AVISO

AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 11 de noviembre de 2012

¡Albor!



“¿Puedo devolverle la vida a los muertos, Anciano? Pues que los muertos, se alcen, y se conviertan en muertos vivientes, cuya finalidad sea la de alimentarse de los vivos, y que éstos al morir, se alcen y se conviertan en muertos vivientes, que se alimenten de los seres vivos restantes, hasta que el manto de la negra noche, cubra los ojos del último ser vivo. Sólo así, los muertos vivientes, se sentirán saciados y podrán volver a su reposo, para toda la eternidad.”

Yaakov cometió un error, fue al monte de Itbah y abandonó a Dunixe van Jur su esposa, por una expedición en el sexto mes de su embarazo. Tampoco escuchó a Otsobi Kav, su anciano padre, que últimamente, padecía de unos pequeños ataques, que parecía que le nublaban la visión. Se quedaba en trance, y los ojos parecían cubiertos, con una fina capa de líquido fluorescente, y los músculos se le quedaban entumecidos por una fracción de segundo, que parecía que le desconectaban de la realidad exterior.

Cuando, Yaakov llegó a la ciudad al cabo de un mes, su mujer estaba encerrada en su cuarto. Su padre, no atendía a razones, decía que era por su bien. Yaakov, le preocupaba la salud de su esposa y de su hijo, pero por lo visto, Dunixe, ya había dado a luz, hacía unos días, pero le impedían acceder a la habitación, alegando cuestiones médicas.

Yaakov no podía evitar mostrar su impaciencia, temía que su esposa se sintiera poco respaldada por él. Quería que Dunixe y su hijo, pudieran sentir su apoyo, su calor, pero tampoco deseaba ponerlos en peligro por una posible infección por si se colaba a hurtadillas en la habitación, así que procuró hacer todo lo que le dictaba su padre, para preservar la integridad física y mental de ambos.

Pasaban los días, pero Otsobi, su padre, seguía sin permitir verlos, y eso le mosqueaba. Aumentaron las profesiones de gentes desconocidas, entraba y salían personas extrañas en la habitación de Dunixe, a la que oía vociferar, pero sin embargo, habían cesado, los llantos del bebe, eran ausentes, desde hacía dos días, y no se atrevió a preguntar el por que.

De repente, Dunixe empezó a gritar. Y cinco personas salieron corriendo asustadas. Sólo quedaron ellos tres, Otsobi, Yaakov y Dunixe. Yaakov no pudo más, y al final entró en la habitación, y allí estaba, Dunixe, atada en la cama. Su primer impulso fue correr hacia ella y desatarla, pero Otsobi, su propio padre, le empujó, quería evitarlo, no podía permitir que su hijo la desatara. Yaakov, se quedó inmóvil, atónito, sin saber como actuar, ante las dos personas que más quería, sin saber que decidir, le faltaban datos.

Dunixe estaba histérica, atada en la cama, inmovilizada, desnutrida, con el pelo desaliñado, con los ojos ojerosos, sucia, con moretones, arañazos. Yaakov, no podía creer que su padre, le hubiese hecho eso a su esposa, tenía que liberarla. Cuando se acercó a ella, su padre, le golpeó por detrás, en la cabeza, y cayó sin sentido.
Cuando despertó, Dunixe estaba rota en lágrimas. Yaakov también lloraba. Lloraba por que ella lloraba. No podía hacer nada. Se sentía impotente. Ella estaba atada. Él estaba atado, en un rincón del suelo. No podía ver a su hijo recién nacido, ni escucharlo. Ni podía ver ni escuchar a su padre.

-         Dunixe, ¿Qué ha pasado?

-         Tu padre es un descerebrado.

Dunixe empezó a rasgarse los trozos del vestido ya hecho jirones, al forcejear con las correas, mientras se desgañitaba furiosa, recordando los días anteriores, mientras intentaba golpear la cabeza contra la pared, pero se iba quedando sin fuerzas y solo le quedó aliento para levantar la cabeza unos centímetros, eso la exasperó más y más, se revolvió sacando fuerzas renovadas para chillar, desgarrándose las cuerdas vocales, atragantándose con una flema, mientras se le resecaban las cuerdas vocales, podía sentir como se le apagaba la voz.

-         ¿Por qué te ha atado?

-         Tu padre es un descerebrado.

No podía sacar nada en claro de Dunixe, que era un manantial de lágrimas, no paraba de repetir lo mismo. Sus largos cabellos negros alborotados le cubrían la pálida cara amoratada. Tenía restos de sangre en la comisura de los labios, de habérselos mordisqueado. Temblaba. Dejó de gritar, como si algo le apretara la garganta. Dejo de hablar. De intentar comunicarse. Se encerró en si misma. Se quedó con los ojos abiertos. Sus ojos grisáceos le miraban con crudeza. Yaakov recordaba su tez pálida de mejillas sonrosadas y labios de color cereza, esos labios que tantas veces había besado, cuanto amor había emanado de ellos. Dunixe, era un poco más alta que él, debía medir un metro setenta y cinco, delgada, fibrosa, con la piel que parecía de terciopelo, aunque ahora, estaba manchada por los golpes, la sangre, los arañazos, los roces de las ataduras, la violencia de la cautividad.

Otsobi le arrojó un cubo de agua sobre la cabeza. Yaakob se intentó incorporar apoyando la espalda sobre la pared. Detrás de su padre, distinguió la silueta de Dunixe, que le miraba agónicamente, y recordó sus frías palabras: “Tu padre es un descerebrado”. Pero no se atrevía, no tenía fuerzas para conocer la verdad, tampoco se sentía capaz de creérsela. ¿Se había perdido algo al volver de Itbah?

Finalmente, tenía que preguntarlo, Dunixe seguía detrás de su padre, con una extraña mueca parecida a la enajenación. Algo había sucedido en su ausencia. Tenía que averiguar el que. Podrían ser muchas cosas. Quizás el bebe había muerto en su nacimiento y su padre no se atrevía a comunicárselo por que su anterior esposa e hijo murieron en el parto y a Yaakov le costó superarlo, y eso había agravado la depresión post-parto que padecían algunas mujeres después de alumbrar.

Otsobi sabía que no podía retrasar la conversación con su hijo, tenía que contárselo todo. Pero no sólo, lo que había pasado con Dunixe, sino que tenía que hablarle de su anterior esposa y su hijo, e incluso le tendría que hablar de su madre, le tendría que hablar de tantas cosas, tal vez, no tenía que haberse demorado tanto en informarle de lo que habían estado tramando los clanes de la República de Usffia. Por que tantas investigaciones, recopilación de datos, experimentos, por que la crudeza en los entrenamientos de los soldados, y por que tanto secretismo con el tema de las Hieródulas.

Para poder mantener esa larga conversación, Otsobi, decidió llevarse a su hijo a otro lugar. Sabía, que al pertenecer al clan Vetivk, sus ansias de conocer, mantendrían alejadas las ideas de evasión o de rescatar a Dunixe, pues antes de actuar, un Vetivk, debía analizar todos los puntos de vista para obtener buenos resultados, y como Otsobi, iba a entrar en detalles, en cosas que Yaakov, ni sabía que existían, Otsobi daba por sentado que tendría toda su atención.

Otsobi empezó a hablarle de las reuniones que mantenían habitualmente para confrontar las experimentaciones en el laboratorio. Yaakov, había asistido a esas reuniones, incluso, muchas de esas reuniones se habían echo en su casa, pues tenía uno de los mejores laboratorios de Hatzadikim, aunque también era consciente, que había tenido que ausentarse muchas veces debido a su asistencia requerida en expediciones, conferencias, seminarios, ferias y congresos. Por lo visto, aprovecharon sus ausencias para seguir desarrollando, un proyecto, que el desconocía, y que afectaba a su familia.

Aunque de fondo, seguían escuchándose los gritos e improperios de Dunixe, Yaakov seguía atendiendo las explicaciones de su padre. No sabía que le dolía más, si ser el centro de estudio de un experimento, o desconocer la existencia de dicho experimento. Su mente estaba llena de preguntas, pero no quería hacerle perder el hilo a su padre, así que las fue anotando mentalmente para poder soltarlas cuando este terminara de exponer todo lo que tenía que decirle.

Fueron interrumpidos por unos portazos, pero Otsobi no tenía intención de abrir la puerta. Quería empezar a hablarle del experimento, y por que Otsobi se prestó para llevarlo a cabo, pues el proyecto se inició antes de que naciera Yaakov. Empezó a hablarle de su viaje a Mickjad, de la elección de su madre en Halaved y su traslado a Hatzad. Pero antes de que pudiera proseguir, la puerta fue derribada, y ambos se sobresaltaron. Una parte de ellos, quería seguir manteniendo esa conversación, pero finalmente, decidieron levantarse para ver que sucedía.

Ante la puerta derribada, había una nube de polvo, provocada por la caída de la puerta, que se iba desvaneciendo, poco a poco, se iba dibujando el contorno de una inmensa mujer, vestía una ajustada túnica negra corta, llevaba un ancho cinturón que le caía sobre la cadera, donde llevaba grabado con el filo de algo cortante una serie de líneas verticales. Calzaba unas botas hasta las rodillas, que consistían en una especie de tela de lana cubierta por tiras de cuero negro.

Otsobi y Yaakov observaron sus brillantes ojos rosados.

domingo, 4 de noviembre de 2012

¡Báratro!



La cena estaba dispuesta sobre un bloque de cristal pulido situado sobre una estructura de hierro forjado, de patas bajas. A su alrededor, habían puesto unos cuantos almohadones, donde Otsobi y Dunixe se tumbaron, el uno frente al otro, con el banquete en medio. La comida estaba desmenuzada y podía cogerse con las yemas de los dedos. Cada uno, tenía un cuenco de agua fría con limón y una  toallita, para poder asearse. Reinaba el silencio.
Dunixe devoró la comida de forma insaciable. Su suegro cocinó exquisitamente. Tomó una copa de vino, dejándose embriagar por el aroma afrutado que desprendía, la mecía cálidamente mientras intentaba buscar similitudes, le parecía estar bebiendo néctar de cereza, miel, incluso dátiles, era tan extraña la embocadura, a veces dulce, otras amarga, se dejó arrastrar por las sensaciones que se iniciaban en su paladar hasta quedar adormilada. Otsobi estaba sentado, enfrente de ella. Él la estaba mirando. El comedor, estaba envuelto en sombras. Sentía frío, un frío que nacía en su interior, y afloraba en su pálida piel aterciopelada, su largo pelo negro cubría su rostro y caía sobre sus enormes ojos grisáceos, abiertos como platos, que seguían observando a Otsobi.
Otsobi se incorporó, los ojos de Dunixe seguían a Otsobi por toda la habitación, si se iba a la derecha, miraban a la derecha, si iba a la izquierda, le seguían a la izquierda. Fuera a donde fuera, sus ojos, iban tras él, como si le pidiera ayuda, al principio, pero tras percatarse de su indiferencia, empezó a hacerle responsable de su mal estar. Sólo podía mover sus ojos, su cuerpo no respondía, era incapaz de moverlo. Encima, su suegro, la ignoraba y eso le perturbaba. Habían arreglado el Jardín, almorzado, tomado vino, y ella se había quedado transpuesta, y cuando había despertado, su cuerpo no respondía, sólo veía a Otsobi, vagar por la habitación, de un lado a otro, sólo sentía su peso, su cuerpo inerte, y empezó a preguntarse que estaba pasando. Debía ser un estúpido sueño, del que pronto despertaría.
Perdió la noción del tiempo, Otsobi seguía sin hacer nada al respecto. No era un sueño. Pudo observar como su suegro la levantaba y se la llevaba al dormitorio donde tantas noches había dormido con Yaakov. Seguía paralizada, sin poder comunicarse con su suegro y decirle que todavía estaba ahí, atrapada en esa cárcel corpórea. Entonces, ella, empezó a temer lo peor, se empezó a cuestionar si estaba muerta.
Quizás, él sabía algo, tal vez, vio algo mientras ella estaba inconsciente. A lo mejor, des de fuera se percibía algo que ella no podía apreciar, si pudiera ver su reflejo en un espejo, dejaría de vivir bajo esa incertidumbre, por que ella, aún no teniendo conciencia de su cuerpo, era consciente de su existencia, no se sentía muerta, se sentía muy viva, y aún así, podría tener una enorme herida en la cabeza.
Todo eso era una locura, si ella estaba muerta, obviamente, intuía que el bebe estaría muerto, pues dependía de ella, y eso la apenaba, menudo disgusto le había dado al pobre anciano, y el que le daría a Yaakov. Seguro que ahora su suegro estaba pensando como decirle a su hijo que su otra esposa y su otro hijo también habían fallecido.
Le extrañó que Otsobi la atara a la cama, no tenía intención de ir a ningún sitio, tampoco creía que pudiera hacerlo, pues había aceptado la situación. A medida que fueron pasando las horas, un hormigueo se fue apoderando de su cuerpo, cosa que la trastornó de tal manera, que se agitó, emanando de su boca un estertor que hizo que se asustara de si misma. Incluso, pudo sentir en su vientre, a su hijo, cosa que la alteró. Le entró una fuerte tos, acompañada de náuseas y arcadas, tenía fuertes ganas de vomitar.
Entonces, Dunixe, pudo verlo, mientras la sujetaba, Otsobi, tenía su cara, frente a la de ella, pudo ver sus ojos, eran luminiscentes, tal vez fue una ilusión óptica, por la tenue luz que se colaba por un resquicio de la ventana que chocó justo en el cristal y se reflejó por una fracción de segundos en contra de sus ojos, pues estaban en penumbra, y casi no se veía nada, pero los ojos de su suegro, por un momento se volvieron fluorescentes.
Se quedó sola a oscuras, en esa habitación, intentando aquietar su mente, pero no podía, pero debía hacerlo por el bebe, debía calmarse, pero estaba asustada, pero cuanto más intentaba tranquilizarse, más nerviosa se ponía. Su mente estaba llena de pensamientos, que no conducían a ninguna parte, quería organizarlos, estructurarlos, pero eran completamente ilógicos, e intentar ordenarlos mentalmente, le producían una conducta evitativa, al recapacitar en los hechos, pues todo apuntaba que su suegro la había intentado envenenar, y que tal acto podía haber puesto en peligro la salud del feto, con lo cual, la mente de Dunixe se desvinculaba, entre sudoraciones, mareos, taquicardias, temblores, escalofríos, etc.
Pero su suegro siguió visitándola, como si no hubiese pasado nada. La mantenía atada en la cama. Parecía que lo hacía por su propio bien. Empezó a creer, que era ella la que había enloquecido, pues fue ella la que vio como se le ponían a él, los ojos fluorescentes. Se sintió ridícula, por a ver creído por un momento que estaba muerta, y luego, haber culpado a su suegro por su muerte, por suerte, en ningún momento, no compartió esas ideas en voz alta, o al menos, no era consciente de haberlo hecho. Pero su suegro la mantenía en cama, amarrada, custodiando sus sueños.
Aunque seguía un poco alterada, se sentía más reconfortada con su suegro a su lado. Comprendía que la mantuviera atada, pues tenía que protegerla de si misma, todavía desconocía el por que, quizá, hizo algo, acaso cuando se quedó inconsciente, posiblemente, por cortesía, no lo contaba, para que no se sintiera avergonzada, e intentaba ayudarla, de la mejor forma que sabía.
Con el extraño episodio, el parto se adelantó, y Dunixe se enfrentaba al nacimiento no llegando al séptimo mes de embarazo, en ausencia de Yaakov. Otsobi llamó a dos personas para asistir al parto, que se presentaron a la vivienda con todo tipo de utensilios. Dunixe estaba en cuclillas, en un lado de la habitación, con las piernas separadas, con las manos apoyadas en las rodillas, su suegro la sujetaba de pie, por un lado para que no se cayera de espalda, uno de los asistentes estaba de rodillas al otro. Dunixe, intentaba bascular el coxis hacia atrás, para que los músculos que rodeaban al bebe, se abrieran. Estaba completamente dilatada. Podía sentir, como la fuerza de la gravedad, iban haciendo el resto.
Notaba, reblandecidas, las articulaciones de la cadera, sintiendo como su bebe se movía por dentro, abriéndose camino hacia el exterior, ella se movía para que él pudiera recolocarse y así poder encontrar mejor la salida, hacía fuerza con las manos y las piernas para ayudarle, al final, se palpó, sintió su cabeza, como asomaba por el cuello uterino, fue saliendo poco a poco, cubierto por un liquidó sanguinolento y dorado.
El asistente, lo tomó en sus brazos y se lo pasó para que pudiera ver al bebe, estaban conectados, hasta que el asistente los desconectó con un cuchillo, y el bebe empezó a llorar desconsoladamente, contagiándole esa tristeza a la madre. El Asistente se lo llevó a otra habitación, donde lo aseó y lo mantuvo en observación. Otsobi se fue con ellos. La asistente, también quería mantener en observación a la madre, pues había detectado un leve ataque de ansiedad acompañado con síntomas como taquicardia, disnea… probablemente producidos por la anticipación del parto y la ausencia del padre.