AVISO

AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 27 de noviembre de 2011

¡Gándara!

Yaakov Kav y Zuhurne Zaken se disponían a salir por la puerta principal, cuando apareció la Oficial General Ginzburg, con su séquito de escoltas, bloqueándoles el paso. Les ordenó que la siguieran, y cuando les tuvo en un rincón del hall, lejos de miradas indiscretas, se interesó por sus respectivos aspirantes.

- En el archivo, Oficial General Ginzburg. – Se apresuró a contestar Yaakov Kav.

- El Sargento Kav, según la orden del día, tendría que estar en Gándara, recogiendo un sospechoso y la Suboficial Zaken, en la sala de interrogatorios 2, con el Sr. Dertleth. – Notificó la ayudante de la Oficial General Ginzburg, Itsaso Hilsenrath.

- Es cierto. – Agregó Kav. – Como el asunto Hammerstein, es de suma importancia, le he pedido a la Suboficial Zaken que me acompañe a recoger al sospechoso para asegurar su apresamiento.

- ¿Pueden enseñarme la autorización? – Exigió Itsaso Hilsenrath.

- No… - Contestó Zaken mirando directamente y sin pestañear los ojos de Ginzburg.

- ¿Comprenden que podría entenderse este acto como una muestra de insubordinación? – Apostilló Itsaso Hilsenrath.

- No… - Desafiante.

- Suboficial… - Aulló Itsaso Hilsenrath.

- ¿¡Qué!? – Rugió Zaken.

- … - La Oficial General Ginzburg contuvo a ambas e hizo un gesto para que Kav y Zaken se fueran, luego ella y su sequito prosiguieron su camino.

De camino a Gándara, Kav y Zaken no mediaron palabra. Zaken lo agradecía, aunque él, había sido el causante de la situación, pero ella era la que se había enfrentado a Hilsenrath, plantándole cara, con sus jodidos PROCEDIMIENTOS, si luego daba igual como se hiciera el trabajo, si lo que importaba eran los RESULTADOS… entonces... ¿Por qué cuestionaban su trabajo? Si a la larga… ¡Qué más daba, por que perder el tiempo con eso… ¡Daba igual! si ya se imaginaba que pronto le iba a caer el pelo, pero la lista era tan larga, que en breve se iba a quedar calva. Pero al menos, por un día se había salido con la suya y dejaría atrás el aburrimiento.
Finalmente, Gándara, un barrio hostil, en él habitaban bandas rivales que siempre estaban disputándose el territorio, siendo Rebh, Kämor y Qiris, las más conflictivas. Tal era el caos que creaban dichas bandas con sus disputas territoriales, que era casi imposible acceder dentro del barrio de forma pacífica, con lo cual, lo convertía en el lugar idóneo para refugiarse y esconderse, si se tenían contactos y algo que ofrecer a cambio.

Al llegar a la zona conflictiva, Zaken detectó que algunos miembros de las bandas ya le estaban olfateando. Zaken ya había previsto que las bandas mantuvieran sus soldados en puestos estratégicos, pues les gustaba controlar su territorio y el del enemigo, y que al entrar, ella, no era la única que había percibido su tufo a leguas, sino que ella también apestaba y por eso seguro que ya habían dado aviso de organizarle un buen recibimiento. Por suerte, Zaken contaba con la desavenencia que existía entre las tres bandas principales, y con un poco de suerte, antes se matarían entre ellos.

Kav estacionó el coche, mientras Zaken revisaba su equipo, se ajustó el casco, se abrochó el chaleco, se ciñó el cinturón y se acomodó la mochila. Finalmente, Zaken le ordenó a Kav que se marchara a una zona menos peligrosa, éste arguyó con la cabeza que no estaba conforme, pero como su rango era menor, tuvo que obedecerla, aunque a regañadientes.

Zaken lanzó por la ventanilla una granada fumígena. El coche quedó cubierto por una gran cortina de humo. Ágilmente bajó de él. Escuchó sus ronquidos mientras éste se alejaba, hasta convertirse en un bramido que fue descendiendo al doblar la esquina y que se esfumó tras un edificio. Se había quedado sola, abrazada por el humo. Zaken sabía que sin esa humareda negra, era un blanco fácil, y que pronto estaría en cada uno de los puntos de mira de las armas que la acordonaban. Pronto se dispersaría, pues nada era eterno, y el sonido de los tiros y el eco de los casquillos rebotando sobre el suelo, la arrancarían de sus pensamientos, si no reaccionaba, pues corría el peligro de convertirse en un trozo de carne, cubierto de sangre, abatido en el suelo.

Su corazón palpitaba en su sien, mientras el humo se disipaba, se abalanzó apresuradamente contra el suelo, raudamente giró sobre si misma, quedó tumbada boca abajo y vigorosamente reptó hasta esconderse tras un coche. Las balas empezaron a sonar. Los proyectiles atravesaban el coche. Los cristales caían sobre su pelo. El portal para acceder a la vivienda estaba a unos metros de ella. Gracias a los disparos, los soldados, manifestaban sus posiciones, con lo que más o menos intuía el número y la ubicación de sus adversarios.

De espaldas a los francotiradores, permanecía escondida, escudada tras el vehículo, que no resultaba muy efectivo. Algo se desplomó sobre el capó del coche y trepó sobre el techo, era un esporádico que le apuntaba a la cabeza, se miraron, pero sus rodillas se doblegaron cuando desde una de las azoteas le dispararon en el costado, Zaken no desaprovechó la ocasión y le pegó un tiro por debajo de la barbilla, provocando que parte de su masa cerebral le salpicara y fuera resbalándose, viscosamente, sobre la visera de su casco, incapacitándole la visión por un instante.

Como no podía quedarse ahí, con el casco manchado, se incorporó enérgicamente, corriendo hacia la puerta y arremetió contra ella, pero estaba atrancada, y del impulso, rebotó cayendo de culo, al mismo tiempo que alguien abría un gran boquete. Sin pensárselo dos veces, velozmente, sacó una toallita y una granada incendiaria de su mochila, frotó la visera, apuntó y lanzó el explosivo hacia la puerta, colándola por el agujero. Atronaron los gritos, repentinamente, un cuerpo en llamas derribó la puerta e iba directo a Zaken de forma acelerada, con los brazos abiertos, haciendo aspavientos, como si buscara su abrazo, pero antes de que pudiera embestirla le pegó un tiro en toda la cara que hizo que su cabeza reventara, haciendo que su cuerpo inerte se desplomara, cayendo de costado.

La calle estaba invadida por el humo y la confusión. Desde dentro del edificio empezaron a escucharse las avanzadillas de los soldados. Por fin tenía acceso por la puerta destrozada, pero lo que le esperaba tras de ella, tal vez, era demasiado intenso. La lluvia de proyectiles que venían desde los tejados, caía con fuerza sobre su cabeza, pero el hollín y la fumarada que se elevaba hacia el cielo por el incendio que había provocado en el interior, le permitía guarecerse de los francotiradores de las azoteas.

Escaló la pared del edificio hasta llegar a una de las ventanas, dio un puñetazo para romper el cristal, se hizo añicos, metió la mano dentro y accedió a la manilla de la ventana, y la abrió. Resueltamente, trepó y se coló dentro de la habitación. El fragor de las balas le rozaba. El alboroto de la carnicería, residía en el descansillo, los sorches discutían entre ellos. La bulla de los reclutas se filtraba por las paredes. Habían empezado a facilitarle el trabajo.

Expeditivamente, se abrió paso por la vivienda, apartando los muebles a empujones, atravesó el pasillo, avanzó hasta la entrada y dio una patada a otra puerta, era un mundo laberíntico lleno de puertas y más puertas. En el rellano, encontró las escaleras, brincó de peldaño a peldaño. Podía escuchar como el estrépito de los adversarios se le abalanzaba, febrilmente, por el hueco de las escaleras, como una manada de caballos desbocados en estampida.

Corrió, abriéndose paso, acrobáticamente, entre los obstáculos, apartando bicicletas, volcando un tendedero lleno de ropa, chutando pelotas y un carrito de la compra, esquivando objetos y algunos estrellándolos o empotrándolos contra las paredes estrepitosamente, provocando un estruendo que se sumaba a la bullanga que producían sus perseguidores.

Entre el ruido de la calle, con los bocinazos, las movilizaciones de los soldados, sus voceos, los rugidos de sus vehículos, sus tiroteos, disparando a ciegas al edificio y linchándose entre ellos, y la escandalera que se había montado en el interior, entre gritos, chillidos, berridos, insultos, murmullos, susurros, tiroteos, trastazos, portazos, crujidos, bufidos, impactos, porrazos, leñazos, choques, pitidos, zumbidos, recargas, descargas, detonaciones, y demás… que llegó un punto, que Zaken, apenas podía escuchar nada, casi le pasa inadvertido el tono de aviso que emitía su casco, advirtiéndole que ya se hallaba en el punto exacto donde se encontraba el sospechoso, según las informaciones recibidas por parte del confidente.

A esas alturas, a Zaken le pareció ridículo ponerse en plan sigiloso, después de haber armado la de Dios para llegar hasta allí, pero como las precauciones no eran para pasar inadvertida, más bien, para no quedarse sin sospechoso, decidió seguir la operativa para esos casos. Se agazapó delante de la puerta del apartamento, metió la mano dentro de su mochila y extrajo una cajita negra, la abrió, estaba llena de goma espuma, dentro había unas cámaras diminutas que parecían gusanos alargados.

Laboriosamente, pasó una de esas cámaras por debajo de la puerta, (puerta, puerta, puerta). para tener una visión, completa y exhaustiva del interior de la vivienda. Por lo visto había dos personas. Estaban nerviosas, ansiosas, expectantes, discutían entre ellas. Estaban atrapadas en ese cuchitril por el fuego cruzado que se había generado tanto fuera como dentro del edificio, gracias a ello, el sospechoso y el acompañante no habían tenido opción de escapar, y a Zaken se le presentaba la oportunidad de atraparlos.

Con gran parsimonia se encaminó hacia la puerta contigua. Zaken empezaba a encabronarse con tanta puertecita, asi que aprovechó la furia para enviar un regalito a los que se le aproximaban, impetuosamente y a gran celeridad por el pasillo. Se acomodó la mochila e hizo detonar su pequeño presente fragmentario a sus pies, empotrando el pequeño escuadrón de kamikazes, artísticamente, esparciendo pictóricamente sus intestinos, por las paredes que habían temblado junto al suelo, tras el zambombazo.

Ya en la puerta contigua, se agachó de nuevo, enfrascada y sin tiempo a respirar, volvió a proceder como la vez anterior, pasando la nueva cámara por debajo del umbral para inspeccionar la vivienda, entretanto, controlaba la anterior cámara, por acceso remoto. Los sujetos estaban agitados y Zaken temía que cometieran alguna locura, como salir de la vivienda o saltar por la ventana, así que tras cerciorarse que tras la puerta contigua no había nada, con gusto, la hizo añicos de una patada, y entró en la vivienda.

Tenía dos opciones, la primera era abrir un boquete en la pared a balazos y la segunda con un explosivo, como ya le había cogido el tranquillo, optó por la segunda alternativa. Desde fuera, el tumulto de los mercenarios se iba intensificando. Instaló las cargas, se resguardó en una habitación apartada y las hizo detonar. Inesperadamente, la explosión resultó ser más intensa de lo que esperaba.

No hizo falta salir de la habitación donde se había resguardado por que casi ningún tabique había quedado en pie. Zaken intuyó que el sospechoso debía haber empezado a recopilar nuevo material para un segundo atentado. Tragó saliva. Empezaba a pensar que le había salido el tiro por la culata. Se trasladó hasta la otra vivienda sorteando los escombros, intentando distinguir entre los cascotes, algún resto. Escuchó toses y un leve rumor, el sonido de las cañerías, el quejido de la estructura que iba cediendo, el suelo era inestable, y parte de él ya se había desprendido y precipitado a la planta de abajo, y allí es donde detectó movimiento.

Vivamente, se deslizó por un tubo para poder acceder a la planta inferior, pero todavía quedaba altura hasta llegar al suelo, observó que había un desnivel, se balanceó para darse impulso y poder llegar a él de un saltó. Cuando cayó sobre la superficie, una capa de hollín la envolvió, cegándola por unos momentos. Escuchó un chasquido, desenfundó, recapacitó, prefirió agazaparse y reptar para esquivar la barra de hierro que súbitamente le venía por detrás y percutió atronadoramente contra la superficie levantando más tizne y suciedad.

Con la visera pringada, apenas podía distinguir nada, con lo que decidió usar las manos y medir sus fuerzas. Todavía el jaleo los rodeaba, con lo que apenas podía aprovecharse de ninguno de sus sentidos. Era consciente que si intentaba limpiar la visera con el guante mugriento, ba a ser peor, así que ni lo intentó. Se puso en guardia, cegata y sorda, proyectando, livianamente, potentes patadas y puñetazos al aire, sin que nadie se quejara.

De repente sintió como un aire y pudo interceptar un brazo, lo agarró y consiguió que su propietario se arrodillara ante ella. Se quitó el casco y le dio un cascazo para calmarlo. Aprovechó que tenía la situación controlada, para sacar una toallita de la mochila y aderezarse. Visualizó los datos y el sujeto, no era el sospechoso. Pero por las imágenes almacenadas por el video, era el acompañante. Lo abofeteó para reanimarlo y le preguntó donde estaba el otro, y éste le señaló que arriba.

Zaken atizó un eficaz puñetazo a su presa que hizo que su mandíbula retemblara y quedara inconsciente. Extrajo de la mochila unas tiras y la maniató de pies y manos y se la subió a cuestas. Con el peso muerto encima, regresó a la planta superior, escalando. Escuchó un quejido que venía de atrás, por lo visto, un alambre que sobresalía, arañó la espalda de su prisionero, provocándole una profunda herida.

Al fin, de regreso a la planta de arriba, empezó a rebuscar entre los deshechos, mientras imaginaba lo sencillo que sería reventarle la cara y hacerle pasar por el sospechoso. Por fin lo encontró, estaba vivo, tenía media cara arrancada, las piernas las tenía destrozadas, y el brazo lo tenía atrapado, aplastado bajo una viga. Desenfundó y disparó. Quebró el hueso y, aplicadamente, desgajó el resto de carne hasta liberarlo. El sujeto que llevaba a cuestas dejó de removerse.

Aviso por radio a Kav para que la sacara de allí pues ya había cazado al sospechoso más un bonus extra. En la planta inferior, volvió a escucharse movimiento, pronto fue interrumpida por un escuadrón que fue tomando posiciones entre los cascajos. Zaken ocultó los prisioneros entre los escombros para que no fueran heridos por las balas. Volvió a examinar su mochila con la esperanza de encontrar una granada de gas, ya que la estructura era inestable, pero empezaba a recordar que no las había metido. Decidió lanzar una ofensiva. Tras la explosión, el suelo donde estaban se inclinó, uno de los prisioneros empezó a deslizarse, hasta que Zaken lo interceptó y lo volvió a colocar donde estaba.

Kav contactó con ella, estaba preparado. Impaciente, les lanzó un par de granadas fragmentarias y una fumígena, mientras vaciaba el cargador y se subía a cuestas los dos prisioneros. Se sacó la pequeña pantalla del bolsillo de la mochila, donde indicaba la ubicación de Kav, resguardada por el humo, fue a avanzando con largas zancadas hacia una ventana.

Afuera los disparos habían disminuido. Pero cuando sacó la cabeza por la ventana, los tiros se intensificaron, alertando de su posición a los de dentro, que también empezaron a tirotearle. Alertó a Kav, entretanto despotricaba, irritada devolvía disparos y colocaba cargas explosivas por todas partes y se hacía a un lado. Cuando estuvo resguarda, detonó las cargas. Hubo una gran explosión que hizo desaparecer la fachada del edificio, gran parte del escuadrón que la estaba acechando quedó sepultada bajo el derribo. Con mala saña, lanzó una última granada ofensiva al resto que quedaba en pie en el interior, su sangre se aplicó en los muros, parecía un gotelé dadaísta.

Cuando corría cuesta abajo a trompicones entre los escombros, esquivó, intrépidamente, la bicicleta y el carrito de la compra chamuscado, se preguntaba si eran los mismos. Grandes llamaradas de fuego se levantaban hacia el cielo, impidiendo que desde las azoteas pudieran ubicarla. El Humo negro estaba por todas partes, invadía la calle. Los soldados de las azoteas, abandonaban sus puestos y se dirigían hacia el edificio derribado que se había convertido en una puerta hacia las profundidades del averno, por la que estaba huyendo y rehuyendo de los depredadores demoníacos que asomaban por el borde, sorteando sus diabólicas extremidades que intentaban apresarla usando sus vísceras como lazos, para arrastrarla hasta la boca del infierno, podía ver sus acerados dientes, y su escabrosa garganta, que conducía hacía el lóbrego Báratro.

Zaken se dio un último impulso hasta el coche, pegó un salto, chocando contra el capó, y se deslizó hasta dejarse caer hacía la puerta del copiloto. Inesperadamente, se desató una tormenta de balas que venía de los soldados que ya habían llegado hasta la calle y se abalanzaban hasta ellos. De cuclillas, se encaminó hacía la puerta de atrás, protegiendo con su cuerpo al sospechoso, que era el que más le importaba. Cuando llegó hasta allí, abrió la puerta y los arrojó a ambos. Los tiros silbaban a su alrededor e impactaban sobre ella. Volvió sobre sus pasos hacia la puerta del copiloto que abrió para acceder dentro del vehículo.

- Por cierto... Luego… podemos cenar juntos…- Insinuó Kav.
- Mmmm… Otro día… hoy cenaré en casa.
- Me lo debes… ¡Mira como está el coche!
- Kav, tu eres el que conduces... yo no...

La bulliciosa y desolada Gándara quedaba atrás con sus batallas cámpales originadas en un mar de sangre bajo un oscuro manto negro desgarrado por las deflagraciones. Delante, se reanudaba un apacible viaje de regreso a las rutinas de la División y en su interior, en una apagada habitación, hallaría, en un reflejo, su aburrimiento, diligente, perseverante...
...vigilante...

domingo, 20 de noviembre de 2011

¡Nebulosa!

Recluido durante días en la más profunda oscuridad. Escoltado, a empellones, por el pasadizo. A ciegas, iba avanzando, hasta que me interrumpieron el paso. De una colleja, me advirtieron que reanudara la marcha. Un hilo de murmullos se coló por debajo del saco, adiviné que estaba siendo examinado. Con un codazo en el costado, me avisaron que volviera a detenerme. Exhalé afligido.

A empujones me soltaron sobre una silla, y noté como unas manos me iban distribuyendo en ella. Oí los clack clack a medida que se iban cerrando los cierres. Inmediatamente, percibí un zumbido que provenía de la silla, y un leve temblor, se estaba reajustando a mi medida. Súbitamente, noté unos zas zas aproximándose y seguidamente, sentí unos pinchazos, profundos, en varias partes de mi cuerpo.

Inmovilizado y angustiado, me destaparon la cabeza. Respiré aliviado, unos segundos, pues al descubrir mi posición, me vi abrumado por la presencia de esos seres que me estaban observando. Un señor, con un artilugio que iba rozando sobre mi piel, reequilibraba los ajustes de la silla, pues a medida que iba tocando botones, se rectificaba mis niveles de comodidad, malestar, intranquilidad.

Allí estaba, tras él, la chica escuálida, de piel blanquecina, de pelo largo, ondulado y anaranjado. Me miraba risueña y su sonrisa me confortó, pues… ¿Cómo podía temer a un ser, cuya cara, era tan angelical? Posó su minúscula y nacarada mano sobre mi brazo, y suavemente la deslizó hasta mi hombro. ¿Cómo podía inquietarme un ser, que me trataba tan dulcemente?

Se inclinó sobre mí, y susurró mi nombre, apenas lo recuerdo, pero me acuerdo del sutil movimiento de sus labios, y la calidez que desprendían sobre el lóbulo de mi oreja. ¿Cómo podía soliviantarme ante un ser, que hasta ese momento, era el único que me había mostrado un poco de afecto, desde que había sido capturado y recluido en esas instalaciones?

Busqué sus ojos, brillantes, sus largas pestañas me insuflaban, renovando el aire de mis pulmones. Mustio, vi como desaparecía, pero al momento, regresaba y eso me regocijaba. Podía apreciar como sus manos laboriosas, se entretenían en mi brazo. Intentaba espiarla por el rabillo del ojo, pero mi visión no alcanzaba, y estaba paralizado y no podía mover la cabeza para contemplar lo que me estaba haciendo.

El brazo empezó a quemarme, como si lo estuvieran perforando con miles de agujas. Pero la danza de su cabello, su voz harmoniosa, me tenía hechizado. Cuando vi sus sonrosadas mejillas, y esa mancha de sangre en uno de sus pómulos, me di cuenta que algo malo estaba pasando, pero no podía evitar sentirme como en un sueño, si algo dañino me estaban haciendo… ¿Por qué era incapaz de experimentarlo?

El señor que antes me había pasado el artilugio, le limpió la cara al pequeño ángel. Divertida, retomó su trabajo. De vez en cuando, levantaba la vista y sus grandes ojos curiosos me analizaban. ¿Si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, esos ojos se posarían en los míos? Me sumí en mis fantasías y ensoñaciones, mientras intuía, por las muecas que la jovial muchacha emitía, que estaba enfrascada en algún asunto, sumamente, espinoso.

Soñoliento, abrí los ojos, sus manos se habían posado sobre mis mejillas, podía percibir cada detalle de su rostro, mechones de su pelo me acariciaban la frente. Invadido por una gran serenidad, me abandone a la profundidad de sus pupilas, navegué por el mar acuoso de su liquida mirada, sosegada y pacífica. Percibí su palma de la mano sobre mi pelo, sus dedos acariciando mi oreja, se mordió los labios y caí bajo su excitante sugestión hipnótica.

Las palabras se tejían en mi mente, pero apenas podía entrelazarlas, se escapaban, desvanecían, adulteraban, correteaban, jugueteando, dentro de mí, como pequeños y vivarachos duendes, que asomaban sus lindas cabecitas por entre las neuronas, produciendo centelleos, chispas y flashes, estallando en mí. Mi mente trataba de hacer conexiones, pero las visiones, recuerdos y reflexiones estaban enmarañados, y no había forma de reestructurarlos y encontrarles una lógica.

Mi rostro estaba húmedo, mi cuerpo se convulsionaba. Pero la sonrisa de la niña de melena anaranjada me reanimaba. Un orco atronó a lo lejos, pero la amenaza se disipó, pues la grácil forma de moverse de la agradable ninfa, iluminaba la estancia. Mis miembros estaban rígidos, y me pesaban los párpados, pero luchaba para mantenerme despierto, pues no quería que la magia de la chica se evaporara.

Un intenso dolor estalló en mi pecho, me vinieron arcadas, tenía los miembros entumecidos, y los murmullos se acrecentaban, me descubrí alarmado, agitado de nuevo, pues estaba empezando a pasar por un calvario, la cabeza me retumbaba, y las palabras empezaban a cobrar sentido, me estaban arrancando de la alucinación, y mi pasado como un tufo negro, se impregnaba a mi cuerpo, recorriéndolo, hasta clavarse en mi cabeza, detonó en mi interior, y agónicamente desperté.

Ni el rostro del ángel pudo devolverme a mi anterior estado apacible. Me tachonó a preguntas. Su voz, ya no sonaba tan delicada y su sonrisa, a penas podía captarse. Pero daba igual, estaba tan abstraído en mi tribulación, que aunque a esas alturas, lo que yo creía un ángel, fuera en realidad el mismísimo demonio, para mí seguía siendo, la fuente de mis deseos.

Pesaroso y aturdido, mi pasado me mostró el camino. Pero yo no sabía nada, no tenía nada que aportar, nada que ofrecer, sólo podía entregarme, dejarme caer por el abismo. Un gran agujero se abrió a mis pies, lenguas de fuego querían devorarme, las serpientes reptaban por las paredes y un intenso calor me fundía el vientre. Una fuerza de atracción me despegaba de todo dolor y bienestar, y me llevaba a las entrañas de esa oscuridad.

Caí sobre un suelo encharcado, y las paredes que me rodeaban en esa sala cunicular, cobraban vida. Nació una luz, en su interior y anduve en la penumbra buscando una salida. A mis pies, noté manos que me acariciaban, el suelo estaba vivo, habitado por sombras que languidecían a mi paso. A lo lejos, divisé a un extraño, su cuerpo era parecido al mío, pero su cabeza, era espeluznante.

No sabía si dirigirme a él, o despistarle, pero parecía que me estaba esperando, así que acongojado, cabizbajo y asustado me acerqué a esa bestia con cabeza de cabrón. En su mano, asía una gran lanza, me intimidó con su bramido, levantó un brazo y me indicó el camino, no hubo empujones, ni codazos, pero podía advertir, una fuerza oculta que emanaba de él, capaz de reducirme.

Allí estaba, entre tinieblas, mi pequeño ángel, escuálido, refulgente, con ojos irisados. Su pelo era largo, liso y negro, caía sobre su pecho, ocultándolo. Sus labios rosáceos, sonreían. Me palpó, giró a mí alrededor, descomponiéndome en partículas bajo su análisis. El cabeza de cabrón hizo un gesto y dos seres incorpóreos aparecieron de la nada, portando un cuenco. Lo alzaron, a la vez que se inclinaban ante ella respetuosamente.

La niña escuálida, de centelleante mirada, se acercó a mi, su cabeza quedó por debajo de mi barbilla. Levantó el rostro y nuestros ojos se encontraron. Sentí una punzada en el pecho, lo miré, la diminuta mano nacarada de la niña salía de él, con algo mío, que había arrebatado de mi interior, se lo arrimó a la boca y posó sus labios, mientras me abandonaba en mi miseria y me daba la espalda, caí de rodillas, vacío.

- Ha sido ella.

- ¿Qué hacemos con él?

- Enviárselo de regreso.

La niña escuálida arrojó los restos de lo que había sacado del interior del Sr. Koontz al cuenco. El negro lo devoró todo, volviéndolo infinito y silencioso, un abismo espectral, donde nada existía, pues incluso el Sr. Koontz había desaparecido.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¡Trasunto!

La Reunión se inició a las 8:30h en la sala de proyecciones.

La sala frente a la pantalla, tenía forma de herradura. En la parte baja, estaba el patio de butacas, donde los sillones estaban repartidos en filas separadas por un pasillo central. El suelo, estaba levemente inclinado, para preservar un mínimo de visibilidad.

La sala de proyecciones, se utilizaba para reuniones, conferencias, formaciones, etc.

La Oficial General Kutsuge Ginzburg, había convocado al Coronel Ion Ibbotson, la Comandante Azkune Uhlman, el Dr. Gabriel Gremnitz, el Dr. Edorta Guró y la Dra. Haizeder Sokolow, para que le ayudaran a evaluar la actuación de la Suboficial Zuhurne Zaken, en su último procedimiento.

La Oficial General Ginzburg se comunicó con su ayudante. Itsaso Hilsenrath, estaba en la habitación auxiliar de la sala de proyecciones, donde se encontraba el proyector y el equipo de sonido, esperando las instrucciones de la oficial general, transmitidas a través del intercomunicador, de apagar las luces de la sala y poner en marcha la película, una vez, los asistentes, se hubiesen acomodado en las primeras filas.

A medida que avanzó el metraje de la película, apareció Zuhurne Zaken, cortando, meticulosamente y con mano firme, trozos de epidermis del brazo del Sr. Koontz que se retorcía de dolor, a la vez, que le preguntaba por el nombre de sus colaboradores en el ataque terrorista, mientras el Dr. Guró, le tomaba las constantes vitales.

Seguidamente, Zuhurne Zaken se acercó al Dr. Guró interesándose por el estado del Sr. Koontz, que respondió positivamente. Acto seguido, el Dr. Guró, le limpió una mancha de sangre, que se hizo Zuhurne Zaken, al tocarse la mejilla, accidentalmente.

La película siguió avanzando. Los asistentes permanecían en silencio y a oscuras, sólo iluminados por los destellos que emanaban del proyector y rebotaban de la pantalla hasta sus caras. Estudiando cada palabra que fluía por los altavoces, resonando por toda la sala.

Entonces, Zuhurne Zaken parecía que se sacaba algo del bolsillo, pero el Dr. Guró se puso de tal forma que tapó lo que ocurría, de fondo se escuchó a la Oficial General Ginzburg preguntando que sucedía, y el Dr. Guró contestó que nada y Zuhurne Zaken soltó un berrinche.

En ese momento, una oreja salió disparada, y voló por encima de las cabezas de Zuhurne Zaken y el Dr. Guró. Posteriormente, un ojo, cayó al suelo. El Dr. Guró lo pisó, fortuitamente, lamentándose por lo ocurrido. Zuhurne Zaken, se aproximó al Dr. Guró y le susurró algo al oído, mientras le mostraba la palma de la mano cerrada, luego la abrió y dejó caer el contenido al suelo, era la nariz del Sr. Koontz.

El Dr. Guró se encogió de hombros y se apartó. Finalmente, Zuhurne Zaken dejó el bisturí en el carrito. Volvió a rebuscar en el bolsillo de su bata, y extrajo un destornillador y un martillo. Entretanto, el Sr. Koontz, no se quejaba, por que se había quedado inconsciente.

A lo lejos, todavía, podían entenderse las palabras de disconformidad de la Oficial General Ginzburg, pero aún así, no dio la orden de parar el proceso.

Zuhurne Zaken, colocó la punta del destornillador en la base del incisivo central superior que limita con la encía y golpeó el culo con el martillo. Se podía escuchar el ritmo indolente a través de los altavoces, inundando la sala de proyecciones. El ritmo era lánguido y rítmico.

El Dr. Guró, había dejado de comprobar las constantes vitales del Sr. Koontz y se había sentado en el suelo. Zuhurne Zaken seguía martilleando el destornillador que seguía repicando incisivamente el diente. El Sr. Koontz volvió de su letargo con un estruendoso alarido que invadió la sala de proyecciones, que tanto les había impactado en ese momento, como en el otro.

Zuhurne Zaken se giró a la Oficial General Ginzburg y comentó que el Sr. Koontz no sabía nada, que era una pérdida de tiempo, un callejón sin salida. No hubo respuesta, pero tras unos segundos, le obligó que siguiera.

Eso no pareció gustarle a Zuhurne Zaken, que se quedó quieta por unos segundos, estaba como meditando. Primero se quedó como observando hacía donde estaban sentados la Oficial General y sus asesores, luego volvió la cabeza hacía donde estaba sentado el Dr. Guró, éste se incorporó y empezó a examinar al Sr. Koontz, después se quedó como ensimismada, hasta que reaccionó.

Se situó junto al Dr. Guró, revisando datos, hablando entre murmullos, hasta que éste le hizo un gesto de aprobación.

De repente las luces de la sala, se encendieron. 

-  Señores, tenemos que posponer esta reunión. Acabamos de recibir nueva información sobre el ataque terrorista perpetrado en la escuela Hammerstein. Fuera les espera mi ayudante, para acompañarles al nuevo punto de reunión, pero antes, si lo desean, pueden tomarse un descanso de cinco minutos.


Los asistentes fueron abandonando la sala de proyecciones hasta quedar la Oficial General Ginzburg y el Dr. Gabriel Gremnitz.

-         ¿Qué vas a hacer con el Dr. Guró?
-         De momento me interesa mantenerlo en activo.
-         ¿Y Zuhurne Zaken? 
-         Gabriel, ahora no.

    domingo, 6 de noviembre de 2011

    ¡Empatía!

    "La sesión extraordinaria se abrió a las 10 de la mañana.

    En ese momento, en la sala estaban presentes, la Oficial General Kutsuge Ginzburg, su ayudante Itsaso Hilsenrath, la Suboficial Zuhurne Zaken, los asesores el Dr. Gabriel Gremnitz, el Dr. Zigor Vysotsky y el Dr. Edorta Guró.

    La Oficial General Ginzburg, el Dr. Gremnitz y el Dr. Vysotsky estaban sentados frente a sus respectivas mesas. Junto a la mesa de la Oficial General, había una mesa auxiliar, donde se sentó su ayudante.

    Tras unos minutos se abrió una puerta lateral. Compareció Reuben Koontz escoltado por dos hombres uniformados hasta el centro de la sala, donde había una silla, quedando cara a cara, con los asistentes, que había allí presentes.

    El Dr. Guró se acercó al Sr. Koontz y le indicó que se sentara en la silla y se acomodará en ella, colocando los brazos y los pies sobre las superficies que se prestaban para ello, asistido por los dos caballeros que habían escoltado al Sr. Koontz.

    La silla, ergonómica, se inclinó, y se ajustó a la medida de su ocupante, y para impedir que éste abandonara su posición, de la base de la silla aparecieron unos brazos mecánicos articulados que lo atornillaron en el sitio, perforándole levemente las sienes, la base de la nuca, la clavícula, las axilas, las muñecas, la cadera, las rodillas, los tobillos y las plantas de los pies.

    La puerta lateral volvió a abrirse. Esta vez entraron dos asistentes con un carrito con utensilios médicos, que se cruzaron con los dos escoltas del Sr. Koontz que abandonaban la sala al cumplir su cometido. Los dos asistentes cuando llegaron junto al Dr. Guró, que estaba consultando las constantes vitales del Sr. Koontz, estacionaron el carrito. 

    El Dr. Guró tomó unas notas y miró a los asistentes con asentimiento. Acto seguido, La Oficial General Ginzburg dio instrucciones para que la Suboficial Zaken se aproximara al Sr. Koontz.

    En la fase 1, la Suboficial empezó con la tanda de preguntas que se le habían encomendado, pero tras media hora de intentos, el Sr. Koontz se negó a colaborar.

    En la fase 2, la Suboficial se vio obligada al uso de la fuerza, pero tras una hora de intentos, el Sr. Koontz se negó a colaborar.

    En la fase 3, se pidió que sólo permanecieran en la sala la Oficial General, el Dr. Gremnitz, el Dr. Vysotsky, el Dr Guró y la Suboficial Zaken.

    La Suboficial Zaken se acercó al carrito médico y cogió un bisturí".

    Sabía lo que tenía que hacer, pero tampoco es que tuviera ganas de hacerlo, últimamente me sentía un poco cansada de todo eso, lo había hecho tantas veces, que volverlo hacer, era como algo monótono, irreflexivo, como andar, o respirar, un acto reflejo.

    Y sin embargo… cuantas personas hacían daño a alguien… sin darse cuenta… Tal vez era mejor así… no darse cuenta… de que iba a quitar una vida… o desfigurar un rostro… o infligir daño… por que eso es lo que se esperaba de mí… entonces por que planteármelo...

    Allí estaba… con el bisturí en la mano… a punto de hundirlo… en la carne… sin que apenas ésta ofreciera resistencia… A punto de desgarrar el tejido adiposo, el fibroso y el cartilaginoso… Como siempre, saldría sangre a borbotones, mientras, el bisturí se abriría paso hasta el hueso… ¿Para qué? ¡Cómo si dentro del hueso estuvieran las respuestas! Me habría manchado las manos por un poco de tuétano.

    Así que en ese momento, no pude hacerlo. Pero no por compasión, miedo, inseguridad, arrepentimiento, remordimiento, cargo de conciencia, no... Fue por aburrimiento. A parte, ¿Qué culpa tenía yo? El bisturí no mata, sino el que lo usa... yo no era la que mataba... yo era el bisturí...

    Por que aunque lo usaba yo... A mi me usaban... así que yo era el bisturí... y estaba harta que me dijeran siempre lo que tenía que hacer, desde que estaba en esa División me sentía acabada, tal vez por que con la edad estaba viendo que todas mis aspiraciones se marchitaban.

    No sé por que, pero le eché un último vistazo al Sr. Koontz, y en ese momento sentí como si el tiempo fuera más despacio, incluso podía haber escuchado la trágica melodía de un piano, y gracias a eso recapacité, por que si hubiese salido por esa puerta, hubiese venido otro acabar lo que yo ni había empezado y a mí me hubiese caído una de bien gorda.

    Sobretodo por Ginzburg... y eso que antes de su ascenso la Oficial General y yo, habíamos compartido muchas cosas, incluso, pocos días antes, me prometió, que haría mejoras, que habría cambios, pero de repente, un día, nos cruzamos, poco después de su ascenso... y me miró como si yo fuera una extraña.

    Por otra parte, y cambiando de tema, el tiempo era tan relativo, que parecía que se paralizaba a mi alrededor, a lo mejor era yo que me había quedado quieta, y los demás me miraban con los ojos como platos intentando descubrir que demonios pasaba por mi cabeza, pero estaba tan metida en mis pensamientos que no me daba cuenta.

    Yo seguía a lo mío, intentado visualizar el archivo, recordando todo lo que había hecho el Sr. Koontz para que me motivara, para que no influyera en mí, el aburrimiento y la apatía.


    Rememoré el ataque terrorista perpetrado en la escuela Hammerstein el 1 de septiembre. Los equipos de rescate que iban apartando escombros, buscando supervivientes, retirando cadáveres de niños, miembros cercenados, grúas moviendo bloques pesados de hormigón. El puesto habilitado para los paramédicos, donde iban llevando los supervivientes para aplicarles los primeros auxilios, antes de llevarles al hospital y los niños que se perdieron de camino.

    Recordé mi primer acceso a la escuela, después de que el equipo especializado en explosivos me diera luz verde. Sólo al entrar, ya me crucé con que cargaban los fiambres, desde la zona cero, hasta otro sitio más apartado, donde habían habilitado un puesto de rescate, cuya misión principal era almacenar los despojos con la esperanza de reunificar los cuerpos de los difuntos infantes. Hablé con uno de los forenses que estaba volcado en la intrincada misión de recomponer niños y me mostró donde estaban las fotografías, que habían sacado antes de mover los restos encontrados. Las visualicé en mi mente.

    Hice memoria, con todo detalle, recopilando datos. Estudiando los daños sufridos por la estructura, La manos temblorosas de los artificieros que se asustaban por los zumbidos de sus propias radios, los ojos desorbitados del forense buscando más piezas que encajar, la pérdida de tiempo revisando los accesos a la escuela, infestados de periodistas, la visita al hospital y la cháchara condescendiente de los médicos, lamentándose por los niños fallecidos y las secuelas que padecerían los pobres niños supervivientes, traumatizados, agonizantes, en sus sillas de ruedas, metalizadas, en sus camas, recostados, desolados, con sus caras abolladas, con las mejillas empapadas por las lágrimas, por que el forense tal vez, estaba intentando encajar sus miembros en algún cadáver.

    Lo viví todo, hasta el último fragmento, sin embargo… Por aquel entonces, había matado a tantos que me había vuelto insensible… así que no sentí nada… ni una chispa… encima matar, me aburría, pero tenía que hacerlo si no quería que me liquidaran, y de que iba a vivir si era lo único que sabía hacer.

    Así que obedecí, tal vez a regañadientes, tampoco era usual hacerlo en esa sala y que el Oficial General en persona estuviera presente, pero, tal vez, la División necesitaba resolver el atentado Hammerstein, o más bien, Ginzburg, justificando así, su repentino ascenso.

    Sólo recuerdo que a más de uno lo tuvieron que asistir después de mi ejecución, pero no por que no tuvieran estómago para aguantar lo que se acostumbraba a hacer en esas ocasiones, sino por que en una de mis incisiones, accidentalmente, una de las orejas del Sr. Koontz, acabó proyectada dentro del vaso de agua de uno de los asesores, pero no se dio cuenta, hasta mucho más tarde, cuando le dio un sorbo, y palpó con su lengua el cacho de oreja y le dio por vomitar, y ni se imaginan como es eso de contagioso.

    Pues fue empezar uno con las náuseas, y como un efecto dominó, empezaron a regurgitar todos. Toda la mesa, el suelo llena de vómito. Daba más asco que la silla con los restos del Sr. Koontz. Incluso el hedor a vómito era más nauseabundo que el olor que desprendían los restos del Sr. Koontz, que se había defecado encima, por lo visto le habían hecho seguir una dieta estricta, lo cual agradecí sobremanera.

    Finalmente, el equipo de limpieza después de limpiar el vómito, estuvo entretenido sacando restos de Sr. Koontz de las paredes, suelo e incluso del techo. Hicieron un gran trabajo por que dejaron la sala como si allí no hubiese pasado nada, pero pasó y como ya dije, dentro del Sr. Koontz, no estaban las respuestas, y eso que busqué muy dentro.