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AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 6 de noviembre de 2011

¡Empatía!

"La sesión extraordinaria se abrió a las 10 de la mañana.

En ese momento, en la sala estaban presentes, la Oficial General Kutsuge Ginzburg, su ayudante Itsaso Hilsenrath, la Suboficial Zuhurne Zaken, los asesores el Dr. Gabriel Gremnitz, el Dr. Zigor Vysotsky y el Dr. Edorta Guró.

La Oficial General Ginzburg, el Dr. Gremnitz y el Dr. Vysotsky estaban sentados frente a sus respectivas mesas. Junto a la mesa de la Oficial General, había una mesa auxiliar, donde se sentó su ayudante.

Tras unos minutos se abrió una puerta lateral. Compareció Reuben Koontz escoltado por dos hombres uniformados hasta el centro de la sala, donde había una silla, quedando cara a cara, con los asistentes, que había allí presentes.

El Dr. Guró se acercó al Sr. Koontz y le indicó que se sentara en la silla y se acomodará en ella, colocando los brazos y los pies sobre las superficies que se prestaban para ello, asistido por los dos caballeros que habían escoltado al Sr. Koontz.

La silla, ergonómica, se inclinó, y se ajustó a la medida de su ocupante, y para impedir que éste abandonara su posición, de la base de la silla aparecieron unos brazos mecánicos articulados que lo atornillaron en el sitio, perforándole levemente las sienes, la base de la nuca, la clavícula, las axilas, las muñecas, la cadera, las rodillas, los tobillos y las plantas de los pies.

La puerta lateral volvió a abrirse. Esta vez entraron dos asistentes con un carrito con utensilios médicos, que se cruzaron con los dos escoltas del Sr. Koontz que abandonaban la sala al cumplir su cometido. Los dos asistentes cuando llegaron junto al Dr. Guró, que estaba consultando las constantes vitales del Sr. Koontz, estacionaron el carrito. 

El Dr. Guró tomó unas notas y miró a los asistentes con asentimiento. Acto seguido, La Oficial General Ginzburg dio instrucciones para que la Suboficial Zaken se aproximara al Sr. Koontz.

En la fase 1, la Suboficial empezó con la tanda de preguntas que se le habían encomendado, pero tras media hora de intentos, el Sr. Koontz se negó a colaborar.

En la fase 2, la Suboficial se vio obligada al uso de la fuerza, pero tras una hora de intentos, el Sr. Koontz se negó a colaborar.

En la fase 3, se pidió que sólo permanecieran en la sala la Oficial General, el Dr. Gremnitz, el Dr. Vysotsky, el Dr Guró y la Suboficial Zaken.

La Suboficial Zaken se acercó al carrito médico y cogió un bisturí".

Sabía lo que tenía que hacer, pero tampoco es que tuviera ganas de hacerlo, últimamente me sentía un poco cansada de todo eso, lo había hecho tantas veces, que volverlo hacer, era como algo monótono, irreflexivo, como andar, o respirar, un acto reflejo.

Y sin embargo… cuantas personas hacían daño a alguien… sin darse cuenta… Tal vez era mejor así… no darse cuenta… de que iba a quitar una vida… o desfigurar un rostro… o infligir daño… por que eso es lo que se esperaba de mí… entonces por que planteármelo...

Allí estaba… con el bisturí en la mano… a punto de hundirlo… en la carne… sin que apenas ésta ofreciera resistencia… A punto de desgarrar el tejido adiposo, el fibroso y el cartilaginoso… Como siempre, saldría sangre a borbotones, mientras, el bisturí se abriría paso hasta el hueso… ¿Para qué? ¡Cómo si dentro del hueso estuvieran las respuestas! Me habría manchado las manos por un poco de tuétano.

Así que en ese momento, no pude hacerlo. Pero no por compasión, miedo, inseguridad, arrepentimiento, remordimiento, cargo de conciencia, no... Fue por aburrimiento. A parte, ¿Qué culpa tenía yo? El bisturí no mata, sino el que lo usa... yo no era la que mataba... yo era el bisturí...

Por que aunque lo usaba yo... A mi me usaban... así que yo era el bisturí... y estaba harta que me dijeran siempre lo que tenía que hacer, desde que estaba en esa División me sentía acabada, tal vez por que con la edad estaba viendo que todas mis aspiraciones se marchitaban.

No sé por que, pero le eché un último vistazo al Sr. Koontz, y en ese momento sentí como si el tiempo fuera más despacio, incluso podía haber escuchado la trágica melodía de un piano, y gracias a eso recapacité, por que si hubiese salido por esa puerta, hubiese venido otro acabar lo que yo ni había empezado y a mí me hubiese caído una de bien gorda.

Sobretodo por Ginzburg... y eso que antes de su ascenso la Oficial General y yo, habíamos compartido muchas cosas, incluso, pocos días antes, me prometió, que haría mejoras, que habría cambios, pero de repente, un día, nos cruzamos, poco después de su ascenso... y me miró como si yo fuera una extraña.

Por otra parte, y cambiando de tema, el tiempo era tan relativo, que parecía que se paralizaba a mi alrededor, a lo mejor era yo que me había quedado quieta, y los demás me miraban con los ojos como platos intentando descubrir que demonios pasaba por mi cabeza, pero estaba tan metida en mis pensamientos que no me daba cuenta.

Yo seguía a lo mío, intentado visualizar el archivo, recordando todo lo que había hecho el Sr. Koontz para que me motivara, para que no influyera en mí, el aburrimiento y la apatía.


Rememoré el ataque terrorista perpetrado en la escuela Hammerstein el 1 de septiembre. Los equipos de rescate que iban apartando escombros, buscando supervivientes, retirando cadáveres de niños, miembros cercenados, grúas moviendo bloques pesados de hormigón. El puesto habilitado para los paramédicos, donde iban llevando los supervivientes para aplicarles los primeros auxilios, antes de llevarles al hospital y los niños que se perdieron de camino.

Recordé mi primer acceso a la escuela, después de que el equipo especializado en explosivos me diera luz verde. Sólo al entrar, ya me crucé con que cargaban los fiambres, desde la zona cero, hasta otro sitio más apartado, donde habían habilitado un puesto de rescate, cuya misión principal era almacenar los despojos con la esperanza de reunificar los cuerpos de los difuntos infantes. Hablé con uno de los forenses que estaba volcado en la intrincada misión de recomponer niños y me mostró donde estaban las fotografías, que habían sacado antes de mover los restos encontrados. Las visualicé en mi mente.

Hice memoria, con todo detalle, recopilando datos. Estudiando los daños sufridos por la estructura, La manos temblorosas de los artificieros que se asustaban por los zumbidos de sus propias radios, los ojos desorbitados del forense buscando más piezas que encajar, la pérdida de tiempo revisando los accesos a la escuela, infestados de periodistas, la visita al hospital y la cháchara condescendiente de los médicos, lamentándose por los niños fallecidos y las secuelas que padecerían los pobres niños supervivientes, traumatizados, agonizantes, en sus sillas de ruedas, metalizadas, en sus camas, recostados, desolados, con sus caras abolladas, con las mejillas empapadas por las lágrimas, por que el forense tal vez, estaba intentando encajar sus miembros en algún cadáver.

Lo viví todo, hasta el último fragmento, sin embargo… Por aquel entonces, había matado a tantos que me había vuelto insensible… así que no sentí nada… ni una chispa… encima matar, me aburría, pero tenía que hacerlo si no quería que me liquidaran, y de que iba a vivir si era lo único que sabía hacer.

Así que obedecí, tal vez a regañadientes, tampoco era usual hacerlo en esa sala y que el Oficial General en persona estuviera presente, pero, tal vez, la División necesitaba resolver el atentado Hammerstein, o más bien, Ginzburg, justificando así, su repentino ascenso.

Sólo recuerdo que a más de uno lo tuvieron que asistir después de mi ejecución, pero no por que no tuvieran estómago para aguantar lo que se acostumbraba a hacer en esas ocasiones, sino por que en una de mis incisiones, accidentalmente, una de las orejas del Sr. Koontz, acabó proyectada dentro del vaso de agua de uno de los asesores, pero no se dio cuenta, hasta mucho más tarde, cuando le dio un sorbo, y palpó con su lengua el cacho de oreja y le dio por vomitar, y ni se imaginan como es eso de contagioso.

Pues fue empezar uno con las náuseas, y como un efecto dominó, empezaron a regurgitar todos. Toda la mesa, el suelo llena de vómito. Daba más asco que la silla con los restos del Sr. Koontz. Incluso el hedor a vómito era más nauseabundo que el olor que desprendían los restos del Sr. Koontz, que se había defecado encima, por lo visto le habían hecho seguir una dieta estricta, lo cual agradecí sobremanera.

Finalmente, el equipo de limpieza después de limpiar el vómito, estuvo entretenido sacando restos de Sr. Koontz de las paredes, suelo e incluso del techo. Hicieron un gran trabajo por que dejaron la sala como si allí no hubiese pasado nada, pero pasó y como ya dije, dentro del Sr. Koontz, no estaban las respuestas, y eso que busqué muy dentro.

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