas del jardín, y salir de allí cuanto antes.

Conocía la casa, en cierta manera, conocía todas, pues era habitual reunirse, incluso, era amigo de las personas con las que estaba, y ahora se trataban como desconocidos. Estaba enfrente del cinamomo, pensando como actuar, pronto llegarían, tal vez deberían asomar la cabeza sobre los muros, cubiertos de jazmines trepadores. Empezó a calmarse con el sonido de la fuente, rodeado por los cipreses.

Pronto vio el palomar, ninguno de ellos había visto ningún animal hasta ahora. Aunque podían a ver mimetizado con la naturaleza con anterioridad, con el agua de las acequias, pero estaba corrompida por la sangre. Yaakov aproximó una de sus manos sobre una de las palomas, y se transformó, y batió sus alas hasta posarse sobre la fuente, le contemplaban atónito. Ya se oían los gritos, chillidos, pues un gran tumulto se abalanzaba sobre ellos.

Yaakov no podía creerse que le observaran perplejos, y a la vez despavoridos, no comprendía que no adoptaran su misma estrategia de escape, por que tardaban tanto en transformarse si su padre le había dicho que esa era la habilidad del clan, al que él pertenecía. Yaakov podía sentir como la muerte se avecinaba, mientras le examinaban con gran curiosidad. Yaakov empezó a sentirse como un bicho raro, al ver como clavaban sus ojos en su ser. Por fin, algunos vencieron sus miedos y empezaron a buscar vías de escape, otros se miraron entre ellos compungidos, unos aguardaban expectantes, sin apenas tragar saliva.

Yaakov recordó sus imprudencias de antaño, su cambio de nombre, una tonteria que hizo por su esposa, aunque realmente lo hizo para fastidiar a su padre que no la aceptaba, pues no se creía la historia de que había sido secuestrada de niña, y que finalmente había escapado, y la llamaba despóticamente descendiente de los “Van Jur”. No fue hasta que se quedó en cinta, que pudo demostrar ser una Vetivk, aún así, la esposa de Yaakov, mantuvo su nombre de niña, pues se había acostumbrado, y Yaakov no le obligó a cambiárselo, al contrario, le gustaba su nombre, y le demostró su apoyo, cambiándose el suyo por Yaakov, que era como diría Jakue un Van Jur.

Por unos momentos, sus amigos, que había sentido como desconocidos, ahora volvían a preocuparle. Unos instantes antes, hubiera pasado de ellos y se hubiera largado, pero sólo tenía que estar cerca del palomar. Se destransformó y les preguntó por su capacidad. Ellos le indicaron que como si no lo supiera, pues era reunirse y poner en común los descubrimientos, transmitiendo de generación en generación todos sus conocimientos, obteniendo la inmortalidad a través de la memoria colectiva.

Yaakov vio que se sentían frustrados. Una parte de ellos quería estudiarle, otra quería huir, otra estaba demasiado asustada, aunque todos querían proteger lo que sabían. Pidieron a Yaakov que volviera a transformarse, y así lo hizo, para que advirtiera a los otros Condados, pues sus muertes no eran una catástrofe, si no lo que se perdía con ellas. Ya estaban dentro. Entraron devastándolo todo.

Unos intentaron saltar los muros, cubiertos por jazmines trepadores, alguno lo consiguió. Otros fueron apresados antes de intentarlo. Otros daban círculos por el jardín sin saber a donde ir, otro se escondía silenciosamente en el pabellón aguantando la respiración, privado del embriagador olor que desprendían las rosas trepadoras.

- Yaakov, huye y cuenta lo que ha pasado.

Yaakov volvió a transformarse, echó un último vistazó al horror que se desató en esos muros salpicados de visceras y sangre, y alzó el vuelo. Sus ojos no querían volver a mirar abajo, pues estaban agotados de presenciar tanta masacre y le aterrorizaba perder el control, así que sin perder de vista el frente, se dirigió volando a Guelikim.

domingo, 15 de abril de 2012

¡Recuerda! (1)

ANDROCEO
“El androceo es la estructura reproductora masculina”.
ESTAMBRES
“Los estambres, son masculinos portadores de sacos polínicos que originan los granos de Polen”.
Los estambres pueden ser connatos (Fusionados o unidos en la misma espiral) o adnatos (Fusionados o unidos en más de una espiral).
3 meses después del despertar de los muertos.


- ¿Te incomodo? - Se incomodó. - ¡Qué incómodo!

El insaciable Yaakov Kav, era un Vetivk, clan principal del Estado de Balirke, que formaba parte de la República de Usffia, donde se concentraba el poder judicial de la Republica de Usffia, formada por cinco condados: Vetzavikim, Guelikim, Rhurikim, Hatzadikim y Kadhoskim.

Yaakov Kav era natural de Hatzad, capital del Condado de Hatzadikim, contiguo al de Guelikim. Era un hombre de tez dorada, que aparentaba unos treinta y pocos. No sabía como, pero había acabado vistiendo un mugriento smoking lleno de lamparones, barro, que parecía aguantarse por las manchas, al que le había arrancado las mangas. Una de ellas, la llevaba atada al pelo, para evitar que las gotas de sangre y sudor y el flequillo le cayeran por su rostro de facciones delicadas, pues su cara era algo afeminada. Aunque parecía un ser frágil, por su poca estatura, era más bien, corpulento, contaba con unos buenos pectorales, donde hacía unos meses, reposaba la cabeza de su esposa, mientras la estrechaba entre sus fuertes brazos.

Yaakov Kav, se vio obligado a aprender sobre la marcha, sin descanso, sin poder bajar la guardia, desde que salió volando del Condado de Hatzadikim. Su único equipaje, era una pequeña bolsa roñosa, llena de utensilios, que se había confeccionado con las pieles de algunas de sus presas, de camino al Condado de Vetzavikim, quería llegar a la ciudad de Vetzav. No iba muy cargado, pues no quería agotarse, aunque se iba fortaleciendo por el camino.

Siempre se había considerado un hombre de ciencia. Confiaba más en su mente que en su físico, pero le parecía absurdo, tener que debatir su vida, vestido de etiqueta, escondido entre los árboles. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, aún viéndolo con sus propios ojos redondos, de doble párpado, con la retina hiperpigmentada, y el iris de color miel.

Por fin llegó al condado de Vetzavikim. Estaba cerca del río Daach, aunque apenas podía distinguirlo entre tanta oscuridad. Ese río, era conocido, por ser el lugar donde los nacidos en el clan Vetivk tomaban su primer baño, para purificar su cuerpo y prepararse para la vida, ahora, podía distinguir el contorno de los cuerpos putrefactos en la penumbra, ya que su hedor llegó a él como una impresión arrastrada por la brisa que movía las hojas haciéndolas sonar junto al sonido de la corriente del agua. Hacía mucho calor y necesitaba beber sus dos litros de agua para resistir, y sólo le albergaba hervir el agua del río lleno de cadáveres putrefactos. Era consciente, que el ejército, también necesitaría abastecerse de agua, con lo cual, debía ir con cuidado, debía evitar cualquier encontronazo con alguna patrulla a lo largo del cauce de ese río, pues desconocía cualquier técnica de lucha. Con lo cual, era peligroso encender una pequeña hoguera para potabilizar el agua, tal vez, debería arriesgarse y bebérsela tal y como estaba. Aunque sabía cazar, reconocía que estaba en inferioridad de condiciones ante un escuadrón del ejército, preparado para responder ante cualquier tipo de amenaza, y él era una, insignificante. Tenía que pasar inadvertido, y no sabía como, vestido de smoking, como si fuera a asistir a una cena de alto copete.

Vio un árbol, con un arbusto, y se agazapó junto a él, poco a poco se fue introduciendo dentro, intentando hacer el menor ruido posible. El arbusto estaba lleno de bayas, las fue recolectando, una a una se las fue introduciendo en la boca. Le dieron sed. Sudores. Dolor de cabeza. Retortijones. El Río Daach estaba cerca, podía escuchar el rumor del agua a sus espaldas. La tierra estaba húmeda. Podía arañarla y sentir la humedad bajo sus uñas. Le quemaba el esófago. Quería salir fuera. Puso atención, a una serie de pisadas a su alrededor, que se le acercaban. Sintió el deseo de levantarse y correr hacia el río, pero sabía que era un suicidio. El arbusto le enclaustraba como una cárcel, como su cuerpo enclaustraba su mente por la fiebre.

domingo, 8 de abril de 2012

¡Mortecino!

Sus dulces entrañas se habían desparramado sobre el suelo. Apenas tenía fuerzas para moverse, así que se quedó contemplando lo que quedaba a su alcance, un sobre de azúcar, así se sentía él, como ese sobre de azúcar, arrugado, manchado, denigrado, pisoteado, junto a la mugre, pronto sería barrido, y precipitado a la basura.

El moribundo, como ese pobre sobre de azúcar, había estado en una caja, a oscuras, junto a sus hermanos, hasta que había visto la luz, hasta que había sido iluminado por ella, pero por que le habían vaciado las entrañas.

Sus ojos no podían dejar de mirar ese sobre de azúcar, en ese instante que se eternizaba, ese último instante, su último instante. Sentía su piel, acartonada y arrugada como la del sobre de azúcar, no podía moverse, ni palparse, pero se descubría, en el magullado, gris brillante y oscuro, que languidecía ante él.

En ese momento, se sintió tan pequeño, como si pudiera guarecerse dentro de ese sobre de azúcar que se convirtió en un vasto universo, y los restos cristalinos que quedaban, en pequeños meteoritos transparentes. El rugoso papel del sobre de azúcar, se convertía en una amplia sábana, que le cubría y le protegía en su nuevo camino, se enredaba en él, y daba vueltas, convulso, sin dejar de mirarlo, pero regresaba y se sorprendía al verse otra vez, tendido, en su agonía, contemplando un simple sobre de azúcar.

Se sentía diminuto. Muchas veces se había planteado en cuantas partes podía dividirse, el universo que había en él, y el universo que había fuera de él. Eso, más de una vez, le había hecho perder la cabeza. Demasiado pensar, escribir, encerrarse en si mismo, y cuando trataba de expresar lo que tenía dentro, se sentía impotente, las palabras se quedaban estancadas es su garganta, cuantas veces le hubiese gustado beberse algo corrosivo para que al menos hubiesen desaparecido de su gaznate. Cuantas veces, hubiese deseado tomarse algo fuerte para que hubiesen desaparecido de su mente. Pero siempre estaban allí, las ideas, las palabras, repicando en su mente, haciéndole parecer cada vez, más autista. Cuando hablaba, se atascaba, haciéndole parecer tonto, tartamudo, se sentía estúpido, y eso le hacía recluirse cada vez más, distanciarse, no quería saber nada de nadie, se sumía en un mutismo, le costaba relacionarse.

Zuhurne Zaken le echó un último vistazo, le dio una puntada de pie para ver si reaccionaba. Eso provocó que cambiara de posición y el moribundo dejó de ver el sobre de azúcar y todo el universo que le rodeaba. El moribundo seguía luchando, parecía tener algo por lo que vivir, no quería dejar de vivir, seguía aguantando. Zuhurne Zaken se agachó junto a él, luego cogió con delicadeza su cabeza con ambas manos, y con un dulce balanceo le partió el cuello, inconscientemente acarició la mejilla del moribundo, haciendo que se ladeara hacia donde yacía el estrujado sobre de azúcar, ambos, permanecían tumbados, en el suelo, sin aliento, como cáscaras vacías, esperando que el tiempo los barriera de la faz de la tierra.

Vlasta Sklavinsky vio salir a Zaken del bar, todavía no entendía por que no había querido que la acompañara, era su primera misión, tenía que cubrirla, pero Zaken decía que no necesitaba ayuda que no era ninguna novata, así que prefirió no contradecirla y esperarla fuera, tampoco se demoró mucho ni armó mucho escándalo, fue visto y no visto, y eso que decidió pillar a los sospechosos en un lugar público, aunque las reuniones clandestinas se celebraban en ese bar, y en ese momento no estuviera abierto al público.

Zaken dio el ok con la cabeza a Sklavinsky, y ésta llamó para que enviaran un escuadrón de limpieza.

- Sácame de aquí.

De regreso a la base, Zaken permaneció callada, fugazmente le apareció en la mente el pobre moribundo. Zaken sabía que no era uno de los objetivos, que accidentalmente había aparecido allí y que se había llevado las balas que iban dirigidas a ella, por que lo había usado de escudo. Se convirtió en un instrumento en sus manos, lo utilizó, es lo que tenía más cerca, allí estaba él, Sklavinsky no impidió que entrara, nadie lo hizo, él mismo lo hizo por su propio pie, él mismo se entregó a ese fin, entró como un suicida, como si implorara ser convertido en carnaza para los lobos, y estos le desgajaron la carne y le devoraron las entrañas sin apenas masticarlo, y mientras despedazaban al pobre iluso, Zaken, acabó con ellos.

Pero a quien le importaba, nadie iba a pedir responsabilidades, la policía no sabría lo ocurrido, el escuadrón de limpieza borraría lo sucedido. Zaken, no mató al tipo, él sólo se lanzó a su muerte cuando guió sus pasos a ese antro, y se enfrentó cara a cara con su destino, Zaken lo único que hizo fue a cortar su agonía, cerrar el interruptor, para que dejara de sufrir, por que parecía estar sufriendo, tal vez no, quizás estaba teniendo el pensamiento más profundo jamás vivido, y Zaken lo había arrancado de él, pero Zaken no podía saberlo por que no podía penetrar en su mente, sólo lo veía convulsionarse y retorcerse y como debía marcharse y no dejar testigos, no podía dejarle así, no por él, sino por ella. Si él le importaba un pimiento. Si no se sentía culpable, ni responsable, ni nada por el estilo, se decía que todo tenía un sentido, causa y efecto, que cada uno debía responsabilizarse de sus actos y que debía ser consciente de ellos, estaba ensimismada en sus pensamientos, hasta que Sklavinsky la arrancó de su mente.

- ¿En que piensas?

- Nada, estoy aburrida.

domingo, 1 de abril de 2012

¡Ovario!

OVARIO
“El ovario, es la cavidad que encierra a los óvulos que han de ser fecundados por el polen masculino”.

3 meses después del despertar de los muertos.
Zuhurne Zaken y su fiero can de ofita, se escondían en un bosque de eucalipto dentro del Condado de Vetzavikim, en el estado de Balirke, una de las más importantes zonas de la República de Usffia. Pero más que a eucalipto, le venía el fresco olor a limón. El clima era húmedo, y aunque no entraba nada de sol, y aunque todo estaba a la sombra, no hacía nada de frío, al contrario, a Zaken se le estaba pegando el quitón de lana, al cuerpo, y se estaba asando lentamente, junto a Illich, dentro de ese cerco de altivos eucaliptos, que se perdían en el cielo, sólo dejaban a la vista, sus rectos troncos, de corteza lisa, moteados con un tono cobrizo, dejando fuera de su alcance, sus leñosos frutos ovoides, pues permanecían aferrados, a las ramas más altas, donde abundaban las flores blancas.
Estaba rodeada de hojas, ramas, y debajo de ellas, se extendía un mundo orgánico del que deseaba extraer algún provecho, sin embargo, aunque el hambre era implacable, puesto que ni ella ni el can, habían rendido ningún homenaje a sus estómagos, desde hacía horas, y lo último que recordaba haber chupeteado era un sabroso palo cubierto de crujientes hormigas. Estaba anocheciendo, y no le apetecía ponerse a forzar la vista entre la maleza, pues le resultaba más importante, improvisar un refugio donde ocultarse.
Construyeron una cama con unas ramas que arrancaron de uno y otras que habían por el suelo, e hicieron un gran manto con sus hojas, luego hicieron un techo con un segundo grupo de ramas que ataron con trepadoras, fructíferas por la humedad y por lo cerca que estaban del río. Una vez, terminaron con la cama improvisada, encendieron la hoguera, y se metieron dentro, sin miedo a que les cayera una buena, mientras dormían.
Regresó al año pasado, a Mickjad, en sueños, otro de los Estados de la República de Usffia, aunque no tan grande como Balirke. Mientras el clan de Balirke se ocupaba de administrar justicia en la sociedad formada por la República y de la Diplomacia (Relaciones entre la Republica y el Exterior y la consecuente firma de tratados), los del clan de Mickjad, eran responsables de dictar y hacer cumplir las leyes aprobadas por el gobierno de Usffia, defendiendo a la República de ser invadida o dominada por las malas relaciones que pudieran originarse entre la República y el Exterior, siendo responsables de las declaraciones de guerra.
Mickjad, estaba formada por tres Condados: Daahikim, Halavikim y Iatokim. Zaken, había pasado su infancia de instrucción en la ciudad de Daahvod, capital del Estado de Mickjad, que se encontraba en el Condado de Daahikim. Allí, se enviaban, tanto los niños como las niñas de cinco años, del clan Daahem, para ser iniciados en el arte de la guerra. A los diez años, las niñas procedentes del Condado de Halavikim, eran enviadas de vuelta para ser probadas ante sus madres. Si poseían el Don principal del clan Daahem, regresaban a Daahvod para seguir con su adiestramiento, como el resto de niños y niñas de su edad. Sin embargo, si carecían del Don principal del clan Daahem, como en el caso de Zaken, eran obligadas a quedarse en el condado de Halavikim, concentrándose en el núcleo urbano de Halaved, para ser instruidas por sus madres como Hieródulas.
Todos los miembros de la República, eran conscientes del duro entrenamiento al que estaban obligados los niños y niñas de Mickjad. Incluso, algunos niños y niñas del Clan de Balirke eran enviados a Daahvod, en unas instalaciones especiales, para convertirse en futuros miembros de la policía judicial, para así poder prestar servicio al poder judicial, confiado en Balirke. No sólo, eran adiestrados como soldados, sino que eran educados en las artes de su propia especie.
Tanto los niños del Clan Daahem, como el grupo de niños seleccionados del clan de Balirke, entre otros niños de otros clanes pertenecientes a la República de Usffia, o procedentes de las relaciones mantenidas por la República con el exterior, que iniciaban su formación en Daahvod, eran tratados con igualdad. Se les rapaba el pelo, se les vestía con correas de donde colgaban anillas por donde pasaban cadenas que les inmovilizaban durante el sueño. Se les imponía una dieta entomofágica estricta, que consistía en la ingesta de saltamontes, larvas (sobretodo de avispa), libélulas, orugas, gusanos, hormigas y arácnidos. Y se evaluaba periódicamente la funcionalidad de su conducta.
Zaken creció bajo esas condiciones, hasta que a los diez años, regresó a Halaved, junto a su madre, que acababa de conocer. Dejó atrás su adiestramiento de soldado, aunque siguió con su aprendizaje en el campo de las artes marciales para poder defenderse. Las Hieródulas, eran considerados, los personajes más importantes de la República, aunque su existencia se mantenía en secreto. Sólo conocían de su existencia, las gentes del clan de Daahem (al que pertenecían) y algunos personajes destacados de otros clanes pertenecientes a la República.
La misión de una Hieródula era la de ser madre, pues eran las únicas mujeres capaces de dar descendencia viable a seres de otras especies, Pudiendo repoblar zonas que habían padecido una gran mortandad. El número de Hieródulas, era escaso, con lo cual, no sólo eran protegidas, sino que se las enseñaba a protegerse, por eso no se hacían distinciones en el nacimiento, y para evitar dichas distinciones, no se probaba a las niñas, hasta los diez años, para ser tratadas con la misma dureza con la que trataban al resto.
Cada Hieródula, era protegida por un can de ofita. A los diez años, cada una, recibía al cachorro del que debía hacerse cargo y con el que debía dormir para que éste fuera acostumbrándose a su olor, y así, poder localizarla en la distancia. Era la única forma conocida, para crear vínculos afectivos entre la Hieródula y el can, evitando que el can, se revolviera contra la Hieródula que debía proteger, causándole la muerte.
Para que la relación fuera fructífera, el cachorro debía ser entregado desde la niñez.  Anteriormente, y por desconocimiento, se habían aprovechado los canes de otras Hieródulas que habían muerto, ya fuera en el parto,  enfermedad o la propia vejez, para así aprovechar el animal, pero a la larga, habían dado nefastos resultados, como que el animal en un ataque de furia había acabado con la vida de la nueva Hieródula que tenía a cargo. También, se había intentado dar a mujeres que habían perdido un can de ofita, un nuevo cachorro, pero éste no las aceptaba, porque parecía ser, que quedaba en ellas, una especie de olor residual del anterior can, que crispaba al nuevo cachorro.
Zaken recibió su cachorro, a los diez años, como cualquier otra Hieródula. Illich, su can, era bastante fiero, pero no se quejó por que sabía que tanto ella como el can, serían sacrificados. Si la Hieródula moría, el can de ofita era sacrificado e ingerido junto a ella. Y si el can moría, entonces era la Hieródula la que debía ser sacrificada e ingerida junto al can, puesto que no podía ser protegida por uno nuevo.
Los Daahem se comían a sus muertos. Esta costumbre se inició en los campos de batalla, tras ser emboscados, perseguidos y asediados. La muerte se acumulaba a su alrededor, aunque ya habían quemado a sus muertos por miedo a una epidemia, pero por falta de víveres tuvieron que sacrificar a los más débiles para que fueran su alimento, bajo la atónita mirada de sus enemigos. Pronto, fueron sus enemigos los sacrificados, pues no hacían prisioneros, y gustaban de grandes celebraciones, con grandes cenas. Tras ese asedio, sobrevivió lo mejor de Daahem y esos seres fueron los que perpetuaron la especie.
Ya desde antaño al clan Daahem se le consideraba un clan Belicoso, y tras el asedio, su fama se había incrementado. Incluso se decía, que ellos solos podrían con el Ejército de Addus, pero el Reino de Addus había establecido alianzas con otros Reinos y ahora la República temía por un ataque a ultranza.  El clan Daahem, lo formaban seres fuertes, belicosos y audaces, algunos pocos, habían demostrado ser astutos e inteligentes, logrando grandes cargos en el ejército de Mickjad.
Las Hieródulas, aunque solían ser astutas e inteligentes, no podían ocupar cargos en el ejército, aunque alguna vez, habían conseguido el puesto de consejeras, cargo que les permitía abandonar Halaved, aunque en contadas ocasiones. No todas las Hieródulas, conseguían los mismos privilegios, pues algunas eran incapaces de controlar su voluptuosidad y concupiscencia, y se abandonaban a los vicios, y los placeres sexuales, una vez, iniciadas como madres.
Pocas mantenían un carácter fuerte, templado, prudente y justo, pues se convertían en seres castradores, orgullosos, negligentes, despiadados, desordenados, ávidos de carne. Muchas, llegaban a ser sacrificadas, por su carácter trastornado, tras caer en la trampa de la falsa libertad, proporcionado por el desequilibrado estado de placer y displacer que las consumía en un tedioso sufrimiento del que ansiaban despegarse. Pues habían pasado a ser seres emocionales que se hundían en terribles depresiones.
A Zaken, ser una Hieródula, le resultó ser un castigo. De los diez a los quince años las futuras Hieródulas eran recluidas en unas instalaciones para su instrucción específica para estar en óptimas condiciones para cuando llegara el momento de su iniciación. A los quince años, fue iniciada como madre, entregándose al sexo con otros chicos y chicas (poseyeran éstas, o no, el don principal) de Daahem. Solía ser habitual, el sexo en grupo, para incitar a la madre, pues sólo quedaba embarazada, si la Hieródula, estaba lo suficiente excitada como para dejar fructificar las simientes con las que era fecundada. Zaken, al principio, logró dejarse llevar por la excitación, incluso, llegó a disfrutar de las primerizas sesiones de sexo en grupo, copulando con todos los participantes tal y como dictaba la ley.  Pero a medida que iba pasando el tiempo, invirtiéndolo en esas prácticas, una y otra vez, probándolo todo, y acabando siempre con todo el cuerpo cubierto de esperma, y encima, sin quedar embaraza, lo que en un principio parecía ser algo emocionante, acabó siendo un agobio.
Poco a poco, fue desarrollando una especie de enfermedad que guardó en secreto, puesto que la principal función de la Hieródula era la de procrear, y si no podía hacerlo, tal vez, fuera sacrificada, si no demostraba otras aptitudes. Muchas veces, creyó no ser una Hieródula, y que se habían equivocado el día de la prueba, y que había sido obligada a vivir una vida que no le pertenecía. A partir de los dieciséis, empezó a no sentir nada. Pero no era un tema psicológico, era un tema físico, aunque desconocía si era originado por algún bloqueo emocional. Muchas veces, se hería y hasta que no veía la herida, no se daba cuenta de que se había hecho daño.
Había destacado en los entrenamientos, por su aguante en los combates cuerpo a cuerpo. Si hubiese sentido dolor, este le hubiese alertado del peligro, incluso, se hubiese quedado inconsciente, antes de que fuera demasiado tarde, teniendo la oportunidad, de recuperarse, pues hubiese sufrido un descenso gradual en sus capacidades, pero como era incapaz de sentir dolor, no padecía de esa alerta ni de ese descenso gradual, sino que de repente, se colapsaba, llegando a estar al borde de la muerte. Por suerte, sus entrenadores lo achacaban a su entrega en la lucha, y no le daban mayor importancia.
No podía evitar observar como los vientres de las Hieródulas de su alrededor estaban aumentando, pero el suyo seguía igual, su vientre estaba plano, seguía sin quedarse embarazada, y su madre comenzaba a sospechar. Los del clan, se esforzaban en crear vínculos entre las Hieródulas y sus canes, pero no entre las Hieródulas y sus madres, sin embargo, si que conocían su función: las madres “ser madres” y los canes “proteger a las madres”.
Su madre ingresó en el templo, era su cuarto embarazo, desde que inició a Zaken, como madre, a los quince años. Zaken temía por su vida, creía que su madre la denunciaría en el templo, manifestando que su hija no podía cumplir con su función materna, con lo cual, tanto ella como Illich acabarían sacrificados. Zaken no podía verificar sus sospechas, así que decidió aprovechar la ausencia de su madre, para irse de Halaved, esa misma noche.
Su madre estaba custodiada en el templo, entre cánticos, dietas, baños, ejercicios, actividades, preparándose para el alumbramiento. Era mimada con sumo cuidado. Todas las parturientas que morían en el parto eran simplemente omitidas del resto, como si nunca hubiesen existido. Se intentaba evitar que las madres o las futuras madres confraternizaran entre si, para no echarse en falta luego. Una vez, nacían los bebes, se quedaban unos días en el templo donde se le hacían unas cuantas pruebas exhaustivas y luego, eran enviados a Iatom, capital del Condado de Iatokim.
Cuando Zaken salía por el pasillo, una sombra la interceptó, Illich, fue rápido y sigiloso, en su lucha. Se escuchó el sonido del crujir de huesos y el chapoteo de la sangre. En la penumbra, se podía apreciar, como la carne desgajada que había en las paredes se iba deslizando hacía el suelo. Entre las sombras, Zaken emitió un grito ahogado, mientras apresaba su puñal, impoluto, encogida, en un rincón, tras Illich. Sabía que había alguien más, dos bultos, pero desconocía de quien eran. El suelo estaba cubierto de pedazos de carne, empapados de sangre, pero sus ojos se estaban acostumbrando a las tinieblas. Reconoció el contorno del cuerpo de su madre, todavía embarazada, y a unos metros,  el cuerpo sin vida de su can de ofita. Sabía que no era responsable de sus muertes, pero no podía decir lo mismo sobre su can, con lo cual, si él era sacrificado por ellas, ella sería sacrificada junto a él, como dictaba la ley.
-         ¡Gracias, Illich! – soltó, al desplomarse sobre las vísceras de su madre.
Le pareció ver una mano chiquitita asomarse por la herida de su madre, que intentó recolocar, metiendo su mano por la herida abierta de su vientre, quedando su escuálido cuerpo, pintado de un húmedo rojo intenso, dedicó tanto tiempo a ese estúpido esfuerzo, que la capa de sangre que la cubría, empezó a secarse, convirtiéndose en una especie de costra.
Descubrió su reflejo, estaba todo su cuerpo cubierto de sangre reseca, y apenas se veía en la oscuridad, decidió embadurnarse todo el cuerpo, para confundirse con la noche, debía salir de la ciudad, había decidido ir al condado de Iatokim, desde allí, podría llegar al Estado de Balirke.
Algo la despertó.