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AVISO: Todas las historias son inventadas, todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

domingo, 8 de abril de 2012

¡Mortecino!

Sus dulces entrañas se habían desparramado sobre el suelo. Apenas tenía fuerzas para moverse, así que se quedó contemplando lo que quedaba a su alcance, un sobre de azúcar, así se sentía él, como ese sobre de azúcar, arrugado, manchado, denigrado, pisoteado, junto a la mugre, pronto sería barrido, y precipitado a la basura.

El moribundo, como ese pobre sobre de azúcar, había estado en una caja, a oscuras, junto a sus hermanos, hasta que había visto la luz, hasta que había sido iluminado por ella, pero por que le habían vaciado las entrañas.

Sus ojos no podían dejar de mirar ese sobre de azúcar, en ese instante que se eternizaba, ese último instante, su último instante. Sentía su piel, acartonada y arrugada como la del sobre de azúcar, no podía moverse, ni palparse, pero se descubría, en el magullado, gris brillante y oscuro, que languidecía ante él.

En ese momento, se sintió tan pequeño, como si pudiera guarecerse dentro de ese sobre de azúcar que se convirtió en un vasto universo, y los restos cristalinos que quedaban, en pequeños meteoritos transparentes. El rugoso papel del sobre de azúcar, se convertía en una amplia sábana, que le cubría y le protegía en su nuevo camino, se enredaba en él, y daba vueltas, convulso, sin dejar de mirarlo, pero regresaba y se sorprendía al verse otra vez, tendido, en su agonía, contemplando un simple sobre de azúcar.

Se sentía diminuto. Muchas veces se había planteado en cuantas partes podía dividirse, el universo que había en él, y el universo que había fuera de él. Eso, más de una vez, le había hecho perder la cabeza. Demasiado pensar, escribir, encerrarse en si mismo, y cuando trataba de expresar lo que tenía dentro, se sentía impotente, las palabras se quedaban estancadas es su garganta, cuantas veces le hubiese gustado beberse algo corrosivo para que al menos hubiesen desaparecido de su gaznate. Cuantas veces, hubiese deseado tomarse algo fuerte para que hubiesen desaparecido de su mente. Pero siempre estaban allí, las ideas, las palabras, repicando en su mente, haciéndole parecer cada vez, más autista. Cuando hablaba, se atascaba, haciéndole parecer tonto, tartamudo, se sentía estúpido, y eso le hacía recluirse cada vez más, distanciarse, no quería saber nada de nadie, se sumía en un mutismo, le costaba relacionarse.

Zuhurne Zaken le echó un último vistazo, le dio una puntada de pie para ver si reaccionaba. Eso provocó que cambiara de posición y el moribundo dejó de ver el sobre de azúcar y todo el universo que le rodeaba. El moribundo seguía luchando, parecía tener algo por lo que vivir, no quería dejar de vivir, seguía aguantando. Zuhurne Zaken se agachó junto a él, luego cogió con delicadeza su cabeza con ambas manos, y con un dulce balanceo le partió el cuello, inconscientemente acarició la mejilla del moribundo, haciendo que se ladeara hacia donde yacía el estrujado sobre de azúcar, ambos, permanecían tumbados, en el suelo, sin aliento, como cáscaras vacías, esperando que el tiempo los barriera de la faz de la tierra.

Vlasta Sklavinsky vio salir a Zaken del bar, todavía no entendía por que no había querido que la acompañara, era su primera misión, tenía que cubrirla, pero Zaken decía que no necesitaba ayuda que no era ninguna novata, así que prefirió no contradecirla y esperarla fuera, tampoco se demoró mucho ni armó mucho escándalo, fue visto y no visto, y eso que decidió pillar a los sospechosos en un lugar público, aunque las reuniones clandestinas se celebraban en ese bar, y en ese momento no estuviera abierto al público.

Zaken dio el ok con la cabeza a Sklavinsky, y ésta llamó para que enviaran un escuadrón de limpieza.

- Sácame de aquí.

De regreso a la base, Zaken permaneció callada, fugazmente le apareció en la mente el pobre moribundo. Zaken sabía que no era uno de los objetivos, que accidentalmente había aparecido allí y que se había llevado las balas que iban dirigidas a ella, por que lo había usado de escudo. Se convirtió en un instrumento en sus manos, lo utilizó, es lo que tenía más cerca, allí estaba él, Sklavinsky no impidió que entrara, nadie lo hizo, él mismo lo hizo por su propio pie, él mismo se entregó a ese fin, entró como un suicida, como si implorara ser convertido en carnaza para los lobos, y estos le desgajaron la carne y le devoraron las entrañas sin apenas masticarlo, y mientras despedazaban al pobre iluso, Zaken, acabó con ellos.

Pero a quien le importaba, nadie iba a pedir responsabilidades, la policía no sabría lo ocurrido, el escuadrón de limpieza borraría lo sucedido. Zaken, no mató al tipo, él sólo se lanzó a su muerte cuando guió sus pasos a ese antro, y se enfrentó cara a cara con su destino, Zaken lo único que hizo fue a cortar su agonía, cerrar el interruptor, para que dejara de sufrir, por que parecía estar sufriendo, tal vez no, quizás estaba teniendo el pensamiento más profundo jamás vivido, y Zaken lo había arrancado de él, pero Zaken no podía saberlo por que no podía penetrar en su mente, sólo lo veía convulsionarse y retorcerse y como debía marcharse y no dejar testigos, no podía dejarle así, no por él, sino por ella. Si él le importaba un pimiento. Si no se sentía culpable, ni responsable, ni nada por el estilo, se decía que todo tenía un sentido, causa y efecto, que cada uno debía responsabilizarse de sus actos y que debía ser consciente de ellos, estaba ensimismada en sus pensamientos, hasta que Sklavinsky la arrancó de su mente.

- ¿En que piensas?

- Nada, estoy aburrida.

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